Enviada
CHICAGO. —
Llegar a esta ciudad es un shock para los sentidos. Sus ruidosos puentes de metal, los rascacielos que parecen contar detalles de distintas épocas y el viento que amenaza con arrastrarte por la calle, crean una combinación que a la vez seduce y aturde. Pero lo que jamás esperé ver eran personas usando gorritos de Santa Claus en plena avenida, espectáculos de iluminación en lleno total y grupos de jóvenes cantando villancicos a todo pulmón. La gran ciudad también tiene sentimientos.
Visité el destino dos semanas antes de Navidad y, aunque suene ingenuo, me impactó su enorme espíritu de celebración. No se trata de la cantidad de eventos especiales, sino del entusiasmo que expresan sus habitantes. Resulta una atracción más de la urbe que, por sí misma, es impresionante todo el año.
Teatro, luces y vino calientito
Aunque no se trata de una tradición autóctona, el mercadillo navideño ( Christkindlmarket , en alemán) se atiborra de familias y de amigos que toman turnos para curiosear entre los puestos. Cada negocio está dentro de una especie de “casita” de madera decorada con guirnaldas.
La Plaza Daley
, donde se instala el mercadillo, queda a un minuto del Ayuntamiento de la ciudad. Al estar rodeada por rascacielos , resulta curioso sumergirse en esa atmósfera de un pueblito europeo del siglo XVI.
Aunque ni siquiera era un día tan frío, quise seguir el juego y beber una taza de glühwein , un vino tradicional que se toma caliente y sabe a ponche “con piquete”.
(Foto: Jorge Garaiz)
En los puestos encontré adornos decembrinos de madera y cristal, importados de distintos países. También hay delicias alemanas, como pretzels, salchichas y strudel. No me encontré a Santa, pero sí al Christkind . Así se le llama al Niño Jesús, quien entrega los regalos en países germanoparlantes, principalmente.
Si hablamos de costumbres internacionales que Chicago ha hecho suyas, hay que mencionar a El Cascanueces . El destino se las arregló para convertirse en la estrella del show que se presenta hasta el 30 de diciembre. Esta versión de la historia toma forma durante los preparativos de la Exposición Universal de 1893, e incorpora las postales industriales de la ciudad en su espectacular juego de luces.
Antes de que los movimientos de los bailarines me introdujeran en la trama, ya me sentía parte de ésta al observar el Auditorium Theatre . Fue construido justo a finales del siglo XIX y alguna vez fue la edificación más alta de la urbe.
Chicago tampoco inventó las instalaciones de luces, pero cuando se organiza una, el resultado es imperdible. Por eso, visitar los eventos decembrinos del Lincoln Park Zoo es algo que requiere planeación: la ciudad entera quiere estar aquí y, conforme oscurece, el tráfico se vuelve más complicado. Casi todas las noches, hasta el 7 de enero, dos millones de luces decoran el zoológico. Invaden árboles y esculturas de hielo creadas para esta ocasión. Son tantas, que una parte (30 mil, exactamente) se utiliza para crear un pequeño laberinto.
Entre juegos de feria y una experiencia 4D , los adultos tardan apenas segundos en perder la compostura. Los martes, miércoles y jueves se imparten talleres de creación de juguetes, que después se donan a refugios de animales.
Arte y vértigo
No todo es brillo y escenarios de fantasía. Entre un evento navideño y otro, tomé descansos para conocer otros lugares que merecen una visita concienzuda, sin importar la época del año.
Dos museos me impresionaron en particular. El primero de ellos es el American Writers Museum , inaugurado este año. Por el nombre, lo único que imaginé fue un espacio con luz tenue y cientos de volúmenes antiguos. Sin embargo, el interior es una sorpresa: un paraíso para cualquiera que disfrute de la lectura , con exhibiciones interactivas cuya única regla es tocar lo que esté a tu paso para encontrar datos curiosos y material multimedia.
