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En el sentido clásico de la expresión, mal hombre es aquella persona que carece de virtudes públicas y privadas. En la antigua Grecia, en donde no había una clara división entre ambas esferas, el mal hombre era asociado con el idion, el hombre idiota que no se interesaba y que no contribuía con los temas de interés público, para mejorar las condiciones de organización social. Claramente millones de inmigrantes ilegales en EU contribuyen todos los días con su trabajo y pago de impuestos indirectos a mejorar el estado de las cosas en sus respectivas comunidades, de tal manera que no son bad hombres, al contrario, en muchos casos, son buenos hombres, altamente productivos y observantes de la ley, porque se saben muy vulnerables ante la mínima falta cívica en la que pudieran incurrir.
Pero este no es el caso del señor Trump, quien se jacta de ser un beneficiario astuto del sistema fiscal de EU para no pagar impuestos y con ello evadir su obligación ciudadana y su contribución pecuniaria, que se debería de dirigir a sufragar, entre otras cosas, los diversos programas sociales y políticas públicas que buscan reducir la desigualdad social imperante y creciente que existe y que en buena medida ha sido promovida por personajes que han abusado de su condición de privilegios y de una ambición desmedida por acumular dinero de manera ilegítima, como es su caso.
En la acepción que utilizó para marcar con un sesgo discriminatorio a los inmigrantes ilegales, se le olvidó o finge no saberlo, que la construcción del vecino ese país fue y ha sido gracias a la inmensa movilidad intercultural y racial con la que se conformó su sociedad política a lo largo de tres siglos. Este es el mejor ejemplo de lo que puede hacer la tolerancia y la inclusión para crear una sociedad multicolor que se puede regir por valores, leyes e instituciones comunes, que al día de hoy son altamente valoradas porque han logrado conciliar libertad con diversidad, igualdad con dignidad, multiculturalismo con pluralismo dentro de un sistema de reglas llamado democracia. Claro está que no fue cuestión de un día edificar una sociedad con estas características pero, una vez alcanzado, quedó un legado de civilidad y racionalidad que ha posibilitado la convivencia e integración pacífica de una sociedad diversa, que tiene un idioma y una bandera oficial, pero al mismo tiempo distintas lenguas, creencias, convicciones y costumbres.
Todo su odio xenofóbico, racista, clasista, misógino y excluyente nos muestra a un mal hombre, al idion del mundo antiguo, del que no tendrían mayor relevancia sus dichos y actitudes si no fuera porque está buscando ser el próximo presidente de EU, y por la naturaleza del cargo y la importancia del país claramente hay especulaciones y obvias consecuencias, que no son ajenas a nosotros, como país y sociedad.
Lo más preocupante es su desdén por la democracia, por reconocer y aceptar las reglas que hacen posible que las diferencias entre los competidores políticos sean procesadas por medio del voto libre del ciudadano y por supuesto de las leyes que regulan el proceso electoral. Sin embargo, su posición pública ha sido para desacreditar tanto al sistema político como a los actores que participan de diversas formas y expresiones.
Es preocupante, porque a pesar de que todo indica que no va a ganar la elección, hay un alto porcentaje de personas que lo apoyan, que están del lado en donde se incita a la división, polarización, desconfianza, racismo y enfrentamiento entre los mismos ciudadanos. Tal vez es la ignorancia, o bien la desesperación y frustración del hombre común frente a la incompetencia de una clase política que no ha logrado entender y resolver las urgentes necesidades de aquellos a los que quiere representar. Son las contradicciones y los riesgos de la democracia.
Académico por la UNAM