La semana pasada, en Morelia Michoacán, tuvo lugar una feria del libro a la que acudieron algunos escritores que, personalmente, me inspiran cierto respeto, ello a pesar de que en México existe sólo un puñado de esta comunidad de personas que escriben a contracorriente, es decir, que son capaces de conmover y dejar huella en sus lectores. La selección y el cuidado de la feria se le debió a Karen Mora, una joven amable quien, sin hacer mayores alardes ni ruido cortesano convocó en la cuarta edición de la feria a una tropelía de artistas “malhechores.” A estas alturas, cuando la cultura concebida como concepto que incluye el arte es despreciada por la mayoría de los gobiernos, la promoción del libro es indispensable para no continuar nadando a ciegas en el lodo. Los gobernantes y sus esbirros no le dan importancia a que la imaginación debe ser estimulada para que los ciudadanos se hagan buenas preguntas, critiquen y tengan una opinión sopesada, y no como sucede actualmente, den lugar a opiniones de manada enfurecida o somnolienta que recorre el camino que le es indicado.

Nietzsche escribió en uno de sus letales aforismos que uno podía enmendar la naturaleza, de manera que si carecía de un buen padre debería buscarse otro. Yo estoy de acuerdo con este aparente desacato; no son épocas de sacrificio, la vida es breve, cruel y algo estúpida, así que sería más conveniente que uno buscara o diera forma a su propia comunidad con el propósito de obtener cierto confort en esa naturaleza que nos contiene y que al mismo tiempo es efecto de nuestros sentidos. Pobres de los cinco hijos de Montaigne que murieron enfermos ya que habrían sido afortunados de tener un padre de esa estatura moral. En realidad nadie podría saberlo: a veces los padres más destacados se vuelven leones enfebrecidos por su contundente vanidad, y los hijos resultan ser una especie de fideos mal cocidos.

“El hombre debería agradecer sus defectos y temer a sus talentos”. La consigna de Emerson me parece cierta e incluso certificada. El talento puede convertirse en una tara que impide a sus bendecidos relacionarse con el resto de los humanos. Ejemplos hay tantos que nos harían vomitar. En el caso del pragmatismo uno sólo desea conversar, ponerse más o menos de acuerdo y continuar su camino tratando de no lastimar la vida de los demás. Toda esta perorata es porque en la anteriormente citada Morelia una persona del público me hizo algunos comentarios y me interrogó acerca de si el individualismo marchaba contra la idea política de comunidad. Mi opinión fue que no había motivos para creer en ello: no hay comunidad que se precie de serlo cuando carece de individuos que piensen por sí mismos y que desconfíen de los juicios éticos que los incluyen. Tal razonamiento va en contra de las sórdidas teorías de comunidad ligadas a la historia, las cuales insisten en que somos los frutos de un árbol cuyos milenios de existencia nos obligan a formar parte de una sola canasta. Nuestras raíces tienen realidad y sentido, pero pueden cortarse utilizando el cerebro.

Las minorías también son comunidades, como todas aquellas de cualquier dimensión que poseen similares intereses. La convivencia de individuos pragmáticos conscientes de su singularidad también edifica “comunidad.” La comunidad es el todo que se relaciona con el todo a través de los vasos comunicantes que son los individuos. Toda política es una ética y esta no es definitiva, sino maleable, tanto que es capaz de reunir en pensamiento y acción a un conjunto de individuos que nos dan la sensación incluso de ser totalmente opuestos. A ningún buen pragmatista le interesa la Verdad (con V mayúscula), pero sí el bienestar, la supervivencia, la vida confortable, el cuidado de su familia o de sus amantes. Habrá otras comunidades que prefieran la sangre, el poder, la guerra, la supremacía de una sociedad sobre otra. Ojalá estas últimas desaparezcan o sean despreciadas cada vez más por comunidades inteligentes. Nietzsche —sí, otra vez— exclamó que los paisajes de la naturaleza más horribles que había encontrado eran los rostros humanos; su provocación podría ser aprovechada para tender hacia la modestia y humildad. No será posible.

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