La semana pasada leímos y escuchamos opiniones de todo tipo en los medios y redes sociales acerca del ataque armado en contra del jefe de la policía de la Ciudad de México. Naturalmente, existió una competencia por conseguir información de la más alta calidad a través de distintas fuentes, ya sea el docente especialista en temas de crimen organizado, el experto en seguridad pública, el consultor versado en protección ejecutiva o aquel que tiene “conectes” para allegarse información de carácter confidencial.
Juicios van y vienen, pero considero que todos coincidimos que este atentado rebasó, y por mucho, las preferencias y tendencias políticas de cualquiera de los que conformamos nuestra dividida sociedad. El ataque fue más allá del presente gobierno, se convirtió en un reto a la nación y al Estado. Lo que se haga o deje de hacerse de ahora en adelante, marcará la pauta para que el crimen organizado insista o desista en volver a cometer un acto similar.
Por lo tanto, no basta con “aumentar” la seguridad de los miembros clave del gobierno. Vehículos con mayor blindaje y más personal con mejor armamento no son la solución. Sin duda son un importante eslabón en la cadena de protección y disuasión ante atacantes latentes, pero hacer más duro y menos accesible un blanco potencial es solo parte de la ecuación. Y que no se nos olvide que existen muchos servidores públicos que no hay forma de que cuenten siquiera con un modesto dispositivo para su seguridad personal.
Es imperativo entender que el crimen organizado no es unidimensional, tiende redes y conforma alianzas, ya sean voluntarias o coaccionadas. Los sicarios que vimos atacar a Omar García Harfuch atraen los reflectores en los periódicos y noticiarios todos los días, pero el auténtico crimen organizado va más allá de su visible brazo armado. Hay otras dimensiones que incluyen políticos, empresas legalmente establecidas, la policía, ministerios públicos y jueces. Y, por último, la sociedad civil que ejerce su rol clientelar para la adquisición de los bienes robados o de las drogas ilícitas.
El gobierno debe operar a través de actividades de inteligencia preventiva (como la congelación de cuentas bancarias al CJNG), sin importar los colores y banderas políticas de los actores. Se debe procesar y analizar la información para saber qué, cuándo y cómo ocurrirá y quiénes son los actores. Se debe dar monitoreo y seguimiento exhaustivo a la información obtenida para detectar e informar sobre cualquier amenaza potencial y así poder llevar a cabo un proceso adecuado en la toma de decisiones. El CISEN es (o era) el órgano ideal para ello, pero debido a que “espiaba” a los rivales políticos del gobierno en turno, también ha sufrido modificaciones que disminuyen sus atribuciones.
En los últimos tres lustros, la seguridad pública en México ha tenido una notoria y progresiva descomposición que ha contribuido de forma proporcionalmente inversa para el crecimiento y fortalecimiento de organizaciones criminales de todo tipo. Culpar al pasado no va a corregir el presente, mucho menos ayudará a planear mejor el futuro.
No es posible borrar en un solo sexenio décadas de abandono, corrupción, negligencia y errores, pero decirlo abiertamente, cuando esta fue una de las principales razones de la victoria de AMLO, simplemente no contribuye en nada. ¿Seguirá pidiendo un año más para dar resultados y así sucesivamente hasta el final del sexenio?
Esto no significa de ninguna manera que la guerra esté perdida y que no se puedan sentar las bases de un auténtico y efectivo sistema de seguridad pública para combatir y contener el crimen. El gobierno debe entender que no es una carrera de 100 metros contra reloj, sino un maratón. Le urge aceptar que no tiene muchas alternativas y lo mejor que podría hacer es dejar una clara y marcada tendencia estadística a la baja (en los crímenes de mayor violencia e impacto) para que la siguiente administración continúe el trabajo. Ya no puede pedirnos un año más.
López Obrador lleva recorrido poco menos de un tercio de su mandato. México le agradecería por siempre si logra ese punto de inflexión y nos ofrece una curva a la baja que la violencia criminal se niega a aplanar.
Especialista en seguridad corporativa
@CarlosSeoaneN