Si le preguntan su edad inventa cualquier tontería con tal de no decir la verdad. Por supuesto que al respecto existen varias clases de verdades: conozco a ancianos que no han rebasado la veintena de años y jóvenes que probablemente usen en su mente pañales para adultos. Sin embargo, le exigen a la persona a quien me refiero el año de su nacimiento; gente común se lo pregunta, no autoridades, ni médicos o encuestadores (esa plaga que durante estas fechas crece hasta la ignominia). Él dice: “Cuando nací era muy joven como para llevar bien la cuenta”, cosas así dice el “hijo de su”. Y no suelta prenda alguna. Es probable que no desee que lo clasifiquen y entonces lo traten de acuerdo con los prejuicios que cada uno guarda en lo relativo a ese tema. A mí me intriga el cuidado que tiene para no ser crucificado con clavos temporales. Yo evito preguntarle sobre ese aspecto puesto que me tienen sin cuidado los años que haya venido a soportar a la especie humana, así como tampoco me interesa la identidad sexual o si se viste como le viene en gana. Es agradable, tanto como una continua migraña y, según parece, le causa placer molestar a los demás. Sólo verbalmente ya que se trata de un ser pacífico, distante y en cuanto puede alejarse se marcha. Hace unas semanas me dijo: “Si eres escritor o alguno de esos especímenes sólo tienes un deber al que no debes renunciar de ninguna manera: molestar, incomodar, joder al prójimo verbalmente en cuanto descubras sus temores o sus intenciones; no les des tregua ni tengas conmiseración: busca la manera de sacarlos de su sillón ideológico, de sus ideas prefabricadas, de su comodidad tradicional o intelectual: eso sí que es arte y cultura. Hazlo hasta que la soledad sea tu compañera de cama y mesa, tu fiel cómplice”. Molestar y molestar hasta quedarse solo, decía el “hijo de su”. “La razón no lo es todo en la vida, las pasiones afectan tus acciones, tanto como los accidentes o el azar —continuaba arguyendo mi amigo que me recordaba con sus palabras a J.G. Hamann y a quien él no conocía—, no te detengas a la hora de descalabrar la paz mental del otro: así se educa, se crea movimiento sanador, se progresa”. ¿Pues cuántos años tiene este “hijo de su”, para decir tal cosa? Le respondí: “tú no eres un Voltaire sino un revoltoso, ¿en dónde se ha quedado tu tolerancia? Deja que los demás se cobijen en su tierra.
Después de la charla me he quedado pensando en sus palabras: y he llegado a la conclusión de que no le falta cordura a sus palabras. En nuestro medio es muy común ratificarlo: en la cultura, más allá de otros ámbitos, la susceptibilidad extrema, el desprecio ignorante, la hipocresía interesada son una moneda común. Y en un estado semejante no se camina o progresa hacia ningún rumbo. Si te comportas cortésmente o tu zalamería se encuentra al tamaño de tus expectativas lograrás tus propósitos. ¿O por qué hay varios iletrados, por ejemplo, en la academia de la Len gua? ¿En los institutos culturales que representan al país en todo el mundo? Pues, porque han hecho lo correcto: no cultivar el conocimiento, sino las amistades. Las excepciones no tienen edad. De cualquier forma, siempre será de esa manera y quien se mueva no saldrá en la foto, como afirmaba el lechero mayor del sindicalismo mexicano, Fidel Velázquez.
Finalmente, leyendo a Francisco de la Maza, en su libro El guadalupanismo mexicano —estoy sacando todos mis libros a la superficie antes de olvidarme siquiera de su existencia—, leo en el prólogo que, airado, el historiador potosino afirma que su libro no va a ofender al pueblo en su religiosidad ni en sus creencias acerca de la aparición de la virgen. El pueblo no lee ni novelas, sostiene, no le importa lo que alguien como yo escriba. Y continúa sucediendo algo parecido; al pueblo no se le puede molestar con literatura incómoda o párrafos incendiarios; no le importa. No obstante, creo que mi amigo el “hijo de su”, estaba en lo cierto. Hay que seguir jodiendo, aunque sea sólo en ciertos espacios de la vida común.