Han pasado 20 años desde que Elsa Ávila se convirtió en la primera mujer latinoamericana, tercera del continente, en escalar el Monte Everest , y recuerda hasta el mínimo detalle. El mayor reto para la mexicana era retornar a casa con sus dos hijos, más allá de alcanzar la cumbre, a 8 mil 848 metros sobre el nivel del mar.

“Cuando estás allá arriba no sabes lo que te vas a encontrar”, recuerda Elsa en charla con EL UNIVERSAL Deportes . “Siempre piensas en regresar y era lo más complicado”, explica.

El 5 de mayo de 1999, la montañista se borró la mala experiencia que vivió una década anterior, cuando se quedó a 98 metros de la cima por un grave cuadro de hipoxia (deficiencia de oxígeno en la sangre), que le impidió cumplir el sueño. El susto de casi perder la vida no la alejó de la meta, sin importar el tiempo que implicara preparar una nueva escalada.

“Si te entregas a un sufrimiento, vas a padecer más, porque mentalmente te vas a derrumbar. Tienes que ponerte en otro contexto, gozando; en las crisis de la vida puedes sacar algo positivo. Todo comienza con la motivación. Desde ahí, todo se hace fácil, con ese motor se me fue dando y aproveché la oportunidad”, afirma Ávila.

La montañista no tuvo una preparación exacta antes de hacer el viaje de 14 mil kilómetros al Himalaya, ya que toda su vida se ha basado en el ejercicio y su hábito le permitió hacer la larga ruta de casi mes y medio para llegar a su objetivo. El viaje al punto más alto del orbe toma tanto tiempo, explica, porque el cuerpo necesita adaptarse, por lo que no se puede subir en un lapso de días.

Ávila estuvo acompañada por un puñado de otros alpinistas, guiados por el mismo experto de su casi trágica expedición en 1989, pero esta vez sí logró llegar a la cumbre. Elsa hizo un ascenso bajo estilo deportivo, en un grado mayor de dificultad.

Al llegar al punto máximo de altitud, hubo unos escasos minutos para disfrutar antes de comenzar el descenso. Admite que dejar objetos en la cima del Everest es un mito, porque el viento es tan fuerte que todo saldría volando.

“Me doy cuenta, 20 años después, que aun bajo la más fuerte tormenta puedes encontrar la parte divertida. Siempre he escalado por algo personal. Si haces algo sin pensar en la competencia o en números, todo se da por consecuencia y simplemente los disfrutas”.

Su vida cambió después de esa aventura para bien y mal. “Fueron vivencias maravillosas”. Sin embargo, “tuve un bajón muy fuerte, y terminé con un marcapasos y cuatro infartos cerebrales. Eso no fue una invitación a regresar a la altura de las montañas”.

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