La aviación comercial en América Latina y el Caribe tiene todo para despegar a gran altura: una geografía vasta que requiere conectividad, un potencial turístico innegable y una población en movimiento constante. La región transporta un promedio anual de 480 millones de pasajeros, aproximadamente el 10% del total global. No obstante, una vez más, la realidad nos pone los pies —y los aviones— en la tierra.

Como recientemente lo ha declarado Peter Cerdá, vicepresidente regional de la Asociación de Transporte Aéreo Internacional (IATA), América Latina y el Caribe enfrenta tres turbulencias crónicas que impiden su consolidación como motor de desarrollo y competitividad global: la inestabilidad política, la precariedad en infraestructura y una carga tributaria que limita el crecimiento.

En el plano político, la falta de continuidad en los proyectos de transporte, el intervencionismo en los mercados aéreos y las crisis institucionales han deteriorado la confianza de los inversionistas y operadores. En algunos países, las aerolíneas vuelan casi a ciegas, sin certezas jurídicas ni planes nacionales que garanticen condiciones estables.

La infraestructura es otro lastre. Varios aeropuertos están desbordados, operan por encima de su capacidad y sin visión a largo plazo. La falta de modernización, especialmente en aeropuertos secundarios, ha limitado la expansión de rutas regionales y, en muchos casos, hace inviable abrir nuevos mercados. Las terminales de Ciudad de México, Bogotá, Lima o Santiago no solo muestran saturación, sino que revelan una debilidad estratégica: la aviación no ha sido tratada como un eje de desarrollo nacional.

Y como si esto no bastara, la carga fiscal sobre el sector se ha convertido en un freno estructural. Impuestos elevados al boleto aéreo, combustibles, servicios aeroportuarios y tasas gubernamentales aumentan significativamente los costos de operación. Según estimaciones de la Asociación Internacional de Transporte Aéreo (IATA), volar en América Latina puede ser entre 20% y 30% más caro que en otras regiones del mundo. Un lujo que pocos pueden pagar, y que margina a millones del acceso al transporte aéreo.

Frente a este panorama, urge replantear el modelo. La aviación debe ser parte integral de las estrategias de desarrollo económico y conectividad social. Se necesitan acuerdos regionales más robustos, inversiones públicas y privadas en infraestructura moderna, y una reforma fiscal que haga más viable y accesible volar en la región.

La aviación no sólo transporta personas: transporta oportunidades, comercio, cultura, desarrollo. Ignorar su potencial es renunciar a una herramienta clave para el futuro de América Latina y el Caribe.

La aviación no es un lujo. Es una necesidad estratégica para unir territorios, acercar economías y hacer posible el desarrollo. Cada vez que una aerolínea cierra una ruta en América Latina por falta de rentabilidad, no solo perdemos un vuelo: perdemos una oportunidad.

Si no despejamos pronto el cielo de estos obstáculos, seguiremos condenados a mirar cómo otras regiones avanzan mientras nosotros apenas despegamos.

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