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Son momentos turbulentos y de incertidumbre para los empresarios mexicanos . Para los que dependen directa o indirectamente del comercio exterior , la falta de certezas en torno al futuro del Tratado de Libre Comercio de América del Norte los tiene con el freno de mano puesto. No los culpo: apenas el viernes pasado, en una entrevista después de despedir al vicepresidente de Norcorea en Washington DC, el presidente Trump volvió con la cantaleta de que México y Canadá han estado muy consetidos y que no descarta la posibilidad de que Estados Unidos opte por negociar dos tratados bilaterales en vez de modernizar el necesario acuerdo trilateral. Los aranceles anunciados por la administración Trump al acero y al aluminio y la respuesta de México, Canadá y la Unión Europea terminan por pintar un escenario económico innecesariamente complicado. Es una verdadera lástima que del otro lado de la mesa México tenga a un narcisista insufrible que prefiere darse un balazo en el pie antes que emprender rutas inteligentes y mutuamente benéficas. Ni modo, es lo que hay.
Pero el futuro del TLCAN no es lo único que preocupa a los empresarios. La violencia es otro. La violencia que se vive en el país, esa de todos los días: los robos, extorsiones, secuestros, asesinatos. La cada vez más complicada tarea de llevar una vida tranquila y con perspectivas de mejora. Esa sensación de inseguridad con la que andamos cargando diariamente los mexicanos. Es eso lo que les preocupa, pero también los golpes que, con cada vez mayor fuerza, permite la incapacidad del Estado para procurarnos seguridad. Los asaltos a trenes y camiones de transporte de mercancía, las extorsiones en puertos y carreteras y todas las actividades criminales que van modificando o de plano fracturando las cadenas de suministros necesarias para hacer negocios. Hace sólo unos días, las más importantes organizaciones de empresarios lanzaban un SOS a los gobiernos federal y estatales.
El tercer factor de preocupación para empresarios es lo que parece el inminente triunfo de Andrés Manuel López Obrador el próximo 1 de julio. Pero aquí hay que hacer una precisión. A diferencia de lo que sucede con el tema del TLCAN-dólar y el de la inseguridad, no todos los empresarios caen en la categoría “apanicados por AMLO”. De los que sí lo hacen, algunos han decidido emitir su opinión con el propósito de que sus empleados no voten por una opción que, según creen, perjudicará su negocio y, por tanto, sus fuentes de trabajo. A mí me parece completamete legítimo que los empresarios hablen públicamente acerca de sus preferencias electorales. Sin embargo, veo fuera de lugar (y francamente inservible) que intenten influir en el sentido del voto de sus empleados. Y del otro lado también hay que entenderlo: el problema no es un sector empresarial políticamente activo, el problema es que el esfuerzo se concentre únicamente en fortalecer la estrategia de miedo a Andrés Manuel, que —otra vez—, a estas alturas, no detiene nada, convence a pocos y refuerza la polarización. Honestamente hay mejores argumentos que ese. Hay tiempo. De inicio, ojalá que los #DiálogosPorMéxico que sentarán, en privado, en la misma mesa al puntero con miembros del Consejo Mexicano de Negocios logren tender esos puentes.