Al finalizar el intenso e histórico siglo XX, tres hechos acapararon la atención mundial: el primero fue el triunfo del mercado sobre las ideologías, que anunció con bombos y platillos el derrumbe de todo el bloque socialista, comenzando por Rusia, principal contrincante rojo. El segundo, fue la proclamación del neoliberalismo como ganador de la batalla y, por tanto, único pensamiento válido de ahí en adelante. Por último -contagiados por la metáfora de Fukuyama en el Fin de la Historia-, el neoliberalismo decretó también el fin de las ideas, pues no había más nada que hacer ante la magnificencia del mercado, que a nivel global dominaría por lo menos -a discreción- los primeros 20 años del nuevo milenio.
Veamos cómo estos tres momentos se sintieron e impactaron en México, especialmente en su coyuntura interna, donde se vivían también tiempos de crisis y definición política, económica y social.
De alguna manera el derrumbe del socialismo en Europa impactó en México y, sobre todo, en América Latina al dejar huérfanos ideológicos a varios gobiernos y partidos, mismos que tuvieron que asirse a nuevas agarraderas históricas para no caer. En México, la derrota roja coincidió también con la crisis del partido hegemónico (PRI), que en mucho se parecía al partido comunista ruso. Ambos entraron en crisis existencial, viviendo su agonía de diferentes maneras: el ruso sucumbió irremediablemente ante la necesidad de cambio, no sólo de régimen, sino de ideología, hasta encontrar alguna renovación controlada bajo la conducción, desde entonces, de su actual presidente Vladimir Putin.
El priismo, más burdamente y sin escrúpulos, encontró en el contubernio con el PAN -desde la misma elección fraudulenta de 1988-, la forma de renovarse bajo el engaño de la llamada alternancia democrática que timó hasta a algunos sectores de la izquierda mexicana. Incluso, tomó la bandera del neoliberalismo como nueva doctrina, aprovechando el buen momento que se vivía en el ámbito global, donde todavía se festejaba su triunfo en grande.
Efectivamente, el nuevo liberalismo mexicano inauguró el siglo XXI con botas, bigote y puntadas al por mayor, donde, mientras el pueblo reía con los bólidos de su presidente, un grupo de neoliberales trataba de cambiar la historia de México, al pretender un salto triple de un estado paternalista y benefactor a otro que privilegiara el mercado, el negocio y la privatización de toda actividad que dejara una ganancia, no importaba si era la educación, la salud o la cultura. Tampoco, si desaparecía lo público o las áreas estratégicas del estado (PEMEX, CFE) o bien, se privatizaban las pensiones, la religión y hasta las ilusiones de una clase media, más que nunca, aspiracionista al dinero y la vida fácil, teniendo a los neoliberales como modelo.
Todo tenía un precio y todos obtenían un beneficio material, lo mismo empresas, que gobernantes; lo mismo legisladores, que intermediarios; lo mismo presidentes, que secretarios. El dinero se convirtió en la única ética de los neoliberales, pues todo lo que dejara una ganancia estaba dentro de la ética neoliberal, no importaba si era un gran negocio, una licitación o una adjudicación directa. El dinero también se convirtió en el único título nobiliario de los tiempos neoliberales.
Con la llamada alternancia política, se pensó que el Estado mexicano viviría un desarrollo sinigual, cobijado por la globalización y el neoliberalismo, por lo que incluso, se decretó por adelantado, el fin de las ideas, pues habíamos alcanzado el final de los tiempos. No había nada más qué repensar, qué reflexionar, que criticar. Sin embargo, pronto nos dimos cuenta de que alternancia no es lo mismo que transición, y que sí había algo qué debatir en el nuevo paraíso: ¿qué se iba a hacer con el 70% de la población que había sido excluida del proyecto neoliberal? que sólo beneficiaba a las élites. Ese fue su error: establecer el fin de las ideas, pues no hubo respuesta.
De esa manera, el nuevo modelo neoliberal se convirtió en una quimera global, por lo que no avanzamos ni un ápice. Más bien el Estado entró en una crisis existencial, pues de ser un estado paternalista, pasó a ser un ente cuasi privado que se olvidó incluso de sus prioridades fundamentales: seguridad, garante de la ley y el derecho y rector de la economía, dejando todo en manos del mercado, llegando al extremo de afirmar en sus sesiones psicoterapéuticas con la historia: “a veces creo que no existo”.
Tan rápido como llegó, pasó. Y los primeros que quedaron sin ideas fueron los propios neoliberales -hasta hoy por cierto-, pues a ciencia cierta aún no saben qué pasó en 2018, cuando otras ideas surgieron, convencieron y se convirtieron rápidamente en un proyecto nuevo e inclusivo para el 70% que había dejado fuera el neoliberalismo.
Igualmente, se logró una verdadera transición política, donde el Estado mexicano se ha reivindicado y proclamado -en venganza- el fin del neoliberalismo, por lo que ha vuelto a ser rector de la economía, además de autodefinirse como benefactor, al asistir a los que menos tienen, a través de sus varios programas sociales, que hoy todo mundo reconoce como alternativa social.
Y no, no se trata de volver al pasado, como indican con malicia los detractores; simplemente se ha retomado la historia truncada por el neoliberalismo y rescatado la esencia del estado mexicano.
Hoy, estamos a sólo un par de semanas para renovar el poder en México, donde la ética neoliberal ha convertido esta campaña -a falta de ideas y proyecto- en un juego muy peligroso, pues busca, más que ganar, desacreditar un proceso electoral a base de lodo y piedras, ante la incapacidad de sus cuadros y círculos de competir a la buena, ayudados por unos medios de comunicación ad-hoc e intelectuales perversos, que han hecho de la campaña sucia su nueva inspiración y teoría, parte también de la ética neoliberal.
Estoy seguro de que una nueva derrota de los neoliberales en México -pues al parecer no se han enterado de que a nivel global esta efímera doctrina ya sucumbió-, dará oportunidad de repensar su futuro y papel como parte de proceso irreversible de transformación que, por cierto, ha sido identificado como humanista.
La lección a rescatar es que el neoliberalismo a nivel mundial fue una frivolidad del mercado, que se creyó una forma de pensamiento, cuando en realidad era una simple orgía de las élites, sedientas de mostrar su triunfo. En el caso de México, el neoliberalismo, además, fue la manera que encontró la élite de prolongar un régimen descompuesto por el tiempo, la corrupción y los errores que, al final, destruyó hasta a sus propios promotores.
El mercado nunca podrá sustituir al Estado, nunca.
Mario Alberto Puga
Politólogo y exdiplomático