“Haga lo que haga, el olor vuelve como un eco, una resonancia, como si los aromas fuesen también una onda acústica que repercute sobre mí. A veces siento que habito las ínfimas esporas del moho, como fruta en descomposición; duermo en un reino fungi que me consume. Estoy enfermando, lo siento adentro”, así pone de manifiesto su desasosiego Mari, la protagonista de Chilco, afectada ante el espacio que llega a ocupar: la isla homónima que, las más de las veces, la hará sentir una extranjera e, incluso, alguien que no pertenece a ningún lugar; pero que, finalmente, será el umbral que la haga cuestionarse su propia identidad y la potencie hacia un viaje por los recovecos del pasado.

En Chilco, de la escritora chilena Daniela Catrileo, discurren temas relacionados con la migración, la incomunicación, el humor, la memoria. Con especial atención, asimismo, la protesta, el acto de subversión de las clases sociales marginadas (la otredad), frente a las operaciones del tildado capitalismo cruento y feroz, cuyo teje y maneje se da por medio de las inmobiliarias. Pone el foco en una problemática que aqueja, con creces, a las sociedades latinoamericanas: la gentrificación.

En un contexto catastrófico, de tiempos convulsos, de lucha y alzar la voz, el gesto de ternura más nimia es el lenguaje de la resistencia.

Catrileo (Santiago, 1987) es integrante de la comunidad mapuche, la también profesora de filosofía ha cultivado la poesía, el ensayo y el cuento. La narrativa de Chilco (Seix Barral, 2023), como cuenta su autora, se desprendió de los brazos de la poesía para guardar todo su fulgor y así devenir en una prosa poética.

¿Cómo fue tu transición de escribir poesía y cuento a pasar finalmente a la novela?

Este libro comienza de forma paralela a una tesis de maestría y también coincide con mi mudanza a otra ciudad. Viví toda mi vida en Santiago y hace tres años que radico en Valparaíso, una ciudad con mar. Justamente es él quien se apropia de la escritura a través de sus aromas, su cadencia y su ritmo. Empecé a escribir un poema extenso cuando llegué aquí, que se fue nutriendo de mis aprendizajes con un nuevo territorio. Una de las cosas más significativas tenía que ver con el olor al mar. Parte de la escritura es que uno esté atravesado por la jerarquía de los ojos, que se abra hacia otros sentidos, y por eso el aroma era tan importante en ese texto poético. Después se fue transformando, extendiéndose, y en un momento ya no era un poema. Me di cuenta de que podía ser un relato u otra ramita para transformar. En principio, nunca pensé en una novela, sino que podía ser una prosa poética y devenir en algún relato largo. Lo relevante de esa escritura fue que la voz poética no era mi “yo”. Entonces me di cuenta de que podía trabajar con un personaje. En este caso se transformó en Mari, la protagonista de Chilco.

En la novela utilizas recursos de la ciencia-ficción, particularmente de la distopía. ¿Qué posibilidades crees que ofrezcan estos géneros para enunciar otras realidades?

Los géneros tienden a categorizar demasiado algunos textos que en realidad juegan un poco con explorar. En este caso, me aferré al término de la especulación porque el ensayo que estaba haciendo para el posgrado tenía harto de eso. Especialmente porque tiraba de las hebras del presente y se dedicaba a escarbar en el pasado para mirar u orientarse en un porvenir ligado con la filosofía andina; la cual nos enseña que a través de los vestigios del pasado (que están vivos, que los llevamos con nosotros) podemos especular y orientarnos ante algo que desconocemos: el porvenir. Ésa era mi línea, en realidad. Tratar de mantenerme bajo esta mirada más andina, este saber y esta epistemología. Ahora bien, creo que la posibilidad de la ficción entrega este tipo de derivas con respecto a un futuro que quizás tiene la realidad con otro tipo de apegos. Siento que la ficción al menos permite la exploración lúdica y el gozo con ella. Nos dona una posibilidad de pensar mundos alternativos que no tengan la crueldad, tal vez, de este mundo; no sólo pensarlo en términos hostiles y antagónicos, sino como una forma de esperanza que no sea naif; que sea una que tenga el trabajo comunitario.

La tierra no solamente es lo visible, sino que es un territorio que conlleva otras maneras de manifestación


Daniela Catrileo, escritora chilena

De las temáticas que abordas dentro de la novela destaca la incomunicación entre los personajes de Mari y Pascale, y cómo el humor sirve como una suerte de atenuante en su relación…

Tanto el humor como el dolor son parte de nuestras corporalidades y son también herramientas y estrategias de la comunicación. En los momentos más hostiles o incómodos, en Chilco surge el humor como una herramienta para poder disociar la realidad nociva. Muchas veces lo lúdico se relaciona con tratar de desafiar a fuerzas hegemónicas o progresistas que tienen un falso acercamiento hacia otras comunidades que han sido marginadas. En Chilco se dice mucho entre líneas: hay muchos silencios entre ambos personajes, vienen de mundos diferentes que tratan de comprenderse, de ir entendiéndose a través de la ternura, el lenguaje principal que tienen. Los afectos y la ternura se van transformando en su hogar, en su manera de negociar las diferencias que tienen.

Los Saicos fue una de las bandas precursoras del punk en Perú y su música se extendió por América Latina. Foto: Redes sociales de Los Saicos
Los Saicos fue una de las bandas precursoras del punk en Perú y su música se extendió por América Latina. Foto: Redes sociales de Los Saicos

¿Cuáles fueron tus influencias literarias, y de otro tipo, tomando en cuenta que haces referencia al grupo Los Saicos como estandarte de la sublevación?

