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El 12 de agosto de 2022 el escritor Salman Rushdie fue víctima de un ataque con cuchillo en el condado de Chautauqua, en Nueva York. Irónicamente, el evento en el que participaba tenía, como tema principal, la importancia de conservar a los escritores a salvo de riesgos relacionados con la libertad de expresión. Para cualquier lector enterado, este atentado fue la culminación de la fatua promulgada en 1989 por el entonces ayatolá de Irán, Ruhollah Jomeini. El delito del escritor fue haber publicado su novela Los versos satánicos. El libro, considerado por el líder religioso una ofensa para el Islam, se convirtió en una suerte de condena para Rushdie que estuvo a punto de cumplirse, fatalmente, en Estados Unidos.
En Cuchillo. Meditaciones tras un intento de asesinato, publicado en abril de este año, Rusdhie hace un recuento de los días y meses posteriores al atentado. El texto se podría inscribir en un desafortunado subgénero literario: la literatura del atentado. Precisamente, después de terminar el libro, me vino a la mente Colgajo de Philippe Lançon, las memorias del colaborador de la revista Charlie Hebdo cuyas oficinas fueron asaltadas por Saïd y Chérif Kouachi el 7 de enero del 2015. Los hermanos —buscando revancha por las imágenes satíricas del profeta Mahoma publicadas en el semanario— dejaron muertos y heridos en la redacción del medio. Lançon tuvo que pasar un largo y doloroso proceso de recuperación, pues las balas destrozaron su rostro. Recuperar la vida, para ambas víctimas, se volvió una victoria no sólo personal sino una defensa de la palabra frente a la pérdida de la razón.
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Cuchillo de Rushdie tiene más empaque de diario que de ensayo intelectual, aunque esto no implique, necesariamente, que se rehúya la escritura de ideas a debatir sobre la violencia y la libertad de expresión en nuestra época. A través de un andamiaje heterogéneo, el autor va y viene en su vida personal. El momento del ataque es revisitado, por supuesto, aunque tiene más peso el apunte anecdótico que intenta recobrar o, mejor dicho, unir los fragmentos de una vida amenazada por haber escrito una novela, atreverse a imaginar a través de la ficción. Lo que no cuenta Rushdie —por la inmediatez del evento— recae en el lector y las diferentes maneras en las que puede extender las palabras. A través de las operaciones después del atentado, entendemos a Rushdie como un microcosmos que representa las tensiones globales de los años recientes, fenómenos que se agravan y aceleran mes con mes como las llamadas guerras proxy y los discursos de odio que infectan las más diversas ideologías. En el recuento de los días anteriores se describe la frágil utopía a la que ha llegado el autor: está por publicar su novela Ciudad Victoria y, lo más importante, después de varios fracasos amorosos y tragedias personales encuentra una pareja estable a quien admira, la poeta y novelista estadounidense Rachel Eliza Griffiths. La única nota discordante es una pesadilla en la cual el escritor es atacado por un hombre armado con una lanza, un gladiador en un anfiteatro romano repleto de público ávido de sangre. Rushdie se convierte, a través de su vida, en la calma engañosa de un Occidente global que habita una bomba de tiempo, en este caso, un hombre joven —Hari Matar, ciudadano estadounidense de ascendencia libanesa— que, sin ninguna coartada ni plan de escape, sube a la tarima del escenario para acuchillar a un enemigo que apenas conoce.
Hay un punto interesante en el libro de Rushdie que, de muchas maneras, evidencia la dificultad para interpretar o, al menos, echar un poco de luz sobre el terrorismo del siglo XXI conducido por personajes radicalizados por la religión. El escritor emplea una estrategia imaginativa ante la imposibilidad de tener un encuentro con su agresor. Hari Matar, en una corta serie de entrevistas llevadas por el autor a la ficción desde su convalecencia, es el prototipo hermético del extremista de nuestros tiempos: si antes había una suerte de credo intelectual —una conciencia histórica del enemigo a odiar— ahora encontramos que la violencia sólo necesita, como detonante, un video en YouTube o los algoritmos que dominan las redes sociales. Por supuesto, la raíz del mal que se materializó frente a Rushdie en agosto del 2022 es más compleja. El papel desastroso que ha tenido Estados Unidos y sus aliados en Medio Oriente ha creado una reacción que pone en duda la democracia liberal que se impuso en gran parte del mundo después del final de la Guerra Fría. El Islam, por otra parte, se convirtió en el trasfondo ideológico del llamado “eje del mal” —término usado por George W. Bush después de los atentados del 11 de septiembre del 2001— y pretexto perfecto para demonizarlo y usarlo para banalizar el mal.
El escritor Emmanuel Carrère describe en V13 Crónica judicial el juicio que se realizó entre septiembre de 2021 y junio de 2022 a algunos implicados en los atentados yihadistas en París el 13 de noviembre de 2015. El autor, asistente en el largo proceso legal, menciona la dificultad de entender el horror que vivieron las víctimas y sus familiares, pero también la necesidad de acercarse a los que decidieron interrumpir sus vidas y sacrificar a decenas de extraños. Rushdie honra su labor como escritor al no encerrar a su libro dentro de los límites seguros de la denuncia. Es cierto: sus meditaciones tras un intento de asesinato, como dicta el título de su obra, son una aproximación desde lo inmediato, pero siempre poniendo por delante la palabra como puente no sólo entre el autor y sus lectores, sino entre una realidad cada vez más caótica y aquello que necesitamos, con urgencia, entender.
Cuchillo. Meditaciones tras un intento de asesinato. Salman Rushdie. Random House. 1era edición 2024. Traducción de Luis Murillo Fort.