Él opinó despectivamente acerca de un amigo: “Es un pobre diablo”. Qué manera de referirse a una persona. Le dije: “No hay diablo que sea pobre, ello sería una contradicción. El diablo no es pobre, siempre gana, jamás superarás su suerte y su fortuna; en realidad es la única figura trascendente que ha creado la mitología humana”. Plutarco escribió un libro titulado Cómo obtener provecho de los enemigos. Yo podría escribir un tratado similar que se titularía Cuídate de los pobres diablos. Están por todas partes, hablando, escribiendo, llevando a cabo una función pública, en el congreso, en un escritorio de la alcaldía, en cualquier ventanilla, en tu propia casa. Un pobre diablo real es poderoso porque finge ser lo que no es, y ni siquiera está consciente de su maldad. Está habituado a menospreciarse ante los demás. Tiene opiniones las cuales expresa con mucha humildad y decoro; parece arrepentirse de sus convicciones, pero se encuentra ligado o atado a ellas. No tienen nada que perder y esta supuesta debilidad lo hace más invencible que un gladiador. Ojalá nunca conozcan a uno, aunque es muy difícil no encontrarlos en el trasiego de la vida cotidiana. Yo mismo, cuando soy víctima de mis depresiones, culpas o descensos nerviosos, les digo a mis amigos; “No me pongas atención, soy un pobre diablo”. Y es posible que este grado de masoquismo, de auto ultraje: de compasión y conmiseración por uno mismo ponga a los pobres diablos en un estado de soberanía e impunidad que no les ofrecería siquiera el halago ni la seguridad de sus ideas o de su papel en el mundo. Los llamados Godínez (antes Gutierritos) adolecen de un trauma parecido: su aparente inexistencia y mediocridad los hace peligrosos. Su trabajo los hunde cada vez más, carecen de futuro y a no ser que sean unos ladrones o tengan mucha suerte, entonces tendrán el destino al que aspiran (un destino siempre imaginado a partir de modelos impregnados de un glamur irritante y predecible tomados de los medios). Sin embargo, yo prefiero a los Godínez que a los pobres diablos, puesto que los segundos son una bomba de tiempo y poseen una conciencia de sí mismos que ni los intelectuales tienen: son estrellas muertas que se aprovechan de su muerte para ponerte el pie. “A mí no me pidas o me reclames nada, ¿no ves que soy un pobre diablo?”, dicen. ¿Quién puede sortear una auto definición como la anterior? El pobre diablo te está diciendo, en realidad: “No tengo ningún poder, no soy culpable. No tienes nada qué temer”. Carajo, no se puede hacer nada ante tal declaración de principios. Y un día, cuando menos lo esperas, el supuesto pobre diablo se convierte en un hombre influyente y tú, de quien todos esperaban un gran futuro, no tienes más que agachar la cabeza y acatar tu suerte.

En ocasiones yo también digo a las personas; “mis columnas son las elucubraciones de un pobre diablo”. Pero ya no lo haré. Hoy que he visto el daño que puede hacer el arroparse bajo esta definición diré: “Son las ocurrencias de un escritor; nunca me tomes demasiado en serio”. Antonin Artaud, el admirado y extravagante escritor francés escribió: “Toda la escritura no es más que una cochinada. Las personas que le dan la espalda a lo vago para intentar precisar todo aquello que les pasa por la cabeza son unos cerdos”. Duras palabras. Artaud detestaba a aquel que deseara ser claro en sus pensamientos, puesto que los argumentos claros y evidentes le dan la espalda al arte y a la literatura. “Sólo si es absurdo —Tertuliano—es verdadero”. Yo me andaré por las ramas como el personaje de Calvino, El barón rampante, Cosimo, y nunca tocaré el piso, como él. ¿Qué pensará un pobre diablo de lo que escribo? Me aterra saberlo.

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