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Dentro de la corriente literaria que se ha ocupado de la izquierda mexicana contemporánea, hacía falta una obra que volviera la mirada sobre las dos décadas finales del siglo acortado (sigo a Hobsbawm) y los comienzos del actual, una época que vino a condensar en cierto modo muchas de las ilusiones, pero también enormes desencantos, que acompañaron los anhelos de toda una generación que insistió en el viejo sueño de construir “un mundo mejor”.
Ciro Murayama hizo suyo este reto y se dio a la tarea de contarnos en Infamia. El poder corrompe hasta a los rebeldes (Planeta, 2023) las andanzas de unos jóvenes, El Gallo y El Diablo, cuya profunda amistad se halla entrelazada con todas las vicisitudes que esos años trajeron a la militancia de la izquierda en México y el mundo. Un asesinato llamado a quedar impune —el del Diablo— sirve como punto de partida para entrar de lleno a la Ciudad de México de los años 80 y 90, observar su entorno cultural, meditar sobre el desamor y el cruce de varios destinos.
Doctor en economía por la UNAM y la Universidad Autónoma de Madrid, aunque más conocido por su reciente y destacado papel como consejero electoral del INE, Ciro Murayama ha salido del ámbito ensayístico y académico para dar forma a esta su primera novela que tiene entre otras cualidades narrativas su agilidad prosística y la lograda construcción de sus personajes, cuyas vivencias muestran no sólo un drama íntimo sino también la decadencia de una izquierda muy alejada de sus principios fundacionales.
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¿Por qué elegiste el recurso novelístico para abordar esta historia y reflexionar sobre los temas que ahí concurren?
La novela es un género que permite explorar la realidad, desde la ficción, con mucha libertad, pero también exigiendo el rigor de la credibilidad en el relato. Ese es el caso de la novela política, indispensable para entender la lucha por el poder en distintos momentos históricos. Quise salirme del ensayo propio de las ciencias sociales para plantear una reflexión más profunda; no quería denunciar un hecho, un caso de corrupción concreto, desestimar o evidenciar los excesos de un partido o un gobierno en particular, sino más bien realizar una reflexión usando una propuesta estética, que eso es finalmente la literatura, pero sobre todo presentar algunos asuntos éticos que, en mi perspectiva, la izquierda mexicana o las izquierdas en general han sido muy reacias a abordar y a elaborar a partir de un necesario ejercicio de autocrítica.
Buscabas ingresar, como has dicho en diferentes oportunidades, a un terreno inexplorado de nuestra historia reciente…
Dos puntos de referencia para las izquierdas mexicanas son necesariamente la revolución cubana y el 68. Una como una gesta heroica triunfante, y el otro como un doloroso agravio; pero la vida de mis personajes abarca prácticamente dos décadas, desde el sismo del 85 hasta el 2006, una vez que la izquierda ya gobernaba en la Ciudad de México. Es un periodo en el que pasamos del México autoritario al México democrático, donde la izquierda está a las puertas del poder nacional. A propósito, no quise hacer una novela que transcurriera en la actualidad, porque no se trata de un ajuste de cuentas con el gobierno morenista, sino con procesos previos a la propia izquierda que ésta no resolvió; por ejemplo, su relación con Cuba, con Nicaragua o con el movimiento zapatista. Este último, por cierto, figura en mi novela como fondo de la triste ruptura entre el Diablo y su directora de tesis, porque fue un movimiento que entusiasmó a mucha gente, pero que también fracturó algunos de los consensos que uno pensaba que ya existían en la izquierda, como su compromiso con la legalidad y su renuncia al sueño armado y revolucionario. Y sin embargo no era así, como lo demostró la adhesión de franjas mayoritarias de la izquierda en 1994 con la opción armada de los zapatistas. También es una reflexión sobre algunos acontecimientos internacionales, como no haber atendido ni condenado de manera clara el terrorismo etarra, que a nombre de un nacionalismo de izquierda mató a cientos de personas cuándo España ya vivía en democracia. La trama de mi novela trata de tocar algunos de los botones sensibles de la falta de autocrítica y reflexión ética de la izquierda hegemónica mexicana.
