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Fue en un estadio semivacío, como ocurrió en todas sus competencias, pero eso no impidió que algunos suspiros se escucharan en las tribunas del estadio Nacional de Japón , mientras se extinguía la llama de la esperanza, esa que habitó en la bahía Odaiba durante poco más de dos semanas, como símbolo del enésimo intento porque el deporte sea ese puente entre más de 200 naciones. Los pétalos de su moderno pebetero se cerraron para siempre.
Han terminado los Juegos Olímpicos Tokio 2021 , inició la Olimpiada más corta en la historia moderna, porque la pandemia de Covid-19 modificó todo en el orbe... Y el movimiento olímpico no es la excepción.
Japón
despidió a sus segundos Juegos , los más peculiares en la historia, porque fueron una versión atrapada en burbujas, pandémicos, con el dolor a flor de piel, con esos hoy indispensables trozos de tela que impidieron ver las sonrisas del éxito y las muecas de la frustración.
Todo eso quedó en la imaginación colectiva, al igual que el apoyo en las gradas de cada sede.
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Fueron los Juegos del Silencio , en los que el soundtrack no oficial resultaron los espontáneos gritos de alegría o los sollozos de tristeza de los propios atletas, porque el coronavirus les arrebató a los aficionados.
Aunque no la dicha, es que la Tokyo Ska Paradise Orchestra esparció entre los miles de atletas que estuvieron en el centro del campo, ya sin nacionalidades que les separaran, aunque sí el cubrebocas y hasta el gel antibacterial.
Sentimiento que mutó en nostalgia cuando la llama de la esperanza se apagó. Es cierto que estos Juegos serán inolvidables por el contexto que los rodeó, pero la gran fiesta de la humanidad se ha terminado por ahora. Tokio nunca será cosa del pasado porque albergó los Juegos más sui géneris en la historia, en los que México apenas ganó cuatro medallas de bronce, pero la capital francesa ya espera, lo dejó claro con la sobria presentación de París 2024 , ad hoc con el resto de la ceremonia de Clausura .
La única llama que une a la humanidad se ha apagado... Por ahora, con la genuina esperanza de que la próxima vez que sea encendida se dé en un entorno muchísimo más parecido a lo que era antes de que ese virus ensombreciera al mundo.