La mayoría de mis conocidos posee alguna clase de mascota; un buen número de estas mascotas son perros y gatos, aunque de pronto aparece cierta excentricidad: un hurón, una marta o alguna clase de ave que soy incapaz de reconocer, ¿cuántas especies de aves existen en la tierra? Me dicen que alrededor de diez mil, pero este número no significa casi nada para mí, y me llevaría varios años e incluso vidas tratando de conocer sus diferencias. Mantengo una estupenda relación con los gatos y acaso debido a un mito que yo mismo he creado pienso que nos comprendemos bien y nos despertamos simpatía, más allá de nuestro desprecio y temor por los perros. “Si todas las personas tienen mascotas yo tengo derecho a permitir que las cucarachas deambulen en la cocina”, me comentó colmado de sorna una persona a quien le repugnan los animales incluidos los bípedos conscientes.

Hace unos días, mientras leía El pasajero, novela de Cormac McCarthy (publicada en PRH; 2022) llamó mi atención que un personaje opinara sobre la inclinación autoinmolatoria de los felinos y acudía o citaba a Rainer Maria Rilke para afirmar que la existencia de los gatos es totalmente hipotética (como si no pudiéramos verificar que existen). En seguida asentí y comprendí de alguna forma inédita que allí se centraba mi simpatía hacia estos animales. Deseo no ser pedante, pero en constantes ocasiones llego a la conclusión de que nuestra existencia es hipotética, tanto la del rico como la del desgraciado, incluyendo a personas que ostentan cualquier clase de talento o género sexual el cual hayan decidido aceptar para definirse, en caso de que deseen hacerlo. Ahora bien, ¿qué hipótesis son las más adecuadas cuando uno posee la intención de tomar una postura ante los demás con el propósito de acentuar nuestra existencia? En principio hay que saber hacer preguntas que tengan sentido crítico y no absurdas o meramente retóricas. Ya he escrito en esta columna que sin la ayuda de los libros, la reflexión o la conversación estimulante de la mente es casi imposible hacer esas preguntas, y uno termina ahogándose en un océano de garabatos que esta época es tan dada a producir. Siento ser pesimista al respecto y sospecho que un escenario semejante se ha marchado para siempre y probablemente debido (en buena parte) a la gigantesca cantidad de información que nos acosa en la era de las comunicaciones o época del ruido enloquecedor. Tal circunstancia nos lleva a una locura de dimensiones ya no razonables, y nos deposita como mascotas dentro de una jaula en la que privan consensos espontáneos y triviales, interminables peleas de perros y, en ocasiones, un optimismo respecto al futuro que es demagógico o meramente ornamental: ¡Pobre del optimista, tan cerca de la infelicidad y tan lejos de la conversación! Insisto en que la ética es una conversación especulativa que construye preguntas razonadas que llevan en sí la respuesta bosquejada.

La incapacidad que tenemos en la actualidad de hacer las preguntas adecuadas es notoria en la cantidad de problemas, injusticias, crímenes o enredos de toda índole que no permiten gozar a los personas de un confort necesario cercano a la justicia. Un ejemplo mundano: respecto al tráfico de sustancias no ha sido posible resolver la ecuación que nos plantea en sociedad la educación, la prevención sanitaria, la información precisa acerca de la naturaleza de esas sustancias, la libertad, la seguridad, el mercado, las costumbres y la concepción de sociedad global. Al no estar dotados para ofrecer soluciones a ecuaciones complejas dotadas de más de una variable preferimos concentrarnos sólo en un aspecto del dilema, sin tomar en cuenta la relatividad y enorme dificultad que nos plantea la relación que existe entre todas las variables expresadas. Es a raíz o a causa de tal rigidez de pensamiento que plantear la legalización de cualquier sustancia hoy en día debe parécele a nuestros contemporáneos fuera de toda coherencia. No estaría de más que quien se encuentra enfermo de optimismo en relación al futuro, o se concentre sólo en una variable del problema, solicite el perdón de las siguientes generaciones (en caso de que estas lleguen a ser inteligentes y su sistema nervioso no haya sido amansado o transformado en un periférico artificial) por no haber podido resolver la ecuación de un problema que tanto daño ha causado en nuestros días y que continuará haciéndolo. Para mi fortuna, como los gatos, yo me encuentro confortable en mi hipotética existencia. Y más sabiendo que mis soluciones al enredo no resultan verosímiles o practicables en la sociedad o territorio moral (país) que me alberga y que sólo ofrece respuestas confusas, apresuradas y mojigatas a sus embrollos.

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