No es casualidad que haya gran expectativa por el monstruo que decidió revivir Guillermo Del Toro en su nueva apuesta cinematográfica. Su versión de Frankenstein se estrenará a nivel mundial y luchará por su segundo León de Oro en el Festival de Cine de Venecia, que comienza este 27 de agosto.
El primero lo obtuvo con La forma del agua en 2017, cinta con la que después ganó el Oscar a Mejor película y Mejor dirección. Frankenstein nació en un tiempo de temblores, cuando la Europa de principios del siglo XIX vibraba entre descubrimientos que desafiaban la comprensión humana y debates sobre los límites de la creación.
Mary Shelley escribió su historia en la frontera de lo conocido y lo incierto, en un mundo fascinado y aterrorizado por lo que la ciencia podría alcanzar. Su monstruo era el reflejo de la ambición, la soledad, la responsabilidad de lo imaginado. Por eso es que su narración está sembrada de preguntas que atraviesan el tiempo.
Prueba de ello es que dos siglos después, cuando el mundo se encuentra en las mismas encrucijadas, la historia se vuelve a hacer vigente. El crecimiento apresurado de la ciencia, la inteligencia artificial, los experimentos que redefinen lo humano producen un vértigo similar al de otros tiempos. ¿Hasta dónde podemos crear sin que las consecuencias sean inasumibles o aterradoras? ¿Qué ocurre cuando lo que diseñamos escapa a nuestro control?
En un presente con ritmo meteórico, Frankenstein resurge, aunque oscuro, como faro. Su narración enfoca dilemas éticos y existenciales. Nos obliga a mirarnos en el espejo. Ahora que la tecnología margina a los que la cuestionan, esa mirada adquiere más fuerza. El cineasta tapatío ha asegurado que entiende la soledad del monstruo, su condición de outsider. Él mismo se ha sentido distinto al observar un mundo que no siempre arropa a quienes piensan diferente.
Es una historia, además, que explora la paternidad, otro tema que Del Toro ha reconocido considerar irresistible. La relación entre el creador y su criatura refleja la complejidad del amor incondicional e imperfecto. Ahonda en cómo la ambición sin cuidado hiere, así como la distancia entre el padre y el hijo deja cicatrices. El monstruo no solo busca sobrevivir: exige reconocimiento, afecto, empatía. Es imposible abordar este relato sin tener en cuenta la ceguera que provoca criarse en la oscuridad, el cómo el rechazo y el abandono se transforman en rencor.
En un mundo en el que el odio, el castigo a lo diferente, la opresión sin piedad pisa todos los rincones del planeta, esta historia se hace relevante. No es casualidad que sea tan esperada, tampoco que el realizador mexicano por fin haya podido materializar el deseo de rodarla. Acercar a las personas a las reflexiones que conlleva la metáfora de Frankenstein es magistral.
Solo un visionario como Guillermo pudo intuir que hoy más que nunca hay que contar historias que ayuden a entender la fragilidad que late, temblorosa, en los seres humanos.