Hace un par de años, un grupo de investigadores de la Universidad de Emory, Atlanta, hizo un descubrimiento fascinante y aterrador. Los científicos mezclaron un producto químico que olía a flor de cerezo en una jaula de ratones, para luego administrarles descargas eléctricas en las patas. Los ratones asociaron este aroma con el dolor y se atemorizaban cada vez que lo olían. Lo insólito vino con las generaciones siguientes, sus crías, hijos y nietos, temblaban de miedo ante el aroma de esta flor aunque ellos nunca recibieron descargas. Los investigadores identificaron que el episodio había sido tan determinante que las generaciones posteriores nacieron con más receptores olfativos en la nariz.

En Los alemanes, novela galardonada con el Premio Alfaguara 2024, Sergio del Molino explora cómo los miedos, secretos y anhelos familiares trascienden los años y permean a los distintos miembros de esta tribu sentimental. El escritor español reflexiona sobre esas herencias intangibles que terminan por marcar las fronteras morales de una persona, una especie de testamento no deseado que puede regir un destino.

"Los alemanes", Sergio del Molino. Alfaguara, España, 2024, 336 pp.
"Los alemanes", Sergio del Molino. Alfaguara, España, 2024, 336 pp.

En 1916, poco antes de culminar la Primera Guerra Mundial, un grupo de 600 alemanes instalados en una colonia de Camerún se entregaron a las autoridades españolas de Guinea antes que rendirse frente a los Aliados, y terminaron asentándose en ciudades ibéricas como Zaragoza tejiendo una nueva patria durante generaciones. Del Molino (1979) recrea la historia de una familia ficticia, su compleja relación entre los tres hijos y los padres, así como sus vínculos con la historia y cultura alemana.

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Además de la proximidad geográfica, ¿qué fue tan singular para ti en la historia de los 600 alemanes que llegaron a Zaragoza?

Varias cosas, en especial el hecho de que no eran lo que parecían. Era un grupo de alemanes que se resistían a dejarse clasificar por las categorías habituales que supuestamente les correspondían. Al principio, parecía que eran refugiados de guerra, pero no se comportaban como tales, tampoco se les podía considerar exiliados, aunque realmente lo eran y tampoco se les podía considerar migrantes económicos, aunque también lo eran. Ninguna de las categorías que se supone se les podía aplicar les aplicaba bien porque ellos no encajaban en el estereotipo. La forma en la que mantuvieron ese vínculo, esa creación de la patria imaginaria, esa noción de casta, me llamó mucho la atención porque me permitió pensar sobre muchas cuestiones del desarraigo y la identidad, que a mí me preocupan mucho.

Uno de los personajes centrales es Gabi, que a pesar de su muerte es una especie de fantasma que determina el rumbo de la familia. ¿Por qué reflexionar sobre el peso de los muertos?

Nuestra vida está condicionada por la presencia de los muertos, pero no de una forma fantasmagórica. Gabi es una presencia que conforma la vida de los que se han quedado, las vidas que han compartido. Creo que buena parte de lo que hacemos al crecer es hablar de muertos, de nuestros muertos, que van configurando nuestra propia identidad y van dando sentido a nuestra vida, van dando sentido al relato que nos contamos de nuestra vida; eso he intentado trasladarlos a la novela haciendo un personaje, como Gabi, que atraviesa toda la narración, pero que no está, sus acciones ya no determinan nada porque está fuera de cuadro y todo lo que sabemos de él lo sabemos a través de las evocaciones de los demás. Me interesa mucho el legado de los muertos, cómo perviven, cómo muta su presencia entre nosotros porque parece que los olvidamos rápidamente, pero no es así. Veo la forma en la que mis abuelos siguen condicionando la vida de mi madre y, probablemente, yo configure mi identidad con mi madre cuando ella muera. Los muertos siempre están con nosotros.

Estamos hechos de las decisiones que han tomado nuestros antepasados y nos determinan


Sergio del Molino, escritor

De nuestros ancestros heredamos muchas cosas, el color de los ojos, enfermedades. El libro nos muestra que de nuestros ancestros también heredamos miedos y culpas. ¿En algún momento podemos zafarnos de este legado que nos dejan las familias?

Podemos, pero tiene un precio. De la misma forma que podemos renunciar a una herencia legal de una casa o un auto, que tiene un coste financiero y moral. Negarse a recibir algo tiene sus consecuencias, y dar la espalda a tu legado familiar también tiene consecuencias que vas a pagar de formas insospechadas. Mucha gente intenta darle la espalda a lo que ha sido, pero es muy difícil porque hemos crecido con ello, hemos sido configurados y criados por la familia. Estamos hechos de las decisiones que han tomado nuestros antepasados y nos determinan en formas que, en buena medida, no somos conscientes; es muy difícil escapar porque no podemos escapar de nosotros mismos.

A nivel social también es difícil explorar estas herencias históricas y culturales. ¿Por qué la literatura es el mejor camino para hacerlo?

La literatura es el vehículo perfecto para poder explorar estas cuestiones porque nunca da respuestas claras, porque siempre está moviéndose en un terreno de la indeterminación, la exploración y especulación, pues nunca habrá una respuesta clara al qué hacer con lo que ha hecho tu familia o tu país. La literatura nos permite quedarnos en suspenso sin que ninguna respuesta sea correcta o incorrecta. Este tipo de herencias no tienen nada que ver con el mundo normativo, sino con el mundo de las emociones y ahí nos movemos en términos vaporosos, que sólo pueden ser penetrados desde la literatura.