A tu modo, te has acercado a una suerte de novela de formación. En este caso tus personajes van abriendo los ojos a la política, a la militancia, y encuentran con su mirada juvenil eso que algunos llaman la izquierda realmente existente, ¿no es así?
Desde ese punto de vista es una novela de iniciación a la política y al desencanto en la política. Entreteje esa ruptura de sueños, la pérdida de la inocencia y también el desamor, dos sentimientos que pueden ser muy parecidos: el desencanto amoroso y el desencanto político. Además, no es casual que el personaje más sabio, más moderado y más consistente sea Adela Abreu, lo cual también es un homenaje al papel de la mujer en el pensamiento de la izquierda universitaria; y el otro personaje que es un faro de experiencia y reflexión es Leopoldo, un homosexual que enferma de sida. Tenemos que hacernos cargo de que nuestras izquierdas hegemónicas que vienen del Partido Comunista y la que hoy está en el poder, fueron izquierdas muy machistas, muy homofóbicas, como el régimen cubano.
Hay un momento en que los acontecimientos —la muerte de El Diablo, los móviles de su asesinato— habrían permitido que desarrollaras una novela negra. ¿No te tentó esa posibilidad?
En realidad, la mía es una novela política que tiene un delgado canal paralelo de novela negra que la recorre de principio a fin: empieza con un crimen, con el asesinato del Diablo por sus pesquisas y hallazgos sobre la corrupción. El Gallo reúne piezas que le dicen quiénes fueron los autores intelectuales, aunque no se ocupa de los ejecutores materiales; y ese es parte del drama: le importa más quién dio la orden que quién apretó el gatillo, sabiendo que la responsabilidad mayor recayó en alguien que en algún momento se dijo preocupado por la justicia social, un militante que cae en el fanatismo autoritario y que pasa de ser un soñador de la justicia a un ajusticiador de disidentes.
Tu obra muestra cómo la izquierda ha privilegiado las emociones por encima de las ideas…
Sí, hay mucha emoción, sentimiento, hambre de justicia y, lamentablemente, pocas ganas de analizar con frialdad la realidad propia de la izquierda y la del mundo. En estos años en los que transcurre la novela se dio el colapso de la Unión Soviética y se inició el periodo especial en Cuba, con todo lo que eso implicó en términos de sufrimiento para la población, sin que nos preguntáramos abiertamente como estuvimos tantos años enajenados con el régimen soviético, con sus excesos, con el propio régimen cubano. Y bueno, mis personajes son curiosos, estudiosos y se empiezan a preguntar cosas, por ejemplo: ¿en serio se hace un mundo mejor repartiendo dinero? Con las conocidas dosis de corrupción, ¿no sería mejor apostar por un transporte público eficiente o educación de calidad? Ellos empiezan a tener una preocupación de tipo socialdemócrata, a diferencia de nuestras izquierdas que siguen enamoradas de la revolución cubana a pesar del saldo ominoso de atropellos a las libertades y también del poco éxito que ha tenido en términos materiales. Y esto nos ha llevado incluso a algo que no aparece directamente en la novela pero que ya late en ella: la distancia que la izquierda ha tomado hacia temas que antes le eran esenciales como el laicismo, el aprecio por la ciencia y la cultura. Sólo así se explica lo que hemos visto en este sexenio, con el Detente, los símbolos religiosos y la persecución de científicos, prueba de que tenemos una izquierda extraviada, autoritaria y muy básica.
Quedan claras además todas las capacidades de corrupción que tiene un gobierno que se dice de izquierda.
