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Hace décadas, el consultor Peter Drucker afirmaba que “lo que se mide, se gestiona”, un principio que sugiere la clave para transformar el caos en orden y convertir el desperdicio en oportunidad. No obstante, en el contexto mexicano, las cifras sobre alimentos perdidos se basan más en conjeturas que en datos precisos, obstaculizando la identificación de soluciones realmente eficaces.
Mientras millones conviven con la inseguridad alimentaria, toneladas de productos acaban en la basura. Se estima que México desperdicia 35% de los alimentos producidos anualmente –cifras que se traducen en cerca de 31 millones de toneladas, 25 mil millones de dólares y 2.5% del PIB–. Pero, ¿cuánto podemos confiar en estas “estimaciones” fundamentadas en cálculos sin el rigor metodológico necesario? Sin datos precisos, la lucha contra el desperdicio coquetea fácilmente con la ineficacia, impidiendo el diseño de políticas públicas que realmente aborden la raíz del problema.
¿Dónde ocurre la mayor pérdida? ¿En qué sectores de la cadena de suministro? ¿Qué tipos de alimentos son los más desperdiciados? Sin respuestas precisas, cualquier estrategia de reducción será apenas un paliativo. Aunque las cifras actuales evidencian la magnitud del problema, seguimos atrapados en una ceguera estadística que dificulta la evaluación de avances en tiempo real. Las cifras, por muy alarmantes que sean, se quedan cortas si no se acompañan de una medición precisa y continua para evaluar el progreso y ajustar acciones en tiempo real.
LECCIONES INTERNACIONALES: LA MEDICIÓN COMO HERRAMIENTA DE TRANSFORMACIÓN
Diversas economías han recurrido a la medición como primer y decisivo paso para combatir el desperdicio alimentario, demostrando el retorno de inversión con resultados notables. En la Unión Europea, el reglamento de Economía Circular obliga a los países a reportar datos detallados en cada eslabón de la cadena agroalimentaria.
Como evidencia del impacto de estructuras formales de medición, está el caso de Japón que incluso adelantó su meta de reducción del desperdicio alimentario tras lograr una disminución de más de 25% en la última década, lo que abre la posibilidad de elevar sus Objetivos de Desarrollo Sostenible 2030. Algunas claves de su éxito: escáneres que rastrean alimentos descartados en supermercados y restaurantes, sensores que previenen mermas en almacenamiento y transporte, y plataformas digitales para reventa de productos cercanos a caducar. Además, la obligación gubernamental de que la industria reporte detalladamente el desperdicio generado y sus actividades de reciclaje ha acelerado la implementación de soluciones
En el Reino Unido, el programa Waste & Resources Action Programme (WRAP) implementa un sistema integrado que monitorea el desperdicio per cápita, incluso analizando hábitos de compra y basura generada en los hogares para identificar los principales tipos de alimentos desperdiciados. En 2021, el desperdicio alcanzó 116 kilos por persona, 5.6% más que en 2018, aunque con una reducción acumulada de 18% desde 2007. Este enfoque basado en datos ha permitido implementar estrategias efectivas en manufactura, comercio minorista y hogares, optimizando recursos y reduciendo pérdidas. Supermercados como Aldi y Tesco han adoptado reportes en tiempo real para ajustar inventarios, implementado instalaciones para procesar excedentes como alimento animal y utilizado cámaras de visión artificial para detectar productos en riesgo de desperdicio. Además, plataformas digitales facilitan la conexión entre excedentes y consumidores.
La realidad en México y, por extensión, en Latinoamérica, es marcada por la opacidad y la falta de datos confiables. Es imperativo que el gobierno asuma la responsabilidad de establecer normativas claras, metodologías rigurosas y criterios uniformes para la recolección y análisis de datos en toda la cadena alimentaria. La academia puede aportar su rigor científico para desarrollar y validar estas metodologías, mientras que el sector privado y las ONGs deben liderar la implementación de tecnologías que permitan medir la merma de manera precisa, fomentando al mismo tiempo campañas de concientización dirigidas a un consumidor cada vez más informado y responsable, sin descuidar la tarea de supervisar continuamente dicha transparencia.
La solución requiere segmentar el problema: desde la producción agrícola hasta el consumo en los hogares, cada eslabón debe contar con herramientas adecuadas y asequibles para medir y gestionar la merma sin sacrificar competitividad dada la naturaleza y escala tan diversa en la industria. No es tarea sencilla, pero por algún lado se debe empezar. Mediciones claras y transparentes pueden impulsar políticas públicas efectivas, obligar a los actores a rendir cuentas y generar un efecto multiplicador de cada acción implementada al poder monitorear su impacto en resultados tangibles.
El desperdicio de alimentos es un termómetro de nuestra economía: donde hay pérdidas masivas, hay fallas estructurales. Un país que no mide ni gestiona estos datos está dejando escapar recursos, oportunidades de negocio y soluciones a la inseguridad alimentaria.
En México, el desafío es mayúsculo, pero la experiencia global nos muestra que, con voluntad política y compromiso multisectorial, cada dato invisible puede transformarse en un poderoso motor de cambio. Porque, en definitiva, lo que no se mide, simplemente no se puede resolver.