Los alemanes tiene ciertos vínculos con la historia nazi. Decía Theodor Adorno que después de lo que pasó en Auschwitz no se puede escribir poesía. Sin embargo, el arte vuelve constantemente a este tema. ¿A qué consideras que se debe?

Adorno fue un hombre muy perspicaz y muy sabio para muchas cosas, pero ahí se equivocó rotundamente porque la poesía empezó entonces. La poesía no dejó de tener sentido después de Auschwitz, sino que empezó a tenerlo. Empezamos a tener necesidad de una respuesta por el horror del holocausto. Auschwitz, como metáfora de la Solución Final, crea la idea contemporánea del infierno, incluso antes de que supiéramos qué era Auschwitz ya se habían acuñado expresiones como la de Joseph Roth que hablaba del Tercer Reich como la sucursal del infierno en la Tierra; es la idea que tenemos de lo demoníaco, del mal absoluto y que no ha sido superado por ningún otro mal, a pesar de que han existido muchas guerras, genocidios, multitud de horrores desde el año 45, pero ninguno ha sido tan demoledor como la Solución Final. Auschwitz todavía es nuestro horizonte del infierno, y de que vamos a hacer poesía, literatura, sino es del infierno mismo. Es un horror tan gigantesco que escapa a nuestra comprensión, que sólo podemos abordarlo desde la literatura.

El entusiasmo con el que Putin va a la guerra es un entusiasmo mesiánico religioso y nacionalista


Sergio del Molino, escritor

Las únicas cosas interesantes que se han dicho sobre Auschwitz han venido desde el arte, desde la poesía, desde el pensamiento más poético, porque necesitamos ese mar de herramientas para poder enfrentarnos a lo incognoscible y es algo que seguirá provocando fascinación porque se ha convertido no sólo en la imagen del infierno sino también el horizonte moral por el que regimos todos los demás horrores. Un pecado de las discusiones intelectuales es recurrir con demasiada facilidad a comparativos con el nazismo, cuando el interlocutor es autoritario o dice demasiadas barbaridades, pero es el horizonte moral a través del cual medimos todos los demás raseros. Desde hace unos años, en Alemania, los principales libros de literatura y pensamiento tienen que ver con la culpa y el nazismo, con la herencia, con la relación que tiene la sociedad alemana con ese pasado porque no podemos salir de ahí porque aún nos queda mucho que hablar al respecto.

Entrada del túnel que da acceso al campo de concentración nazi de Dora realizada el 28 de abril de 1945. Foto: EFE/Coupole
Entrada del túnel que da acceso al campo de concentración nazi de Dora realizada el 28 de abril de 1945. Foto: EFE/Coupole

En tu novela, la familia Schuster trata de reconstruir una “patria invisible”, esa necesidad del patriotismo exacerbado. ¿El nacionalismo de la época nazi ha mutado en nuestros días?

No ha mutado, el nacionalismo está resurgiendo con fuerza. Hubo unos años del siglo XX, coincidiendo después de Auschwitz y la posguerra, que en algunas regiones del mundo se demonizó al nacionalismo, se consideraba que era una ideología totalmente nociva, pero que se había superado y que la humanidad ya no estaba para esas cosas. Había una verdadera voluntad de derribar fronteras y de crear el sueño de un mundo unificado, era una utopía que se reflejaba en la ciencia-ficción más optimista, era algo recurrente, pero que ha ido desapareciendo en el siglo XXI. Estamos volviendo a un tribalismo, en buena medida como consecuencia del fracaso de una globalización neoliberal, una globalización que ha beneficiado enormemente a las grandes élites mundiales y ha perjudicado a grandísimas capas de población que se han visto excluidas del progreso y que están reaccionando, en buena medida, desorganizada y sentimentalmente al replegarse en la tribu. Estamos viendo un despertar de los nacionalismos al igual que estamos viendo un despertar del sentimiento religioso porque son formas de protegerse frente a la intemperie de un mundo que consideran hostil, de un mundo que es demasiado fiero y despiadado. De forma similar que el personaje Fede, buscan un lugar donde guarecerse y ese lugar puede ser la nación y cierto sentido de dios; es un repliegue de mucha gente que se siente totalmente desamparada y con falta de referentes, es algo que está marcando profundamente nuestro siglo, buena parte de las guerras que estamos viviendo tienen que ver con eso: el entusiasmo con el que Putin va a la guerra es un entusiasmo mesiánico religioso y nacionalista; lo que vemos en Israel también tiene mucho que ver con eso.

Parece que en la sociedad, pero especialmente en los jóvenes, hay una insatisfacción por el modelo democrático, que ha permitido el surgimiento de personajes como Trump, Bolsonaro, Milei o Le Pen.

En Argentina, el voto a Milei fue un voto de castigo de la juventud contra el sistema tradicional. En Francia, la última vez que estuve ahí con unos amigos fue muy desolador porque todos dan por hecho que ganará Marine Le Pen, parecía la profecía autocumplida, como si hubiesen bajado los brazos ante su victoria. Y eso, probablemente, tenga que ver con un desencanto muy grande que hay con la democracia porque no ha sabido extirpar todas las fuentes de corrupción y no ha sabido renovarse, no ha sabido venderse bien, pese a que sigue siendo el mejor sistema posible, porque cualquier alternativa a la democracia liberal es el infierno.

¿Cuál te gustaría que fuese el legado literario de Sergio del Molino?

No creo en la trascendencia. Por el bien de mi hijo espero que sea una herencia lucrativa, que mi hijo no tuviera que trabajar gracias a lo que ha trabajado su padre. Lo otro no puedo ni imaginarlo. Me parece verdaderamente milagroso tener un poco de influencia en el mundo de hoy, como para pensar en tenerlo en el mundo del mañana.

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