«Una mujer debe ser dos cosas: quien ella quiera y lo que ella quiera.»
Coco Chanel
Enheduanna fue la primera escritora y poetisa de la historia, del 2300 a.C., es un símbolo de la voz femenina. Sus himnos a Inanna reflejan una mujer poderosa y creativa: «Reina de todas las virtudes, gloriosa en su morada, Inanna, tu luz ilumina los cielos.»
Desde tiempos ancestrales, la humanidad ha venerado la figura de la mujer como origen de toda vida, reflejando la profunda conexión entre la feminidad y la creación. Esta idea primigenia, plasmada en la veneración de diosas, nos recuerda que la mujer ha sido símbolo de la fertilidad, fuerza y sabiduría desde los albores de nuestra historia.
En este contexto, el Día Internacional de la Mujer, nos invita a reflexionar sobre el rol fundamental que ha jugado y el origen de tan importante conmemoración. El 8 de marzo es un grito que rasga el aire, una fecha escrita en la memoria de la tierra, una herida abierta desde tiempos remotos. El sonido de ese grito tiene un eco que llega lejos, tan lejos que se confunde con el viento, en el tiempo mismo.
La lucha de las mujeres no comenzó ayer, ni hace un siglo, ni siquiera hace mil años. Su historia está tejida en el cuerpo de la humanidad, como un perfume pesado que no puede borrarse. Porque una mujer no es solo flor, sino raíz, firme y sólida en su terreno. Cada mujer que camina sobre esta tierra lo hace dejando una huella que no se borrará jamás. La mujer no se define únicamente por su ternura, sino también por su fortaleza indomable, esa que sobrevive a las tempestades más crueles, a las tormentas emocionales y a las guerras silenciosas que libran todos los días. Es una fuerza que se resiste a ser ignorada, que se alza como Atenea ante las adversidades. Si algo ha enseñado la historia es que la mujer tiene una capacidad infinita de recrearse, de sanar y de transformarse. Y esa metamorfosis no es solo física, es emocional, social y cultural. Las mujeres son arquitectas de
cambio y su valentía se transmite a través de generaciones, una energía que no se apaga, que no se quiebra.
El movimiento, como el agua, fluye en círculos. Comienza en lugares pequeños, olvidados, donde las mujeres se agrupan para pedir lo que, desde la historia, les pertenece: derechos. En 1908, en Nueva York, 129 mujeres murieron quemadas en una fábrica. Fallecieron luchando, por lo que a muchos les parecía trivial. La historia nunca olvidó sus nombres. El humo de esa tragedia todavía se eleva hacia el cielo, y con cada 8 de marzo nos recuerda que ellas no se marcharon en vano. Ellas, como nuestras madres, como nuestras hermanas, como nuestras hijas, nos enseñan algo que no se puede aprender en los libros: que la dignidad no se mendiga, que la justicia no se suplica, que el espacio en este mundo debe ser reclamado con fuerza y sin miedo.
El 8 de marzo también es el momento para admirar la valentía de las mujeres que hoy ocupan puestos que antes les fueron negados. Una mujer al frente de un país es un símbolo de esperanza y de posibilidades. Es un recordatorio de que los límites impuestos por siglos de patriarcado no son más que sombras que se disipan con la luz de la igualdad. Y es precisamente en estos momentos inéditamente difíciles, en los que le corresponde a la Presidenta Claudia Sheinbaum encabezar las negociaciones con la potencia más poderosa del mundo, por la injusta y desproporcionada imposición de aranceles.
Es un honor ser testigo de una era en la que las mujeres no solo ocupan el espacio que siempre les correspondió, sino que lo hacen con dignidad, valentía y orgullo. Este 8 de marzo, mi corazón late con fuerza al ver la huella indeleble de todas ellas, las mujeres que, como un río sereno, pero poderoso, no se detienen nunca.
Por ello, hoy más que nunca, honro a las mujeres en mi vida, a las cercanas y a las que no conozco, a las que luchan, a las que inspiran, cada una de ellas es la bandera de una revolución que solo puede traer paz. Mientras el viento sigue llevando la memoria de aquellos 129 nombres, entendemos que esta lucha no es solo de ellas; también es nuestra.
Amigas y amigos, Presidenta nos vemos el domingo en el Zócalo de la Ciudad de México al mediodía.