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Con ayuda de un machete, Alberta va quitando las raíces añejas que perduran en la tierra de un plantío de papaya. La labor es ardua, pero ella pacientemente va cortando y amontonando, hasta que el manojo de ramas es arrojado a una hoguera cercana. No tan lejos, bajo la rama de un árbol, cuelga una crisálida grisácea y textil que se mueve de forma inquieta. Al acercarse un poco la cámara, se distinguen unos pequeños pies que sobresalen del rebozo adaptado para ser una cuna colgante. El hijo de Alberta, de tan solo 5 meses, pasa horas descubriendo el mundo a través de los patrones de luz que se filtran y matizan por el árbol y el rebozo, esperando que su madre lo libere de la crisálida durante los descansos de su trabajo. Alberta Cortés es una de las tres mujeres chatinas cuya vida es retratada en el documental Siempre andamos caminando de Dinazar Urbina Mata. El documental retrata la discriminación y explotación a la que se enfrentan las mujeres de esta comunidad indígena al migrar a la costa de Oaxaca en busca de oportunidades de trabajo. Discriminación por ser mujeres, discriminación por ser indígenas, discriminación por ser migrantes.
Este documental se proyecta como parte de la séptima edición de la Muestra Internacional de Cine con Perspectiva de Género. La muestra tendrá presencia en 12 ciudades del país y cuenta con 70 largometrajes y 35 cortos que retratan, a través de diversas perspectivas, los matices de la complejidad del género. Como parte de las actividades de MICGénero tuve la fortuna de platicar el domingo pasado con la joven directora de este documental en el Museo de la Mujer de la Ciudad de México.
Dinazar explica que su intención al hacer el documental era retratar la forma en que estas personas eran discriminadas por los habitantes de su comunidad, Santa Rosa de Lima en Oaxaca. Sin embargo, al vivir con los Chatinos y hacer el viaje desde el pueblo de Soledad Cofradía hasta la costa se percata de la particular situación de vulnerabilidad, desventaja, violencia y discriminación que sufren las mujeres de esta comunidad al migrar para conseguir trabajo. Además de tener que dejar sus comunidades y familias, estas mujeres reciben un salario menor por las arduas labores en los campos de limón y papaya. Aunado a esto, la jornada laboral es interminable para ellas, ya que en la madrugada, a lo largo del día y por la noche deben seguir con el trabajo al cocinar, alimentar y cuidar de sus hijos y parejas. Aunque en el documental no se retrata la violencia sexual y física contra estas mujeres, Dinazar menciona que es algo que sufren cotidianamente. Después de ver el documental sólo pude pensar en la importancia de analizar los temas de género a la par de otros problemas que inciden en él, como la raza, la situación de pobreza o el pertenecer a una comunidad indígena. A esto se le puede llamar interseccionalidad o como uno desee, pero no se puede dejar de lado que estas problemáticas no inciden en vacíos existenciales sino que entretejen sistemas de opresión, discriminación y violencia contra las mujeres.
La frase que da título al documental es pronunciada por Juliana, una de las tres protagonistas, mientras cocina y reflexiona sobre la protección que ha recibido de dios a lo largo de los años, reconociendo que en este país siendo mujer, migrante e indígena es un milagro vivir una vida sin violencia.
Directora Ejecutiva de Impunidad Cero