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Oscura punta[1] inicia con el devaneo entre un yo poético y un mar que embelesa, mismo que se fractura ante la aparición de un pepino de mar..., entonces eso lo terrible, cautiva con el poderío de su fascinación; la toca, la perfora. Discordancia.
Lo monstruoso de naturaleza difusa quema con su violencia primigenia. Devorar y ser devorado será el vínculo que se establezca bajo una soterrada seducción, que con inofensivo y fatal erotismo, disloca el orden establecido para instaurar su dominio.
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La extrañeza sorprende ante esta expresión de la psique que, desde lo simbólico, da a ver la cala de su abismo; la oscura punta es la abstracción de una boca cuyos bordes afilados horadan haciendo un corte circular que condensa la vacuidad del dentro y del afuera; abre, taja, rasga. Toda herida es una historia, una intimidad velada, un hallazgo cuya impronta será la pauta de este poderío.
Mi piel era pura agua / una ventana de agua / de ésas que dejan mirar / el más allá / un vals de agua / con sus brillos /como de mañanita recién lavada / en el patio de todas las casas, / un agua que sabía a campana / a sol / creo que a corteza de árbol / de los que crecen solos en alguna espesura. // No sé por qué llegó el pepino / ni cómo / ni por dónde vino. // Se deslizó en las curvas de mis aguas / y se volvieron agrias. // Un pepino sin ojos / verde-negro / espeso.[2]
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Lo oscuro contamina, mancha, escapa y permanece dentro de su forma, es un talismán porque es un caballo, una ventana, un acecho…; es pues, un pepino de mar que subyuga tras la constante alteración, que devasta bajo el impulso arcaico de lo dionisiaco, y que desarticula la lógica del sentido; entonces el mirar se detiene en los entresijos de esta experiencia límite.
Un pepino de mar, un gusano que transita de la muerte a la vida[3] al chupar la luz[4] mientras que el yo poético, quien se define a sí mismo como un tropel de agua[5] es transformado por este roce no buscado, que la “nueva nombra” con un nombre largo[6] que le provoca rezarle a un demonio sin rostro[7] que también es puerta-pez-pantera, un puro clavo de lumbre.[8]
Lenguaje poético, lenguaje oblicuo, singular, lleno de matices, de paradojas y correspondencias antitéticas, donde las imágenes brotan en el tremor que, tras el quebranto, adivinan lo zona fronteriza de lo sublime, cuando la metáfora perturba el habla para decir aquello que rebasa la elocuencia, escorzo liminal de una memoria que trata de reconfigurar “algo” previo a lo figurado:
Hubo veces / que los silencios / hacían collares / de otros silencios / más profundos, / silencios tan oscuros / que se pegaban a la piel / para quedar / por siempre/ sumergidos. //[9]
Sea lo trastocado aquello que ayude a nacer a la luz, a ovillar lo indescifrable, arcano que sumerge en la esfera infinita de las interpretaciones; cada acercamiento será un temblor ante el misterio que se entrevé en su ocultamiento. “[…] Voy a ponerme en la cabeza / una hoguera / que revuelva los centros de la tierra / a doblar el arriba y el abajo / que nada guarde brújula / que nada se sostenga en vertical.”[10]
Frente al caos y la revelación de su barbarie, la palabra poética será testimonio del estupor, de su cara opaca,[11] que libera de los infiernos de la luz[12] de ese tiempo que es un enredo en el alma,[13] de eso lo secreto deshilándose en el enhebrar de los versos, si “Aquiles es un león”,[14] ¿el pepino de mar es Ethel? La dualidad, el doble que es uno mismo, porta consigo una sabiduría visceral que nutre y se expande en ramificación incalculable de significados, tal el paroxismo de la ironía.
Pero / quién va a saber/ en qué segundo pasan / las cosas extrañas / de este mundo. // No. // Si me preguntan, / no tengo idea / cuándo fue ese cúmulo de sombras convertido en un punto/ que se desintegró sobre mí, / o si no ocurrió nunca. // Tal vez ya estaba hecho / así / desde el principio, / como el cuento / que me correspondía / a la hora de la repartición / de los destinos.[15]
Tal asimetría es signo de otros empeños, de alegorías e imágenes que declaran aquello que rebasa la cordura, saber por conmoción[16] que regala un resquicio de libertad, donde lo humano franquea su destino frente a lo irrevocable y a lo inesperado. Se trata del instante, más que preciado, donde el infortunio se cree vencido, cuando entre el ojo y el oído se abre el precipicio de la escritura[17]que ilumina los despeñaderos de lo ávido:[18]
Voy a romper todas las páginas / me comeré sus letras / las rimas descompuestas / que sólo están sonando ahí para asfixiarme / recordándome una a una / las escenas / de cabeza / de lado / a bocajarro / pegada a la pared / uncida a la pata de una cama movediza.[19]
Escribir implica dejarse atravesar por un lenguaje astillado ante la desmesura; una manera distinta de sostener la mirada en un mundo donde irrumpe la otredad extrema. Y el resto es un parpadeo, un mero destello, un resonar cuando se cierran los ojos para tratar de dejar atrás lo que hiere, aunque se vuelva a encontrar el latigazo de su imperio.
