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Estambul
.- Son incontables los perros y gatos que vagabundean por las ciudades sin saber que existe al menos un lugar en el mundo donde sus congéneres gozan de privilegios impensables, disfrutando del respeto y el cariño de la gente que les procura a diario su sustento y les habilita espacios para que puedan refugiarse, sobre todo cuando arrecia el frío en las calles.
Ese lugar se llama Estambul , una ciudad de 15 millones de habitantes en la que decenas de miles de perros y gatos sin dueño campan a sus anchas, confundiéndose amigablemente con los vecinos y turistas de la bulliciosa metrópoli turca.
En contraste con la práctica de otras ciudades del planeta donde perros y gatos sin dueño sobreviven como pueden, muchos de ellos famélicos o enfermos, Estambul hace gala de la saludable condición de sus mascotas, convenientemente supervisadas.
Foto: Cortesía Victoria Moreno
Los animales son censados, vacunados y desparasitados periódicamente por las autoridades locales, que también llevan a cabo campañas de castración para controlar el incremento de la población, con una inversión de más de 4 millones de euros en los últimos ocho años. Las autoridades también se encargan de mantener la higiene en las calles, por lo que los excrementos son recogidos puntualmente.
Los perros llevan un chip en la oreja como distintivo confiable; los felinos disponen incluso de pequeñas casetas de plástico hechas artesanalmente por los vecinos en las que pueden guarecerse. En épocas invernales en las que el frío se vuelve excesivo en las calles, algunos establecimientos abren sus puertas para acoger a los gatos, mientras otros estambulíes dejan cartones y cobijas en los portales de los centros comerciales para que se protejan los perros.
Foto: Cortesía Victoria Moreno
Son gestos solidarios labrados durante décadas, sobre todo desde principios del siglo XX, cuando el gobernador de Estambul liberó a los canes que habían sido capturados y deportados décadas atrás por orden del Sultán. Desde entonces, los perros fueron repoblando la ciudad para llegar a establecer con los humanos una convivencia excepcional, que se prolonga hasta el día de hoy.
Durante los tórridos meses de verano, es habitual ver a los locales acercarse a un grupo de gatos para ofrecerles un cuenco con agua de su propia botella. Y también es normal que los vehículos se detengan para no atropellar al perro que dormita sobre la cinta asfáltica, antes de invitarlo amablemente a regresar a la acera. En algunos casos, los estambulíes incluso ayudan a los canes a cruzar las calles más transitadas.
Los niños se acercan y juguetean con los gatos. Sus padres, despreocupados, porque los felinos están acostumbrados a las caricias de los viandantes y suelen aceptar con gusto los apapachos del extraño, aunque el visitante no puede evitar la sensación de que en cualquier momento y ante el atosigamiento del pequeño, el gato sacará a relucir sus uñas. Pero nunca se produce la agresión.
En contraste con la afición a los gatos, en los países musulmanes el perro es considerado como un animal impuro, que debe permanecer lejos del hogar. Sin embargo, los estambulíes han sabido conjugar la centenaria tradición islámica con el cuidado de los canes en las calles.
Deambulan por toda la ciudad, pero suelen preferir los pasajes más sosegados antes que las zonas turísticas más concurridas. Por lo general habitan en áreas delimitadas, cerca de familias a las que se acostumbran o restaurantes que les facilitan el sustento diario; sin molestar a nadie.
Los perros y los gatos de la ciudad turca no sólo cuentan con seguidores a pie de calle. También es habitual su presencia en las redes sociales, en las que vecinos y turistas publican incesantemente sus fotos.
El maltrato a los animales está castigado por ley desde 2009, pero a la vista de los cuidados que los lugareños prodigan a canes y felinos esta normativa se antoja innecesaria en Estambul , ya que los animales se hallan plenamente integrados. Con el paso de los años se han convertido en auténticas mascotas colectivas.
agv