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El Negro Casas ha vivido todo en la lucha libre durante cuatro décadas pobladas de hazañas y derrotas. Sobre su piel, las cicatrices de guerra lo delatan como gladiador; abajo de ella, las lesiones llegaron para quedarse y aprendió a soportarlas.
¿El secreto?... “Llevar una vida saludable y prepararte todo el tiempo, pero si descuidas eso, por malos ambientes e influencias, no vas a llegar”, advierte en charla con EL UNIVERSAL Deportes .
“No soy el mejor ejemplo”, lanza. “Pero las experiencias que tuve en mi vida me han ido enseñando, no todo fue color de rosa, todo tuvo un sacrificio”.
Un romance con el cuadrilátero por el que sacrificó demasiado, “por no estar con las personas de tu familia. No estaba casi en la casa, no sabía sopesar, no tenía esa experiencia para dedicarle algo a mi familia. Me entregaba a la lucha”.
Ahora, ya como abuelo, trata de hacerlo, aunque sabe que echar el tiempo atrás es imposible, “pero lo que yo pasé ha valido la pena porque soy una persona satisfecha con lo que he logrado, agradecido con lo que la vida me dio”.
Le dio la lucha libre , prácticamente nació en una arena. Bajo el amparo de su padre, un luchador que le heredó a sus hijos la pasión por el deporte de los costalazos. “Desde que tuve uso de razón supe que iba a ser luchador, soy lo que quise ser. Mi esposa [Dallys] también ama la lucha libre, no me veo en otra actividad. Soy luchador”.
Se sabe popular, la palabra famoso no le agrada tanto. “Eso me llegó a desubicar, a afectar en la manera en la que me dirigía a la gente, a mis familiares, con ciertos aires [de grandeza], pero la vida y las experiencias me ubicaron”.
Tal vez por eso no cosechó muchas amistades en el pancracio, acepta que fueron relaciones incompletas, cómplices de viaje, en la fiesta. Los ve como compañeros de trabajo y los aprecia, “pero no hay preferencia por nadie. La palabra amigo tiene un peso, son muy pocos”.
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