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La poeta colombiana Piedad Bonnett, originaria del municipio Amalfi, declara no ser militante, dice que no “va con su personalidad”. Es por medio de sus libros que muestra su desacuerdo con el machismo y otras violencias. Prefiere no salir a la calle como método de expresión, pero no ignora los reclamos sociales.
Desde que era menor de edad conoció el significado y el daño social y familiar que genera la discriminación. No le gustó conocerlo.
En su hogar, de clase media y educada, las mujeres debían hacer más cosas que los varones y fuera de casa le desconcertó darse cuenta que en diferentes lugares, las mujeres debían servirle la comida a los hombres, entre otras cosas. Tampoco le gustó.
Esas conductas se convirtieron en banderas rojas que ondeaban constantemente en la mente de Piedad. Fue a los treinta años que se preocupó al sentirse al experimentar en carne propia la violencia por parte de varones: tuvo confrontaciones con profesores y algunas colegas se atrevieron a “levantarle la voz”.
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A partir de ese momento, Piedad sintió la necesidad de combatir la violencia desde la individualidad, sin pagar con la misma moneda, sino optando por el arte de la escritura, un medio que tiene muchos matices.
Qué hacer con estos pedazos
Pese a que todavía en Latinoamérica y el Caribe muchas mujeres menores de 50 años son víctimas de violencia física o sexual, por mencionar algunas, existe un avance en la equidad de género, quizá, con poco eco por lo que Piedad hace del machismo, la misoginia y otras violencias temas centrales en su también talento novelístico, testigo de ello es Qué hacer con estos pedazos (Alfaguara 2022).
El libro tiene como protagonista a Emilia, una reportera sexagenaria que se abruma por la remodelación de su cocina, decisión impuesta por su esposo, quien, al parecer, tiene mucho tiempo libre, pero no para pasarlo en armonía con su esposa, sino para comportarse como desde hace muchos años: con violencia, cero empatía y poco amor.
El cambio de cocina es sólo la excusa para que Emilia bucee en situaciones dramáticas de su pasado; despierte de nuevo las heridas con los padres y acepte que no tiene relaciones saludables. La interacción con su hija es mínima, apenas se comunican por mensajes; suele tener desacuerdos con su hermana y se muestra sumisa ante su esposo.
Con el paso del tiempo, Piedad ha aceptado el feminismo en su vida, sobre todo como una forma de manifestación en sus obras, pues a través de ellas trastoca a los lectores, de alguna manera los guía a elegir entre los comportamientos heredados culturalmente y una vida libre de violencias.
“Me he ido haciendo muy feminista. En los últimos años eso se me impuso como una tarea muy importante, de manera que ese libro es claramente feminista. Ahora estoy escribiendo un libro sobre qué tuvimos que enfrentar las mujeres de nuestra generación: es autobiográfico, narrativo, pero también ensayístico, es decir, tiene fragmentos reflexivos”, dice.
“Esa inmersión en ese mundo me ha hecho ver cómo de verdad las mujeres vivimos con miedo, no podemos caminar libremente en las calles. Cómo hay violencia obstétrica, tantos tipos de violencia que tenemos que enfrentar.
“Cómo antes teníamos que paliar el dolor porque los médicos no nos paraban bolas a la hora del parto, tantas cosas de esa naturaleza. Cada vez mi conciencia se ha hecho más clara a medida que envejezco”, explica la poeta nacida en 1951.
Aún se puede aprender
Si bien la actitud machista la llevan a cabo igual hombres que mujeres, son ellas quienes suelen sentirse más perjudicadas, experimentan agresiones por las creencias humillantes o son sometidas a violencia emocional y física.
“Ese machismo es estructural y creo que es así en casi todas partes del mundo. En otras sociedades, como países musulmanes, marginan a la mujer completamente. Por supuesto que hemos aprendido muchísimo al respecto ya que estos últimos cincuenta años han sido de luchas, de reivindicación del papel de la mujer y de concientización del machismo. Creo que muchos hombres se están replanteando cosas, por ejemplo, el humor que era siempre a costa de las mujeres y de los mismos lugares comunes”, afirma.
