
Estar en una ovación que se prolonga durante más de doce minutos equivale al tiempo que se tarda en ver medio capítulo de una serie de situaciones. También se puede caminar un kilómetro a paso relajado, escuchar tres canciones completas (de las largas) o planchar una camisa y dejarla perfecta.
Eso es lo que duró el público de pie, emocionado, aplaudiendo y vitoreando a Guillermo del Toro tras el estreno mundial de "Frankenstein" en Venecia. El director mexicano, conmovido, ya no sabía qué más hacer: abrazó a sus protagonistas Jacob Elordi, Oscar Isaac y Mia Goth, entre muchos otros amigos que estaban cerca de él.
Rió, se secó unas cuantas lágrimas, saludó a los de arriba, a los de abajo, a un lado y al otro de la Gran Sala. Incluso hizo algunos pasos de baile jugando con el público. Pero el recinto seguía rugiendo. Hasta que se resignó a comenzar a caminar, dio las gracias varias veces vez más y dejó que la sala se fuera apagando.
No es que los minutos cronometrados después de los créditos finales en las premieres de los festivales den puntos o garanticen premios en la Competencia, pero cuando se viven momentos así es imposible no sobrecogerse y saber que el filme ha movido algo profundo. Eso pasó con "Frankenstein". No cabe duda de que el monstruo que Guillermo trajo al Lido triunfó.
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