Más Información
Acusan a Morena de marcar boletas a favor de Piedra Ibarra en Senado; “se las vamos a ganar”, asegura Adán Augusto
Avanza en lo general reforma contra maltrato animal en San Lázaro; corridas de toros y peleas de perros no fueron consideradas
Ramírez de la O reconoce falta de liquidez en Pemex; promete “verdadera austeridad” con SHCP para resolverla
Diputada de Morena se duerme en sesión de San Lázaro; legisladores discutían reforma sobre protección de animales
Arranca proceso para renovar dirigencia de la FSTSE; fortalecerán estrategia para la defensa de derechos laborales
Jufed se presenta en la Corte Interamericana; reforma judicial es un ataque sistemático y se materializó en la Constitución, acusa
En 1984, Fabio Morábito publicó Lotes baldíos, poemario con el que hizo su aparición en el universo de las letras mexicanas. En el libro, el autor se pierde en los linderos de una ciudad extraña mientras ve florecer una lengua que no es la materna. Nació en Alejandría, Egipto, de padres italianos pero a los 15 años se trasladó a México, donde radica.
Desde aquella primera publicación, Fabio ha cultivado un jardín creativo que constantemente abona, con paciencia, sutileza y estilo, economizando las palabras que brotan de ahí con tal de construir con ellas cuentos que sorprendan y cautiven, otras veces deja crecer el tallo para recoger ideas que sirvan al ensayo literario y otras más se pasea para escuchar a las aves cantar algún poema.
Su obra repasa todos estos momentos; ha escrito otros poemarios como Delante del prado, una vaca (2011), A cada cual su cielo (2021); los libros de ensayo También Berlín se olvida (2004) y El idioma materno (2014), incluso la novela con la que ganó el Premio Xavier Villaurrutia 2019, El lector a domicilio. Sobre el cuento, género en el que más se aplica, destacan las obras Cuentos populares mexicanos (2014), La sombra del mamut (2022) y recientemente Jardín de noche (Sexto Piso, 2024).
Jardín de noche consta de doce relatos ambientados en un jardín interior cuyas protagonistas son mujeres solitarias que beben un vaso de gin tonic bajo un cielo nocturno, donde el menor desequilibrio cotidiano es capaz de descarrilar sus vidas. La premisa de los cuentos descansa en tres líneas que se reiteran, y que pertenecen a una frase del cuento “Un monstruito verde”, del libro El elefante desaparece de Haruki Murakami, que Fabio leyó de la versión italiana. Por alguna razón, que el autor desconoce, esta frase propició la construcción de las historias.
En esta conversación se trata de desentrañar, por tanto, las semillas que han dado vida al jardín creativo de Morábito.
Has decidido que la cara de la soledad y la melancolía sea la de la mujer, ¿por qué trabajar con personajes femeninos y no masculinos?
Hay cierta libertad discursiva, me sentí cómodo con un discurso abierto que cambia fácilmente de tema, de tono; por lo general, en los personajes masculinos hay una mayor homogeneidad porque los hombres suelen ser más cuidadosos con su imagen, han sido educados para representar el papel del más exitoso que se pueda; en cambio, las mujeres, por suerte, conservan un espíritu de mayor libertad interior que no las obliga a desempeñar un papel determinado. Eso les confiere un amplio margen de libertad imaginativa: temas, estilo, pensamiento, y por lo tanto, desde el punto de vista de la escritura, eso me permitió imaginar situaciones que no podría asimilar sino por los personajes femeninos.
La reiteración o el juego con la misma escena recuerda al trabajo de Italo Calvino. ¿Qué relación tienen estos cuentos con la literatura italiana?
Este libro es uno de los que puede tener mayor relación con los cuentos de Dino Buzzati, yo lo quiero mucho, un autor muy reconocido en Italia, y que es el más kafkiano de la literatura italiana. Todos sus cuentos son imaginaciones disparatadas que, a partir de la cotidianidad, se convierten en ambientes inusitados. Esa vena fantástica también es posible palparla en Italo Calvino, en su trilogía de Nuestros antepasados: El vizconde demediado (1952), El barón rampante (1957) y El caballero inexistente (1959). Este libro no es de corte fantástico pero sus situaciones rozan ese mundo.
Un cuento es una historia que escapa de control, el cuentista se ve obligado a un trabajo de atar hilos y perderlos
Fabio Morábito, escritor
Estuviste involucrado en la reescritura de los Cuentos populares mexicanos, una antología de 125 cuentos. ¿Cómo se escriben los temas de la cultura cuando se adopta una lengua extranjera?
En realidad los cuentos populares mexicanos son cuentos populares universales. Es propio de los relatos orales decir que surgieron como performances, y que en algún momento de su evolución fueron transcritos por antropólogos, estudiosos del folclor, etnólogos y, finalmente, por escritores; pero estos cuentos nacen de la oralidad y se transmiten de país en país y se repiten con variaciones climáticas, atendiendo a la vestimenta, a la comida, a la cultura, pero las historias se conservan tal cual. En el libro de Cuentos populares mexicanos hay un cuento recogido por etnólogos en Tabasco titulado “Los niños perdidos”, que es exactamente la historia de Hansel y Gretel, una historia que se remonta a la Alemania del siglo XIX y que seguramente tampoco era una historia propiamente alemana. Los cuentos populares más mexicanos pertenecen a la literatura más universal, y por eso mismo pretender darle una raíz nativa hace más fácil caer en el mito de que los relatos que cuenta la gente del campo son aquellos que reflejan una identidad; no es cierto. Los Cuentos populares mexicanos, para mí, no fue un cruce de fronteras lingüísticas, sino de género, pasar de la oralidad al mundo escrito, que sí es una frontera gruesa; a lo largo de esa recopilación aprendí lo que eso implica.