“Pienso que los cambios de mentalidad se dan mucho más lento que los cambios de leyes, ya tenemos legislaciones que nos protegen muchísimo, pero sigue funcionando igual en los cerebros de la gente porque se inscribieron unos mandatos desde muy niños”, asegura.
Piedad se mantiene optimista, piensa que el acceso a la información y los medios abonan al cambio de hábitos. Todo esfuerzo aporta, desde acciones para que acaben los feminicidios hasta el lenguaje como aliado para “determinar la realidad”.
“Falta mucho, porque en el mundo rural las cosas funcionan de una manera muy diferente y hay regiones donde el machismo está más instalado, en países como México y Colombia, el narco vive de estereotipos muy tremendos: la mujer es un adorno, un objeto, es parte del poder de exhibición del narco y esa estética de la narcocultura ha permeado todos los ámbitos, e incluso, a veces, ámbitos como el de la música, es decir, la manera en cómo se presenta a la mujer es básicamente un objeto de deseo. Es bien difícil erradicar eso”, comenta la autora de El prestigio de la belleza.
Existen tres mujeres en ella
La escritora Premio Nacional de Poesía (Cocultura, 1994) posee una esencia despreocupada y segura, cualidades de admirarse. Mantener la agilidad mental es un camino que conlleva a muchos escenarios y para poder aventurarlos ella es diferentes Piedad.
Entre risas comenta: “Tengo tres Piedad, una que es una niña eterna, es la que tiene miedos, pero la que tiene también la frescura, porque un escritor sin mirada fresca no es nada. La que tiene mucha curiosidad, es la niña que hay en mí, que tambien me trae problemas”.
“Hay otra que es la mujer que siente que la vejez no le importa, creo que en general esa es en la que hábito. Un hombre me dijo una vez una cosa horrible: ‘conocí a una mujer igual a usted, pero 30 años menor’. Eso era muy agresivo, porque a esa mujer le faltan 30 años de experiencia, por consiguiente de sabiduría. Él me estaba diciendo que esa mujer seguramente era más linda, más fresca y más todo que yo”, comenta.
Piedad Bonnett gusta de cultivarse, no está cerrada a seguir experimentando, aunque afirma, el cuerpo le grita otras cosas sin mucha amabilidad, pero que acepta como van llegando, con sabiduría, porque no está en discordia con la vejez.
“Pienso que por mi propia mentalidad y porque soy una persona en continúo movimiento cerebral sigo siendo una joven, pero el cuerpo me empieza a decir otras cosas: ya no subo una cuesta como debería subirla, no me puedo poner todos los zapatos que quisiera, el cuerpo empieza a dar unas señales muy grandes porque a veces son tremendamente sorpresivas las cosas que el cuerpo hace, ahí hay una especie de tristeza, porque hay renuncias: envejecer es renunciar a un montón de cosas”.
Y también existe la Piedad poeta, la más honda, asegura. A través de sus ojos analiza los contextos sociales, ofrece un respiro para tomar menos en serio la vida y crea escapes menos tortuosos a las contradicciones que tiene el mundo.
“La poesía para mí es lo más esencial y lo que no querría nunca perder, la capacidad de la poesía, el resto viene por añadidura”, argumenta la autora traducida a seis idiomas.
“Apenas abres los ojos al mundo tienes una familia”
La familia no es extranjera en los libros de la también dramaturga, en algunos de ellos la ha incluido mediante relaciones amorosas o dañinas. En la realidad, Piedad cree que la familia es necesaria.
“Con la familia tenemos relaciones muy ambivalentes porque es imposible ignorarla, apenas abres los ojos al mundo tienes una familia y la necesitas, necesitas de la madre, a la figura del padre, por eso la ausencia del padre causa tantas heridas, y a veces de la madre. Pero además conoces esa forma de amistad rarísima que son los hermanos, entonces la familia está ahí siempre como una cosa que te pertenece”, comenta.
