Como consultor en seguridad, en las pasadas dos décadas he investigado robos de carga y despojos de vehículo. Nunca vi a agresores abrir fuego indiscriminado desde distintos ángulos al interior del auto. Si la intención es robar, no destruyes el activo; si es secuestrar, no matas a la víctima en la fase de captura.
Esta breve introducción viene a colación a raíz del ataque al vehículo que transportaba a la nieta del gobernador sinaloense Rubén Rocha Moya la semana pasada. Para mi asombro, la agresión fue minimizada como algo cotidiano: un vil y vulgar intento de robo de vehículo sin mayor relevancia.
Lo ocurrido, simplemente no encaja en ese patrón. Así es que pasemos a la autopsia del evento.
1) Lo que sí parece un asalto… y lo que vimos aquí
Un despojo típico busca tres cosas: rapidez, control y preservar el activo (el vehículo) ya sea para revenderlo, canibalizarlo o utilizarlo. El agresor apunta, amaga, bloquea y reduce al conductor; no hace llover plomo sobre la cabina buscando perforar parabrisas, ventanas y puertas a diestra y siniestra.
Lo de Culiacán fue otra coreografía: disparos desde distintos ángulos, multiplicidad de impactos, dos escoltas heridos y una menor en riesgo. Lo que vimos tiene ADN de emboscada.
2) La economía del crimen tampoco cuadra
El robo de vehículo es un delito con lógica financiera. Acribillar la unidad contradice el incentivo. Y si alguien va a secuestrar, dispara lo mínimo indispensable para amedrentar y controlar, no para aniquilar al objetivo.
Por otro lado, nos piden creer que un grupo de asaltantes callejeros decidió “robar” una camioneta con escoltas… porque, claro, ¿qué criminal no quiere subirle gratuitamente el nivel de riesgo a su delito?
3) Zona, timing y elección del blanco
El ataque ocurrió en un corredor principal de Culiacán a plena luz del día, no en una vía secundaria a altas horas de la noche. Y el blanco era una unidad que transportaba a la nieta del gobernador.
Cuando el crimen elige ese objetivo, ese lugar y esa ventana de tiempo, no está cazando al azar: está enviando un mensaje. Un mensaje que la narrativa oficial intenta traducir como asunto menor.
4) El eufemismo como método de gobierno
Llamarle “intento de robo” a un ataque de alto perfil no es inocuo: desarma la respuesta institucional y normaliza la violencia. Si negamos que hay un desafío directo al poder, entonces no hay que investigar como atentado.
Perfecto: problema resuelto… en el boletín. En la calle, todo sigue igual.
5) Lo que falta responder
Si de verdad fue un intento de robo de vehículo, entonces:
¿Por qué el patrón de fuego sugiere emboscada y no intimidación?
¿Cuántos tiradores y qué calibres se identificaron?
¿Cuál fue el resultado de los peritajes balísticos y de trayectoria?
¿Cómo se eligió esa ruta y quién la conocía?
¿Dónde están los registros de cámaras públicas y privadas del corredor?
¿Qué vehículos de apoyo o rutas de escape se detectaron?
La ausencia de respuestas es elocuente. El silencio técnico siempre favorece al relato político.
6) Riesgos de insistir en el disfraz
Sostener la etiqueta de “robo” trae consigo tres efectos inmediatos:
Riesgo de repetición. Si el mensaje buscaba demostrar capacidad y alcance, minimizarlo invita a un segundo acto para “aclararlo”.
Desorienta a las corporaciones. Un hecho mal etiquetado activa protocolos de investigación equivocados.
Erosiona la confianza. La gente no es tonta, gobernador.
7) Lo que haría un gobierno que se toma en serio la seguridad
Peritaje balístico integral (trayectorias, ángulos, alturas): reconstruir mecánica e intencionalidad.
Peinado del corredor vehicular: cámaras públicas/privadas, lectores de placas y rutas de salida.
Análisis de radiofrecuencias y geolocalización en la ventana del evento.
Revisión de patrones: eventos previos en la misma zona; modus operandi similares.
Contravigilancia en rutas: detección de patrones de observación y posibles filtraciones.
8) El mensaje real
Quienes dispararon buscaban escena. Buscaban noticia. Buscaban doblar.
El destinatario no era la menor —que por fortuna salió a salvo—, sino el gobernador. El lenguaje de los grupos armados no siempre se escribe con palabras, pero siempre se firma con casquillos.
9) Cuando la semántica mata
“No pasa nada. No cambia nada.” Con esta frase, Rocha Moya, descartó cualquier modificación en las medidas de seguridad (al menos en el discurso) tras este ataque armado.
10) Cierre y mi mensaje personal
Gobernador: en seguridad, nombrar bien salva vidas; nombrar mal las cobra.