¡Qué placer despierta el lograr molestar a los cretinos! Yo lo practico a menudo, pero es un trabajo inabarcable y a raíz de ello me inclino por la gentileza. Sin embargo, cuando es posible molestar y hacer resbalar al arrogante o a la pedante no existe disfrute más reparador. Esto viene a cuento porque la editorial Romario en Febrero, ha publicado un libro-cuaderno que lleva por título Mutar o morir: con Burroughs en Kansas, de David Ohle. El autor, nacido en Nueva Orleans en 1941, fue amigo íntimo de William Burroughs, a quien conoció en Kansas y cuya amistad fraguó la escritura de este libro. Ohle, además, escribió un libro belicoso, crítico de la guerra y de alma delirante, Motorman, que se transformó en leyenda desde principios de los años setenta y que ahora ha sido publicado por la editorial Periférica.

En este breve libro (Mutar o morir:...) Ohle narra la experiencia de su relación con el autor de Naked Lunch, de manera que uno es testigo de la voz concertada y bien hilada: conversación y complicidad. Ohle rescata algunos párrafos deshilvanados de Burroughs, aunque legítimos en sus preguntas y afirmaciones: “¿Acaso el futuro será tan frío como la vejez?” “El futuro sólo está asustado”. “Querido Mundo, te dejo con tus precauciones”. “No hagas todos los duelos el mismo día”. “Los esquizofrénicos huelen mal, como orina de ratón”. Yo no fui buen lector de Burroughs, pese a leer seis o siete libros de él en mi juventud. Me atraía su figura legendaria y sus vicios, aunque disfruté Queer y El almuerzo desnudo, que David Cronenberg convirtió en película, si mal no recuerdo.

En el libro de Ohle, el lector se entera de que la pasión de Burroughs fue el vodka con hielos, las armas y la heroína. De allí que debiera someterse a tratamientos con metadona (un analgésico sintético que aminoraba sus adicciones). Le parecían ridículas las prohibiciones —lo continúan siendo—, ya que antes de la fecha de su nacimiento en 1914 todas las sustancias se hallaban permitidas. Kerouac le resultaba un tanto antipático aunque escribieron al alimón Y los hipopótamos se cocieron en sus tanques; de Kerouac afirmaba que era “un gorrón y un mal huésped”. Todos sabemos que en México, lugar asiduo en las novelas de Bill, éste mata por accidente, en 1951, a la escritora Joan Vollmer, su pareja de 28 años. La tragedia tuvo lugar en la colonia Roma. Pero si alguien quiere saber más al respecto existe un libro publicado hace casi treinta años; La bala perdida, de Jorge García Robles, en Ediciones El Milenio, donde trata el asunto (me dicen que se ha vuelto a publicar en España).

El libro de David Ohle que cito en esta columna, viene acompañado por un cuadernillo que muestra obra de Daniel Guzmán (1964), uno de los más importantes dibujantes mexicanos del siglo XX y de lo que corre durante el XXI. No hay buenos artistas sin lecturas que los acompañen, y el universo imaginario y culto de Daniel me es tan grato y perturbador que, en lo personal, me interesa más que la figura de Burroughs a quien, si bien le concedo el acoso delirante y fragmentario de sus novelas, no ha sido uno de mis escritores de cabecera. Ignoré lo que se dio en llamar movimiento beat y me arrinconé en una cocina leyendo a otros autores. Y no obstante, esa necesidad de molestar a la que me he referido en un principio fue natural en Burroughs, escritor que despreciaba la felicidad como finalidad de la vida; y en aras de una rebelión constante que lo liberara del lenguaje y del tiempo lanzaba anatemas de manera constante. “Cada uno de mis personajes es la encarnación de una enfermedad”, apuntaba. Cuando alguien lo llegaba a confundir con Edgar Rice Burroughs, creador de Tarzán, aquel le respondía: “No, yo soy el Burroughs de St. Louis, Missouri”. Así es: lo que sobra son confusiones.

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