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yanet.aguilar@eluniversal.com.mx
Guadalajara. —A Ida Vitale la vida se le ha ido entre libros, entre lecturas y escritores; entre escritoras a las que vuelve siempre: Virginia Woolf y Olga Orozco; entre poetas de los que nunca se cansa: Fernando Pessoa, Juan Ramón Jiménez y Ramón López Velarde; entre autores que no conocía y a los que entra con el gusto de quien visita un nuevo país. Así ha descubierto a narradores como W. G. Sebald y José Montelongo, uno alemán y el otro mexicano.
La poeta de 95 años, que hace unos días recibió el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances, busca la aventura en los libros y la calma en su casa. Hace cuatro meses regresó a Uruguay, su país, tras 30 años de ausencia; pero la vida le deparó sorpresas. En septiembre se anunció como ganadora del premio que entrega la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, y hace unos días fue avisada de que había obtenido también el Cervantes. “Estos premios me hacen muy feliz, pero me han generado unos días complicaditos”.
Escribir en estos momentos lo sabe imposible. Su casa en Montevideo, desde donde mira el mar, está llena de pilas de libros que ha sacado de las cajas de mudanza pero que no ha acomodado; sin embargo acaba de publicar —justo para la FIL— su libro Shakespeare Palace. Mosaicos de su vida en México (1974-1984) (Lumen, 2018), del que cuando comienza a hablar dice jubilosa: “México lindo y querido”.
Sin embargo, asegura que es un libro incompleto. “Por primera vez me presionan para terminar un libro en un momento en que mi vida ha sido bastante complicada, volví al Uruguay, me mudé, todavía tengo la biblioteca sin terminar de ordenar, no era el mejor momento para viajar y escribir, así que cuando revisé el libro que voy a dar me doy cuenta que faltan un montón de cosas; no he tenido tiempo de mirarlo bien”.
En entrevista cuenta sobre de la década de vivir el exilio en nuestro país. “Esos años en México fueron un salto necesario, fue salir de una ciudad pequeña y reducida para encontrarme con un mundo maravilloso. No estoy hablando mal del Uruguay, que tuvo un pasado más o menos bueno, donde me formé, era un país democrático, tranquilo y donde yo tuve una escuela estupenda”.
La poeta y ensayista nacida en Montevideo, en 1923, donde estudió humanidades y fue maestra de literatura, que estuvo casada con el es critor Ángel Rama, con quien tuvo dos hijos, y luego se casó con otro gran poeta y profesor, Enrique Fierro, rememora también su vida en Uruguay, ese país que dejó en los 70 cuando se instauró una dictadura.
Vitale es una humanista que siempre insiste en la importancia de la escuela. “Me parece básica, básica, que enseña que todos somos iguales”. Una mujer fascinada por la poesía desde que la descubrió a través de los versos de Gabriela Mistral, con quien supo que quería dedicarse a la literatura y de la que nunca ha dudado.
“No dudé hacer carrera en la literatura, pero no es verdad que siempre me he dedicado totalmente a ella, es difícil. Admiro a la gente que se puede encerrar en un cuarto y trabajar todo el tiempo en lo que quiere, pero yo no podía”, señala.
¿Tuvo que ver con ser mujer, con tener otras obligaciones?
Pues en general un hombre trabaja; pero hoy, igual que ayer, las mujeres se ocupan de la casa, pero también trabajan. Yo ya no trabajo, soy jubilada, pero también tengo menos energía ahora para afrontar todo; uno gana tiempo pero pierde también el propio ritmo y es muy importante tener un horario, un ritmo.
¿Sigue habiendo lecturas, escrituras?
La escritura prácticamente ahora en estos meses no la hago por razones prácticas, no puedo escribir cuando sé que está ahí la pila de libros por el piso, hay que acabar de hacer las cosas. Pero veré qué pasa cuando me acomode.
¿A cambio, quizás lee más?
Un poco. Lo que he estado leyendo es un libro curiosamente de un escritor mexicano joven, José Montelongo, una novela que está en una editorial que yo no conocía, en Jus, pues ese libro que ya tenía unos años yo lo he empezado a leer de nuevo, lo había interrumpido por un viaje, ahora lo retomé, lo traje conmigo y estoy encantada. El libro se llama Quincalla, está muy bien escrito, es una historia un poco policial, hay una línea que va hilvanando una frase con la que cierra algunos capítulos para que no nos olvidemos de cuál es el tema que él va prolongando.
¿Está leyendo a poetas?
Estoy leyendo menos poesía, ahora me han dado algunos libros, pero yo soy más lectora de novela, la leo como cosa de descanso y de modelo, tengo por ahí durmiendo una novela hace como 30 años, no sé si alguna vez la voy a terminar o la voy a encontrar muy pasada de moda, también en la literatura hay modas. A veces hay que olvidarla para poder volver a esas historias, superar esas modas, pero no sé qué va a pasar con ella.
¿También tiene algunos poemarios durmiendo?
Hay algunos borradores de poemas por ahí. Pero es que el poema pide el borrador, la tranquilidad y la vuelta, aclaro que eso aplica en toda obra literaria. No en el periodismo, por supuesto, las notas más actuales, crítica, no sería prudente ponerlos a dormir.
¿Se mantiene al tanto de la literatura contemporánea?
Mis lecturas varían, de pronto descubro a un escritor que no es el último grito de la moda y lo sigo; me pasó con Sebald, un alemán que me encantó. Cuando un escritor me gusta, en general trato de leer más de un libro, no siempre se puede, no siempre se encuentra, de repente hay que esperar mucho.
¿Prefiere regresar a los autores conocidos?
Releo más lo que me gusta; adoro a Virginia Woolf, por ejemplo, pero nunca me cierro sobre un autor muy determinante del pasado, siempre va a haber un cambio importante y me da mucha alegría descubrir a un nuevo autor, es como salir a visitar un país que no conocía. Es entrar en una literatura nueva.
En Argentina había una poeta que me encantaba, Olga Orozco; a los uruguayos no porque ya me los tengo tan conocidos que no vuelvo mucho; prefiero a otros, como a João Guimarães Rosa, a poetas como Pessoa o Juan Ramón Jiménez; a Pessoa siempre vuelvo.
El regreso a escritores no lo planeo, el libro está en mi biblioteca estirando una patita y entonces en ese momento tengo de pronto ganas de volver a leer algo y lo tomo. Yo soy de buena memoria musical, pero recordar las lecturas que he hecho me cuesta más, de pronto recuerdo un pasaje y me paso un gran rato pensando de qué novela es, o se me viene a la mente cierta situación pero no sé de dónde es. Así se me va la vida.