Que ardan las paredes, / los suelos / ardan, / las cosas / cada una / y en conjunto / las cosas de la casa. // Todo / que dé la vuelta / y se ponga al revés. // Que vuelva el soplo de oro de la vida / a bañarme con agua de gardenias / otra vez / a peinarme con limón y lavanda la cola de caballo / a llevarme a la escuela / de la mano otra vez / con mis zapatos azules y blancos. // Ojalá se pudiera.[20]
La mirada se azora y en ese extrañamiento dice aquello que la apresa, se demora en la sinuosidad implicada en la mera mostración, registra, apunta, describe la imposible sintomatología y se recoge en sí misma para habitar el remanso de una repetición infinita,[21] ese despliegue perpetuo de la mano que traza la caligrafía de lo vivido. Retrato íntimo delineado bajo el amparo de una tensión vital que se disuelve en la pura contemplación, ¿quizá entonces se encuentre una transparencia que remonte hacia una duermevela indefinida?
Mientras yo sueño / el pepino se acomoda a mi lado / es un decir / pues nunca me ha soltado / me toma por la espalda con su brazo en mi cuello / ay mis incendios /se han vuelto blandos en los líquidos de mis párpados cerrados.// [22]
Lenguaje poético deslizándose en una oquedad impensable; la escritura es un asombro enceguecido y cegador, adormecido y despertado, un enigma de la luz que aturde y que no responde a quien le cuestiona. Sobreviene, inevitablemente, el sobresalto que acusa la nostalgia de alguna vez un paraíso, ese imaginario nunca deletreado antes de que fuese un siseo tronante.
Eso es lo peor: / creer alguna vez / una centésima de vez, / que hubo un dios cuya caja de sésamo/ —en fin— / su abracadabra, / pensó / que era bueno ofrecerme en bandeja / a su pepino / a semejanza e imagen / de su brillo. // Así es el dios que piensa por nosotros / y nos pone en la mesa / una cruz / y una puerta / a ver qué hacemos con ellas. //[23]
Quizá entonces la veladura, la cruz y la puerta, sean cifras de un modo de estar más alto, donde lo poético sea la expresión de un dios vencido, olvidado, que ya no juega al azar ni al destino. Oscura punta es sin duda una poesía de inquietante e implacable belleza.
[1] Las citas que se dan a continuación provienen del libro de Ethel Krauze, Oscura punta. Monterrey, México: UANL, 1ª reimpresión, 2024. Los primeros versos del poema dicen “Yo tenía mar / era un mar pintado a mano / con su cordel de espuma viajando hacia la orilla que o acababa nunca./ Tenía en la mano ese mar/ desdoblado / abierto/ transparente.”, p. 7
[2] Ethel Krauze. Oscura punta. Op.Cit. p. 20.
[3] Véase Jean Chevalier y Alain Gheerbrant. Diccionario de los símbolos, España: Herder, p. 547.
[4] Ethel Krauze. Oscura punta. Op.Cit. p. 22.
[5] Ibídem. p. 22.
[6] Ibídem p. 24.
[7] Ibídem. p. 24.
[8] Ibídem. p. 38.
[9] Ibídem p. 47.
[10] Ibídem. p. 53.
[11] Octavio Paz, “Los signos en rotación”, en El arco y la lira. México: FCE, 1998, p. 253, aludo a la expresión “la cara opaca de la esfera”.
[12] María Zambrano, “Filosofía y poesía”, Madrid: FCE, 1987, p. 11.
[13] Aludo a la concepción de San Agustín donde la existencia del tiempo sucede en la memoria, tiempo memorioso, véase el “Libro XI”, Confesiones, en https://www.augustinus.it/spagnolo/confessioni/ conf_11_libro.htm , consulta realizada, 15 de febrero del 2025.
[14] H.A. Murena, “Vergüenza y redención”, en La metáfora y lo sagrado, España: Ed. Alfa, 1984 p. 55
[15] Ethel Krauze. Oscura punta. Op.Cit. p. 49.
[16] Hago referencia a la concepción de María Zambrano donde la poesía ofrece un saber por con/moción.
[17] Véase al respecto, George Steiner, “Leer a Marshall McLuhan”, en Lenguaje y silencio. España: Gedisa Editorial, 2013, p.312.
[18]Marina Gasparini, Elocuencia de la mirada, España: Kálathos ediciones, 2025, p.29 “[… el poeta], ese intermediario entre dos mundos que nos habla desde un umbral tocado por oscuridades que él ilumina con su canto.” Y más adelante en la p. 43 comenta “[…] todo texto escrito nace de la necesidad de iluminar oscuridades con un destello, con una palabra.”
[19] Ethel Krauze. Oscura punta. Op.Cit. p. 52.
[20] Ibídem p. 54.
[21] Félix Pardo, “María Zambrano y la tradición simbolista (Noticia de la humillación del verso ante el verbo divino en la “razón poética” zambraniana), en Aurora, Papeles del ”Seminario María Zambrano” , España, Universitat de Barcelona, Núm. 4, 2002, p. 62, en https://www.raco.cat/index.php/Aurora/article/view/ 144937
[22] Ethel Krauze. Oscura punta. Op.Cit. p. 56.
[23] Ibídem. p. 62.