Hay biografías de autores y toda una sección de “juegos” que instruyen sobre el trabajo de un escritor y la importancia de respetar el significado de cada palabra. Cuando sentí que la inspiración había llegado, me alegré al ver una mesa con máquinas de escribir viejitas, donde los visitantes pueden crear pequeños textos y pegarlos en la pared.
(Foto: Jorge Garaiz)
Tampoco es un recinto exclusivo para adultos: se acondicionó una cómoda sala de literatura infantil , con murales color pastel e información bastante interesante.
Mi museo número dos es el famoso Art Institute , cuya colección, se podría decir, abarca casi todas las épocas y se extiende por el mundo entero.
La buena noticia es que puedes elegir tu estilo o periodo histórico favorito y empezar a explorar desde ahí. Tan solo en el arte pictórico, el recinto resguarda trabajos de autores como Rembrandt, Gauguin, Dalí y Picasso. Por si fuera poco, están las exhibiciones temporales; justo ahora se muestran obras de Andy Warhol . La mala noticia: pasar un día completo no es suficiente. Mi experiencia lo demuestra: estuve tres horas en el museo y, durante ese lapso, corrí frenéticamente de un edificio a otro (el instituto está conformado por varias construcciones unidas) para alcanzar a ver lo que más me interesaba. Eso sí, cada gota de sudor valió la pena.
Por último, en una ciudad como ésta, conocida por sus rascacielos, había una experiencia a la que no podía faltar: subir a algunos de ellos para sentirme insignificante con la increíble vista de Chicago y tener un miniataque de pánico debido a la altura. Seguro somos muchos los que ansiamos esto. Cada vez existen más actividades que explotan ese gusto por el vértigo.
Una de ellas se lleva a cabo en el Skydeck de la Torre Willis , en una especie de cubo transparente que sobresale del edificio a 412 metros de altura. En el John Hancock Cente r hay un atractivo similar, a 304 metros. Aquí, debes recargarte en el borde de la ventana, viendo hacia el exterior, mientras que, poco a poco, el cristal se inclina hasta dejarte casi de frente al abismo.
Caminatas y atracones
Una cosa pude concluir después de visitar varios restaurantes en Chicago: sus habitantes son de muy “buen diente”. Las porciones son enormes y, aunque tu idea de diversión sea descubrir qué tanto puedes comer, a veces resulta extraño.
“Si sirven poquito, los restaurantes no duran”, cuenta entre risas un mesero de Benny’s Chop House , un sitio especializado en cortes. La carne de Wagyu (considerada la mejor del mundo) y una charola repleta de langosta y otros mariscos, están entre sus platillos estrella. Otro lugar capaz de enloquecer a cualquiera es The Dearborn . Se antoja muchísimo almorzar aquí; su carta incluye poutine (un platillo típico canadiense) con pork belly y huevos escalfados con salmón a la parrilla.
Si no sabes por dónde empezar, es buena idea tomar un recorrido gastronómico. Los que realiza la empresa Bobby’s Bike Hike dan una gran muestra de lo que hace realmente especial a la ciudad, no solo hablando de comida. Tienen un tour navideño con una parada en Millennium Park, el emblema del destino, para conocer su pista de hielo y tomarte la foto obligada en The Bean (que en realidad se llama Cloud Gate), la famosa escultura de metal de Anish Kapoor que refleja los rascacielos en su superficie. Mi parte favorita del paseo: probar la deep dish pizza, oriunda de Chicago. No es como la que comemos, pues los ingredientes van debajo de la capa de queso, no encima.
Mi ruta termina en la cervecería Goose Island , otro de los mayores orgullos de la ciudad. Fue uno de los primeros sitios dedicados a la cerveza artesanal en todo el país. Visitarla implica hacer un recorrido por sus instalaciones y probar sus tragos más aclamados, entre ellos Gillian, llamada así por la actriz protagonista de The X Files, quien trabajó aquí.
Nota mental:
la gastronomía en Chicago es otra manera de contagiar el espíritu navideño, si para ti celebrar es “comer hasta explotar”.