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Consolidadas como santuarios del hacinamiento, desprovistas de normas sostenidas de higiene y relegadas a los últimos lugares de atención sanitaria, las cárceles de América Latina y el Caribe podrían convertirse en uno de los focos de mayor impacto de la pandemia del Covid-19 para una población penitenciaria regional de casi 1 millón 600 mil reclusos.
Perdidos entre las aglomeraciones humanas, marginados a los rincones del desamparo urbano y olvidados por las políticas públicas de socorro social, los indigentes engrosan una de las comunidades latinoamericanas y caribeñas con más riesgo. Ocultos en las redes regionales clandestinas del contrabando de hombres y mujeres de América, obligados a viajar en precario y sometidos al sigilo por los traficantes, los indocumentados cubanos, haitianos, africanos y asiáticos quedan expuestos.
Aunque las autoridades sanitarias internacionales alertaron que cualquiera que ignore las reglas básicas de higiene y protección podría enfermarse, el escenario es inquietante para los privados de libertad, en situación de calle o en las cadenas migratorias. “La población penitenciaria es vulnerable. Son personas que conviven muy cerca unas de otras”, dijo la médica costarricense Dixiana Alfaro, jefa nacional de los Servicios de Salud Penitenciarios del Ministerio de Justicia de Costa Rica.
“No es lo mismo una habitación de una casa, en la que pernocta uno o máximo dos individuos, que las habitaciones de los penales en las que, aunque son más grandes, pernocta un gran número y la posibilidad de contagio es mucho más alta”, explicó a EL UNIVERSAL.
Por el Covid-19, el sistema penitenciario de Costa Rica implantó hace semanas un control de sanidad e higiene para internos y empleados de seguridad, administrativos y de servicios, reforzó la limpieza en los edificios y restringió las visitas a los prisioneros. Medidas similares se tomaron en otros presidios hemisféricos.
Molestos por las restricciones que se les impusieron para mitigar el Covid-19, más de mil 300 reclusos se fugaron el lunes de cárceles de Brasil. Otro foco de crisis es el migratorio. La oficina en Honduras de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) advirtió que en el entorno de la migración hay “barreras” al servicio de salubridad y “malas condiciones” de vida, trabajo y explotación que “pueden representar riesgos para la salud” del migrantes. Los gobiernos deben adoptar un “enfoque inclusivo” que les garantice, “independientemente” si su estatus migratorio es regular o irregular, acceder a centros de salud “sin temor a estigma, arresto o deportación”, insistió.
Mujeres y hombres, infantes, jóvenes, adultos y ancianos, en indigencia “son muy vulnerables al coronavirus”, narró la costarricense Mariela Echeverría, jefa de Servicios Sociales de la Municipalidad de San José. “La primera prevención para evitar el contagio es la higiene y el lavado de manos, pero el habitante de la calle tiene poco o ningún acceso a eso. Se pide que la gente evite salir de su casa y se aísle, pero el habitante de calle no tiene ni casa”, contó. “Las medidas preventivas mundiales son de casi ningún poco alcance para esas personas”.