El año pasado, en coautoría con Bernardo Berruecos publicaste 60 poemas griegos arcaicos, traducidos y comentados. En esta obra mencionas los procesos de transmisión de la poesía en la antigüedad, de un carácter colectivo que involucraba una serie de personajes y espacios públicos destinados al recital poético, a la oralidad. ¿Ese carácter colectivo se ha perdido?
Ese carácter de la poesía se ha difuminado en la figura del lector moderno, donde hay una relación privada, individual y silenciosa en lugar de una relación colectiva, como sí ocurre con los cuentos populares o en los romances de la Edad Media. Esto ha cambiado radicalmente, somos una cultura escrito-céntrica, y sin embargo, en la poesía el carácter oral no se ha perdido del todo, queda mucho en el trasfondo de la memoria de cada poeta, eso explica por qué la poesía conserva un ritmo y una musicalidad más acentuadas que la prosa, y por qué se llegan a dar recitales de poesía y casi ninguno de cuentos, es decir, a la gente todavía le gusta escuchar la poesía de oído. En la manera en cómo el poeta lee está expresando una concepción de la propia poesía que se le releva en su estilo de lectura, independientemente de que los poetas solemos leer muy mal, además de que no hay una escenografía adecuada para captar la atención; a pesar de leer desganada y tibiamente, aun así mostramos que seguimos conectados con la tradición oral.
Pretender darle una raíz nativa a un cuento hace más fácil caer en el mito de que los relatos que cuenta la gente del campo son aquellos que reflejan una identidad
Fabio Morábito, autor de "La sombra del mamut"
Esto me conecta con los ensayos que ha escrito en El idioma materno, donde una de las apuestas, me parece, es que toda obra escrita sea leída en voz alta. ¿Qué encontramos en ese obrar?
Hablando de prosa, cuando una novela o un cuento te atrapa —y estás involucrado de lleno—, en ese momento más que leer esa historia la estás escuchando, es decir, la escritura desaparece, el papel impreso se desdibuja y entonces estás recuperando la condición primitiva de las historias, cuando alguien las contaba, como Scheherezade en Las mil y una noches. El cuento es el género más antiguo de todos, más antiguo que la poesía y la novela —una creación moderna—; el encanto de escuchar a alguien contar una historia y pender de los labios de esa persona es porque existe una conexión con la voz y el oído: un cuento sobre un hombre sin voz que cuenta un cuento. Aun en las novelas más sofisticadas, alejadas de la oralidad, como puede ser una novela de Henry James, de Thomas Mann, seguimos oyendo esa voz que cautiva; si nos atrapa, esa letra escrita desaparecerá.
¿Y cuál es tu secreto, Fabio, para que una historia contada sea una historia y no una página escrita?
Es que escribir un cuento no es lo mismo que una historia. Una historia bien contada no es necesariamente un cuento, sirve para la sobremesa; la prueba es que cuando alguien platica una anécdota bastante interesante entre amigos, nunca falta alguien que diga: deberías escribir un cuento. Esto es el principio. ¿Qué es el cuento? Yo diría que es una historia que escapa de control, el cuentista se ve obligado a un trabajo de atar hilos y perderlos para volverlos a atar, y darse cuenta de que está contando más de una historia, como decía Ricardo Piglia en aquella frase: “Todo cuento no cuenta una historia, cuenta dos”, una es superficial y explícita; la otra, oculta, que cada escritor recree en su mente. Un cuento es incorregible, necesita un surco y lo difícil es no salir de ese surco, hay que estar cuidándolo, de lo contrario, se cae en la procrastinación.
En cada libro uno debe conquistar la lengua literaria que no se deja atrapar fácilmente, te hace cometer muchos errores
Fabio Morábito, poeta y ensayista
A 40 años de Lotes baldíos, ¿qué fruto encontramos si miramos la obra en retrospectiva?
Italo Calvino decía que el verdadero libro del autor es el primero, muchas veces no es el mejor, pero es el más auténtico porque nadie le pidió al autor que lo escribiera; el segundo trae consigo un encargo, se espera de ti que escribas otro y otro, quedaste fichado, y tú mismo te sientes obligado a refrendar ese papel. El primero tiene esta cosa milagrosa de una eclosión, involuntaria y mágica, en ese sentido, es el libro más entrañable. Aunque, con el tiempo, uno le halle defectos —hay autores que reniegan de su primera obra, pero estoy seguro que ellos confesarían que finalmente le deben a ella el derecho de haber escrito—, yo no reniego: Lotes baldíos me hizo entrar en el español, y nomás por eso estoy muy agradecido, porque me dio la oportunidad de escribir en una lengua aprendida.
Emil Cioran escribió: “No habitamos una nación, sino un idioma; no se confundan, nuestra lengua materna es nuestra verdadera patria”.
Yo corregiría lo de la lengua materna. Si eso lo escribe un escritor, le falta decir que su patria es la lengua en la que escribe sus libros, y que comparte con todos sus semejantes. Esa es la verdadera patria, una patria extranjera, porque nadie está cómodo en la lengua con la que escribe, es difícil; en cada libro uno debe conquistar la lengua literaria que no se deja atrapar fácilmente, te hace cometer muchos errores, con la cual uno nunca está del todo satisfecho. Y creo que una patria debe ser así, una cita siempre problemática, sin ello nadie escribiría, es lo que nos atrae a los que estamos en este oficio tan raro de entretener a los demás con nuestras fantasías, y si lo hacemos es porque sentimos la complejidad de por medio, dificultad que justifica el hecho de que le quitamos tiempo a nuestros semejantes que nos leen.