Toda mi adolescencia fue muy punk y asociada al mundo de la contracultura, vengo de espacios poéticos donde se hacía performance, se escuchaba música, sobre todo noise punk y new wave, incluso exploraciones sonoras más raras. Esa fue toda mi juventud. En la novela, cuando se me apareció la imagen en la que se desploman los edificios, me surgió la cuestión de si la ciudad se iba a quedar inmovilizada frente a otra injusticia o iba a tomar las armas. Entonces salió la idea de la sublevación. Aquí lo que se va tergiversando es que la tierra no solamente es lo visible, sino que es un territorio que conlleva otras maneras de manifestación, incluso no visibles para el mundo occidental. Al hablar de la lucha por este territorio, me parecía que podía ser muy hermoso tener de banda sonora a Los Saicos. Si se trataba de una revuelta por la demolición del capital, obviamente debían estar ahí. La poesía mapuche también tiene harto de punk. David Añiñir es uno de los poetas que ha mixturado la idea del punk y la ironía, sacando algo de Nicanor Parra para poder escribir desde el mundo mapuche, riéndose de los poderes hegemónicos, volteando la posibilidad de que la risa sea una herramienta y una estrategia de resistencia y de sublevación. Como lecturas paralelas, leí a Jamaica Kincaid, quien ha sido una gran referente para lo que escribo narrativamente. También Edwidge Danticat, así como Silvia Rivera Cusicanqui.

La tierra no solamente es lo visible, sino que es un territorio que conlleva otras maneras de manifestación


Daniela Catrileo, escritora chilena

La memoria es una parte fundamental en Chilco, y uno de sus potenciadores es la sinestesia; es decir, los sentidos son el umbral hacia el pasado. ¿Cuál fue el proceso creativo para tomar esta elección?

Es un proceso que está relacionado con otras cosas teóricas que estaba escribiendo y pensando en ese momento. A raíz del posgrado que hice, varios de los textos académicos que estuvimos analizando tenían relación con arrancarse de la jerarquía los ojos frente a la escritura y la posibilidad de creación. Me aferré mucho a otro tipo de relatos que pueden abrirse o expandirse a través de la razón sensible que son los otros sentidos que quedan desplazados por la ideología de la vista. Estaba investigando sobre arte contemporáneo indígena y me encontré con autores y autoras que están creando a partir del olfato, lo táctil y el mundo háptico. Quizá, por eso estaba tan sensible ante mis propios sentidos en un territorio. Quería construir un personaje que estuviera afectado ante el mundo, que Mari tuviera esa posibilidad de verse afectada ante lo sensible por todo lo que va reconociendo a partir de los aromas.

En el arduo contexto por el que atraviesan los personajes en la novela, ¿cuál es tu visión acerca del amor y sus formas de expresión?

Cuando terminé de escribir Chilco y me preguntaban: “¿Cómo definirías esta novela?”, a riesgo de sonar muy cursi, yo decía que era una novela de amor. Es una historia con vínculos amorosos y afectivos bastante tiernos, que también son políticos. Todo está tejido así, las relaciones entre Leila y Mari, Pascale y Mari; la ferocidad y ternura de la madre de Mari; la tía y la abuela e igualmente el amor entre Pachakuti y Mari. Estas relaciones-vínculos afectivos son profundos y se relacionan con el amor en sus diferentes maneras, forman parte de aquello que tenemos para resistir. La mayor resistencia es a partir de los vínculos amorosos y afectivos, es lo que nos puede colmar: la fuerza necesaria para sobrevivir, gozar y celebrar que seguimos vivos y vivas. Todos los pueblos que han resistido al menos tienen esa esperanza en el sentido del amor, en tanto vínculos profundos que pueden generar transformaciones importantes, si no tuviéramos amor, no pensaríamos en que podríamos ganar una revuelta.

¿Qué te significa ser una escritora mapuche?

Mi contexto es el de una persona indígena urbana. Nací en la ciudad porque mi familia tuvo que migrar forzadamente por la expoliación de territorios, crecí en la periferia de Santiago con poblaciones muy empobrecidas. Soy bicultural, mi mamá no es mapuche; mi papá, sí. Crecer en este núcleo familiar significó dos mundos en los que trataba de ser un puente entre ellos. Lo que a mí me acerca al movimiento mapuche es un posicionamiento político que quizás en mi familia no estaba tomado desde ese punto de vista. Mi acercamiento a la literatura desde la poesía, la investigación o el arte en general me aproximó a abrir diálogos entorno a la herida colonial con mis abuelos y mi papá. Mi primer libro de poesía, Río herido, es una traducción de mi apellido del mapudungun. Catrileo viene de katrün ḻewfü que significa “río cortado”: mi linaje es el río y el agua. Ese libro no lo podría haber escrito sin haber conversado con mi papá y mi abuelito sobre sus propias formas migratorias, sus historias y memorias (que no son fáciles de expresar, puesto que es muy doloroso). Al abrir estas heridas, al escarbar en ellas, yo me pude dar la posibilidad de escribir, la cual ellos no tuvieron. Lo asumo con esa responsabilidad. Si hoy yo puedo escribir es porque ese rol me está dado por quienes me acompañan en este camino. Cargamos y heredamos muchos dolores de quienes nos criaron, pero ¿qué hacemos con ese dolor? Para mí la escritura ha sido la manera en que he elegido posicionarme política y estéticamente como parte del pueblo mapuche.

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