Creo que una de las características de la época global, comunicativa y tecnológica trae consigo a un pasajero incómodo: la imposibilidad de disfrutar. Observaba hace varios días un partido de baloncesto de la NBA y me resultó gracioso, aunque también grotesco, que todos los jugadores fueran tan buenos y tan cercanos a la perfección. Casi no se cometían faltas, empujones bajo el tablero, rebotes disputados, duelos individuales, o jugadores carismáticos que a partir de su propia manera de jugar trastornaban la circunstancia predecible; el partido se desarrollaba como un juego de la compañía Nintendo: un video juego. Los tiros lanzados desde la línea de tres puntos que décadas antes significaban, al anotarse, una proeza, ahora resultaban tan sencillos de convertirse en puntos como atinarle al excusado. El partido termino por aburrirme y no pude soportarlo más de dos cuartos. Seguramente habría un ganador y un perdedor, los apostadores obtendrían más o menos dinero y la publicidad de los medios devoraría las migajas de aquel encuentro. Tal pareciera que hoy en día todos a nuestro alrededor pugnan por hacernos la vida sencilla, mientras, claro, podamos pagar.

A veces quisiera imaginarme un mundo (mi circunstancia mundana) sin publicidad comercial y sin una lluvia de propaganda de cualquier clase amargando aún más mis sentidos. No es posible, pero me tranquiliza crear en mi mente un mundo así a pesar de que ello sea imposible —hoy en día dicha tormenta de eslóganes parece necesaria si se quiere sobrevivir económicamente, ya que el mundo global se ha edificado en consecuencia— y requeriría yo de un exilio extremo para protegerme de esta miríada de expresiones. Todos desean expresarse; nadie quiere callarse; debemos legar nuestro efímero mensaje al mundo; escribir libros (nunca pensé que publicar tantos libros hoy en día significaría publicar casi nada), pese a nuestra carencia de talento, etcétera. La sugerencia que hizo Edmund Husserl en Meditaciones cartesianas para poner el mundo en entredicho, en ascuas, hacer a un lado los prejuicios antes de mirar las cosas y expresarse —me refiero al concepto de epojé—, se halla fuera ya de nuestro alcance. Pensamos con la lengua.

El otorgamiento del premio Nobel de literatura a László Krasznahorkai (sus libros en castellano se han publicado en Editorial Acantilado), aun sosteniendo, como yo lo hago, que los premios son accidentales, me parece legítimo en la contingencia literaria actual. En lo personal me agrada la tendencia crítica de sus novelas. Sin embargo, existen cientos de personas que escriben, desde sociólogos hasta cantineros, que anhelaban ese premio más por vía del cabildeo y la oportunidad política que del simple acto escritural. El Nobel de literatura se ha concedido a filósofos, lógicos matemáticos, políticos y hasta a un cantautor, de manera que es posible esperar cualquier dislate en tiempos contemporáneos. Una novela o cualquier obra artística se disfruta por su contenido, no porque quien la escribió sea célebre. Sólo tenemos una vida, de modo que hay que desperdiciarla —y lo digo con plena responsabilidad de mis palabras— de tal forma que seguiré leyendo por puro gusto.

Todavía suelo disfrutar de mi ausencia de memoria y del esfuerzo que hago por recordar algún nombre o información. Y cuando mi memoria funciona grito “¡Eureka!” No obstante hoy la mayoría de los usuarios teclean en sus aparatejos —los cuales llevan adheridos como una costra alienígena a la palma de la mano— y ya está, ya saben, disfrutan, según ellos, de la tecnología, fuera de pensar en que cada vez más nos transformamos en seres dependientes y primitivos. Conozco a alguien que goza de buena salud física y que posee un automóvil para moverse cinco kilómetros diarios, sin embargo, paga espacio en su edificio y en la calle para acomodar la máquina, paga seguros, verificaciones, composturas, tiempo en el tráfico, etcétera; todo esto en vez de disfrutar diariamente de una caminata que lo mantendría seguramente en buena forma (Guy Davenport escribió un magnífico ensayo al respecto: ¿Qué son las revoluciones?). En fin; yo seguiré perdiendo mi tiempo.

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