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México sigue siendo un país surrealista y pleno de paradojas, si revisamos un poco la historia de las posiciones respecto a cómo enfrentar al crimen organizado. Vicente Fox había anunciado en su campaña que con el advenimiento de la democracia el problema se resolvería, casi por arte de magia. Fox declaró una “guerra sin cuartel” a los cárteles. Varios expertos dijeron que, de llevarla a cabo en serio, las cosas empeorarían en lugar de mejorar. La guerra quedó más a nivel declarativo, pero sí se diluyeron los acuerdos que los gobiernos del PRI habían mantenido con los capos para administrar el problema sin mucha violencia. Los gobernadores no pudieron sostener los acuerdos locales para hacer la vista gorda, y la violencia empezó a incrementarse poco a poco.
Paradójicamente, quien durante la campaña de 2006 ofreció utilizar al Ejército contra los capos fue López Obrador, según lo recuerda Luis Astorga (¿Qué querían que hiciera? 2015). Incluso, AMLO explicó al entonces embajador norteamericano Tony Garza que eso era “porque (el Ejército) es la menos corrupta de las agencias mexicanas y puede ser más eficaz” (lo mismo que poco después dijo Calderón). Pero cuando Calderón decidió aplicar justo esa política, AMLO cambió su discurso. Lo de Calderón, era “pegarle al avispero a lo tonto”. Es la doble vara del obradorismo; lo que otros hacen está mal, pero si lo hace AMLO, magnífico. López Obrador tomó como eje de su nueva narrativa que la narcoviolencia se debía esencialmente al neoliberalismo; un cambio de modelo económico resolvería el problema. Afirmaba también que “no es posible seguir con la misma estrategia fallida del uso de la fuerza” (2017).
Mientras tanto, la estrategia de Calderón fue bien recibida por la ciudadanía, viendo en ello un gesto de valentía al enfrentar al narco como nadie lo había hecho. Parametría reportó 89% de aprobación a su estrategia de seguridad (Enero, 2007). Los expertos señalaron, sin embargo, que había precipitación, falta de planeación y de complementación con otras medidas, así como ausencia de alianzas básicas. Y que el apoyo ciudadano pronto se le revertiría si no ajustaba su estrategia. No estaban errados. Algo parecido dijeron respecto de Peña Nieto; a medidas similares, resultados similares, dijeron. Así fue. Con todo, alguien le sugirió a AMLO en 2017 la idea de una Guardia Nacional: “El Ejército no puede limitarse a la defensa nacional, sino debe agregársele el objetivo de la seguridad pública interior, de manera permanente… Se analizará… la pertinencia de crear una Guardia Nacional con el apoyo de los 220 mil soldados y 30 mil marinos que en la actualidad permanecen organizados bajo el mando de oficiales del Ejército y de la Marina” (La salida). Pocos repararon en ello pues en su discurso público prevalecía el “abrazos, no balazos”. La Guardia Nacional es algo aparentemente nuevo, pero muy parecido a lo que había condenado los últimos doce años. Legisladores morenistas que se oponían férreamente a la Ley de Seguridad Interior lanzada por Peña, ahora defienden férreamente otra que la supera.
Los expertos dicen, en su mayoría, que las cosas podrían ser iguales o peores que antes, dada la profundización en la militarización de la seguridad (que ahora Morena llama “desmilitarización”). Ante la gran oposición de varios actores nacionales e internacionales a que la Guardia Nacional tenga mando militar, AMLO envió el mensaje de que habría mando civil. Decisión que fue celebrada por tirios y troyanos, así como por los grupos y expertos que participaron en los foros del Congreso. Pero resulta que todo era una nueva engañifa para aparentar un mando civil cuando, en lo sustancial, seguirá siendo militar. Y ante los ajustes que hicieron los diputados a la iniciativa ante este “viraje”, AMLO pide que sean desconocidos por los senadores. De alguna forma nos dice que si bien se le seguirá pegando al avispero, ya no será “a lo tonto” como lo hizo Calderón, sino ahora “a lo listo”. Veremos qué sucede bajo este esquema.
Profesor afiliado del CIDE. @JACrespo1