“Los obstáculos son esas cosas espantosas que ves,
cuando quitas la vista de tus metas”
- HENRY FORD -
"No busques el lujo en relojes, pulseras, mansiones o veleros.
El verdadero lujo son las risas y los amigos, no estar enfermo,
la lluvia en la cara, los abrazos y los besos. No busques el lujo en tiendas,
regalos, fiestas o eventos. el lujo es que la gente te quiera, que te respeten,
que vivan tus padres y poder jugar con tus nietos. El lujo son esas pequeñas
cosas que no se pueden comprar con dinero".
- CLINT EASTWOOD -
"Nunca cambies felicidad por dinero".
- CARLOS F MORA Q. -
"¿Cómo se convirtió tu papá en el decano de los industriales madereros de Baja California?", me preguntó hace algunas semanas mi editor y compadre, el maestro Hugo A. Hinojosa, en un trayecto que se gestó en otro universo, en otro mundo, en otro México.
Habíamos salido a primera hora de Palenque con destino a San Cristóbal de las Casas, a una distancia promedio de 250 kilómetros. Necio como soy, no entendía −por más que fuera una sierra− cómo era posible que nos tomara más de 5 horas completar la ruta.
Los paisajes son tan bellos como increíbles, lo verde −que te quiero verde−, se agiganta en cada curva, en cada milímetro de vista posible, además de propiciar una charla recurrente. Curiosamente, nuestro compañero de trabajo que conducía el vehículo, de nombre Alexander, como mi nieto mayor por lo que nunca lo olvidaré, es oriundo de la región, de la que salió con menos de 4 años, por lo que iba, quizá, más emocionado que el escribiente.
A la interrogante que encabeza la presente entrega, salió de mi boca una larga explicación que no alcancé a concluir durante las casi 6 horas de viaje, incluida la parada para saborear unas sabrosas sincronizadas en Ocosingo, Chiapas. Al llegar a nuestro destino, Hugo sentenció con una frase lapidaria que me provocó literalmente escalofríos: "Con esa bella historia tienes todo el material necesario para tu próximo libro”.
Don Carlos Franklin −más adelante les compartiré los detalles de su segundo nombre− Mora Quiñonez, mi Papá (nunca Padre, salvo en muy contadas solemnes ocasiones, a diferencia de mi Madre a la que simplemente llamo así desde que tengo uso de razón, además de Consuelo, su nombre de pila, que mi abuelo Ramón desvirtuaba, llamándola “Chelito”, y le salía emocionadamente feliz, vocalmente como a nadie) tiene una vida tan desbordada de mágicos matices, que bien pudiera haberse apellidado Buendía, como el místico personaje del célebre Nobel Don Gabriel García Márquez en su inolvidable obra máxima Cien años de soledad −esta, junto con El amor en los tiempos del cólera, son libros que jamás me cansaré de releer, seguramente como todo el mundo lo hace, literalmente−.
Con esta serie que hoy arranco desde la madre patria, desbordado de alegría junto a mi amada Gemy, celebrando el segundo aniversario de la entrega del anillo que nos unió en matrimonio místico, maravilloso e increíble, pretendo realizar una novelografía, término que recientemente puso de moda mi otro compadre, mi puente permanente con la cultura, Pedro Ochoa Palacio, con su ópera prima literaria que lleva por título el sabroso enunciado Y muy tarde comprendí, que nos recuerda la hermosa melodía del inmortal “Divo de Juárez” Don Alberto Aguilera Valadez, mejor conocido como Juan Gabriel.
En este inicio, la humilde pretensión es concretar un libro casi biográfico de la fascinante vida de mi progenitor, que creo conocer mejor que cualquier otro ser humano, incluida mi Santa Madre, porque independientemente de su amor eterno −otra vez Juan Gabriel− tuve la fortuna de trabajar con él, y para él, durante más de tres aleccionadores lustros, donde además de aprender infinidad de oficios, actividades y acciones, me enseñó arduamente a trabajar sin descanso hasta el último aliento cada día, y, sin embargo, por supuesto a disfrutar plenamente el resultado del esfuerzo laboral ganado con honradez, honor, lealtad, diligencia, sus máximas e infinitas virtudes.
Antes de concluir esta columna deseo señalar enfáticamente que, con la guía de mi Dios Padre, nuestra siguiente entrega literaria deberá ver la luz para su onomástico número 90, en diciembre de 2026.
Así que, adorado Papá, nada de que “ya estoy cansando” y no sé qué y no sé cuánto, todavía tienes mucho que hacer; hijos, nietos y bisnietos que aconsejar y guiar. Además, te recuerdo con mucho cariño que eternamente juraste que no te irás antes que mi Santa Madre y ella, bendito sea el creador del universo y su mágico cielo, sin la menor duda, aún tiene más pila que tú y yo juntos.
Obviamente continuará, queridas amigas, apreciados amigos, distinguidos lectores, amada familia.
Añoranza:
Esta columna, con el monumental permiso por su generosa atención, se tomará unos días de breve descanso, eternamente agradecido nos leemos nuevamente en el primer sábado del mes de octubre, por favor, millones de gracias.
Y cierra.
Hasta siempre, buen fin.