“A medida que crecemos vamos viendo que, a veces, el mundo de afuera de la familia recompensa mejor que la familia misma. La familia tiene muchos imperativos, te hace silenciar muchas cosas, los silencios que hay en las familias son muy grandes, por ejemplo, si no te gusta un integrante no lo puedes expresar abiertamente porque armas un conflicto. Además, los conflictos son inevitables porque hay un momento en las reuniones en que aparecen cosas que chocan y tienes que saber jugar el juego de la familia, que a veces es muy pesado”.
No es evolución
Lo habitual en la poesía es sentir y descubrir su belleza y estética, aunque en este siglo, también se apuesta por las variaciones. Para Piedad Bonnett fusionar los versos con emojis no lo es: la poesía y los emojis son mundos opuestos.
“Sinceramente, me parece un horror. Soy una partidaria de los emojis porque te ahorras mucho tiempo y porque te permiten expresar cosas súper básicas con una eficacia enorme, pero es que la poesía es lo contrario de la eficacia, o sea, lo que estás haciendo cuando lees o escribes poesía, es que el lenguaje diga cosas que no puede decir todos los días y el emoji es la forma más simple y tonta de decir las cosas: estoy contento, hacer carita de desagrado”, explica.
Piedad aprovecha para afirmar que la Inteligencia Artificial (IA) tampoco es útil para manifestar ideas que se pueden decir con base en las experiencias, sensaciones o emociones. “La Inteligencia Artificial puede escribir unos poemas, pero el poema tiene una característica y es que cada vez es diferente y que tiene que ver mucho con el que la enuncia, con el individuo, con una mente super particular que asocia de una manera muy distinta”, asegura.
Aun cuando pueden surgir versos atractivos a través de la fusión de los pictogramas o la tecnología con la poesía, son sólo intentos de revolucionar el género, sin aporte ni trascendencia.
“Podrás tener simulacros de poemas que hasta puedan parecer bonitos, pero seguramente que van a recoger todos los lugares comunes del mundo y que no van a poder escribir como César Vallejo, nunca, jamás”.
Se deben buscar otras opciones
Instituciones como la Real Academia de la Lengua o la Organización de las Naciones Unidas (admiten el lenguaje inclusivo, aun con la ambigüedad y complejidad que significa el tema, o las “heridas” que genera a quienes prefieren este estilo de comunicación. Sin embargo, a pesar de lo abierta y respetuosa que es la autora de Siempre fue invierno, sugiere que debemos buscar una manifestación menos difícil de conjugar.
“Siendo una persona que, por supuesto, legítima completamente eso, que reconoce la necesidad de demostrar formas de la inclusión y de la diversidad, me repele mucho la ‘e’; hay formas más hondas y profundas de hablar de la diversidad. Me parece que eso quizá sea un ejercicio necesario para tomar conciencia”.
“Ahora que escribo novela yo no puedo escribir ‘los hombres y las mujeres’ porque la novela se me cargaría de una cosa absurda, uso los genéricos del lenguaje de toda la vida, que además hacen síntesis. Podría hacer el gesto subversivo de ponerlo todo en femenino, pero mi cerebro no está entrenado para eso, tendría que ser una militante que está escribiendo un libro militante y eso no lo voy a hacer”, afirma la también maestra en Teoría del Arte, la Arquitectura y el Diseño.
Bajo esa mirada, otra capacidad que no deben perder jamás los escritores es crear con honestidad. Si es novela, ficción o drama, se debe escribir desde las experiencias propias.
“Escribo sobre lo que mi propia condición me pide que escriba, pero, tengo amigos gay que hacen cosas maravillosas desde ahí. Es desde la verdad, desde donde uno toca esos puntos neurálgicos y no es diciendo ‘elle’, que ni siquiera uno sabe cómo conjugar esas cosas, sino que se vuelven un galimatías. Veo que los que escriben así después terminan diciendo unas cosas completamente locas, ininteligibles. Así soy yo, tengo setenta y algo, tampoco que me pidan tanto”, finaliza Piedad Bonnett.
El estilo de la escritora es contundente: cautiva. Sin afán de encasillar a la autora en la docencia, su literatura, que ya traspasa fronteras, es un manual para ver el mundo y a las personas con más sensibilidad, con más color, con más amor. Piedad Bonnett es una pluma que no debe pasar desapercibida.