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V1-Truvius es un robot en stop motion que, como un Frankenstein a la inversa, intenta unir con hilo distintas partes humanas, para armar a su creador; Selah, en tanto, es un pez en animación 2D en un traje tecnológico, que trata por todos los medios llevarle sopa a una ratita que habita en un basurero.
Las historias pueden sonar raras, pero sus autores Mario Alberto Rodríguez y Maya Lugo Hernández, de 29 y 21 años de edad, respectivamente, han animado a festivales como el Pixelatl y Shorts México, así como algunos en Rusia y Argentina.
Ambos, estudiantes de la licenciatura de animación de la Escuela Superior de Cine (Escine) son parte de la sangre nueva de la animación mexicana, que se está formando en distintos semilleros y que continuarían coloreando lo iniciado en este siglo por compañías como Anima Estudios y Huevocartoon.
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“Estudié derecho, pero el camino del abogado se desvió, ahora rento mi auto en Didi y Uber, parta enfocarme en lo que me gusta”, dice Mario.
“Mis cuadernos escolares estaban lleno de garabatos y hasta dibujaba en los exámenes, me quitaban un punto, pero qué importaba”, cuenta Maya.
La animación es un género permanente a nivel internacional y sin edad. Tan sólo este día 15 regresó a salas Coraline, filme estrenado comercialmente en 2009.
En México no hay cifras oficiales, pero un estudio ejecutado en el Libro Blanco Quirino, editado por los Premios Quirino que anualmente reconocen a la animación iberoamericana, detalla la existencia de unos de 50 espacios educativos relacionados con la técnica.
Aun con la existencia de diversos tutoriales y programas gratuitos disponibles en web, el aprendizaje es ahora fundamental a diferencia de hace poco más de dos décadas, cuando varios animadores era autodidactas.
La animación no sólo es hacer películas o series, sino un universo a veces poco reconocido, como el leve movimiento de una prenda en cintas de acción viva, por ejemplo, la capa de un superhéroe.
Los propios Quirino, basados en un análisis de 23 países de la región, asegura que seis de cada 10 empresas han tenido dificultades para encontrar algunos perfiles de animadores y que los trabajos más demandados por ellas son los de rigger (creadores de estructuras internas para personajes 3D) en 25%; la composición, en 13%, y el modelado, con 9%.
“Hemos visto un crecimiento en la demanda de gente queriendo estudiar animación y sí creo que Pinocho fue un detonar importante para el stop motion”, dice Angélica Lares, directora del Taller del Chucho, iniciativa apoyada por Guillermo del Toro y donde se realizaron cinco minutos del filme.
Este año, comenta Lares, en lo que fue el primer curso de especialización de seis meses de duración, se tuvo a poco más de 40 alumnos y, en una figura llamada residencias, se contabilizaron 60 guiones de cortometrajes, de ahí se encuentran dos en producción.
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Dependiendo el colegio, las mensualidades estriban entre los 6 mil y más de 10 mil pesos.
Este mes el espectro educativo se seguirá ensanchando, pues la Facultad de Cine, en la Ciudad de México, es desde este mes un nuevo espacio para aprender animación a nivel carrera que tendrá una duración de tres años y medio.
“En la animación mexicana vamos tarde si hablamos de industria, pero hay mucho talento y es algo que no va a parar, hay mucha demanda para producción comercial, para cine, pero también en videojuegos y apps”, destaca la coordinadora Vanessa Quintanilla.