Mis personajes participan en movimientos contra el viejo autoritarismo, como las marchas contra el fraude del 88 por ejemplo, pero ellos se rehúsan a caer en esta autojustificación de que si tú criticas a un gobierno de izquierda le estás haciendo el juego a la derecha: esa es una coartada para la tolerancia de la izquierda hacia sus propios corruptos. El Diablo y el Gallo rompen con eso diciendo que la manera de tener una mejor izquierda es no tolerando que esta adopte las prácticas que criticábamos en el viejo PRI. Ahora bien, ¿por qué esta novela pone el énfasis en la corrupción de un gobierno de izquierda y no en uno de derecha? Es porque yo vengo de la izquierda y me ha resultado particularmente doloroso que esa izquierda, que nació con anhelos éticos y de justicia, sea la que se extravió. A mí nunca me ha seducido política ni intelectualmente la derecha y por eso no me duele. En cambio, la izquierda sí me duele, porque además creo que si algo le hace falta a México, a un país tan desigual, es una izquierda democrática. Y ese vacío es el que inspira a la novela.
Está claro que esto podría tener dos desenlaces: uno esperanzador y otro pesimista. ¿Cómo deja tu obra el tema de la esperanza para la izquierda? ¿O de plano dirías que no tiene remedio?
Tan creo que tiene remedio que estoy planteando lo que no me gusta, pero eso en el plano más político; en el estrictamente literario es la historia de una derrota. Estéticamente hablando: no recuerdo una novela con final feliz que me haya cautivado. Este no es un relato para niños. Es un relato para justamente esperar que el futuro de la izquierda no sea el del Diablo, que es el ajusticiamiento, o el del Gallo, que es el autoexilio.
Te lo preguntaba porque Borges decía, pensando en los peronistas, que no eran buenos ni malos, que lo que no tenían era remedio. Ahora le pregunto al Ciro Murayama, exconsejero electoral, y quien también ha militado en la izquierda: ¿qué perspectivas reales pueden tener formaciones políticas que actúan como enemigas de la libertad y de la democracia en su sentido más elemental?
El mayor drama que puede tener la izquierda es que los ataques y las descalificaciones que hacen las más añejas derechas tengan fundamento. Y eso es triste. Por eso es indispensable hacer una crítica desde la izquierda democrática que cree que es posible y legítimo reivindicar la equidad social (justamente en una de las regiones más desiguales del mundo), y hacerlo desde un compromiso con las libertades y los derechos políticos. No veo un solo país de América Latina que haya dejado atrás la noche del autoritarismo y las dictaduras sin el concurso de la izquierda. Lamentablemente, muchas izquierdas están siendo desleales con ese legado de lucha democrática cuando toleran los excesos de quienes gobiernan en nombre de la izquierda. La izquierda mexicana era amiga de escritores y artistas latinoamericanos perseguidos, por ejemplo, Gioconda Belli y Sergio Ramírez en Nicaragua, pero ahora que son perseguidos por la dictadura de Ortega y que incluso su nacionalidad les ha sido retirada, la izquierda mexicana voltea a ver hacia otro lado. No se lo tolerábamos a los dictadores de derecha, pero sí se los toleramos a los dictadores de izquierda. Hay, en serio, un déficit ético mayúsculo.
Para el caso mexicano, ¿qué futuro puede tener la izquierda?
La posibilidad de una transformación hacia una izquierda más deseable no va a salir de la izquierda militante y partidista, lamentablemente. Tenemos un sistema político en donde lo que se está premiando es el pragmatismo que ve a al poder público como un botín, una izquierda que lo es sólo de mote, que tiene mucha gente de derecha, muchas prácticas de derecha. Cuando le abren las puertas del Palacio de Bellas Artes a la Iglesia de la Luz del Mundo, con toda su estela de abusos sexuales, sabemos que están en las antípodas de la izquierda. La única posibilidad que tenemos de aspirar a una izquierda distinta es desde el plano cultural. Desde el plano de las ideas, de la creación, como ocurrió durante muchos años cuando la izquierda sabía que iba a ser difícil llegar al poder. Aunque va a ser una larga travesía tiene que ser una apuesta cultural. Y es a lo que pienso dedicarme los próximos años.