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Cuauhtémoc Blanco
recibe el balón en el borde derecho del área rival, ingresa, amaga con disparar de pierna diestra, pero recorta hacia adentro y, con la parte interna del pie izquierdo, define a segundo poste, ante la mirada incrédula de Dida .
20 años han pasado desde que un pletórico Estadio Azteca albergó la final de la Copa Confederaciones y atestiguó el único título -no regional- que la Selección Mexicana ha ganado a nivel mayor. ¿El rival? De ensueño: Brasil .
Una de las estampas que se inmortalizaron el 4 de agosto de 1999 es la del capitán Claudio Suárez levantando la copa, con el entonces presidente de la FIFA -Joseph Blatter- a su costado derecho y Luis Hernández al izquierdo.
Y es precisamente el líder de aquel combinado quien apunta... y dispara. “Es el trofeo más preciado que México ha conseguido, por encima de los Juegos Olímpicos , que también representaron un importante logro”, dice el ' Emperador ' vía telefónica a EL UNIVERSAL Deportes .
“Espectacular”, es como se refiere el mítico defensa central a la consecución de aquel campeonato. “Impresionante”, describe, también en charla con este diario, el director técnico del equipo campeón: Manuel Lapuente .
Las impresiones de ambos con respecto al camino para llegar al juego decisivo coinciden en diversos puntos. No ocultan que fue sinuoso, y su relato llega a un clímax (y desenlace) que propicia, por unos segundos, el olvido de la cordura y el arribo de la emoción.
“Nos adaptamos a las circunstancias. Había altas expectativas de los muchachos, pero a ellos les sobraba ilusión, a pesar de que hubo partidos que costaron trabajo en las fases anteriores”, recuerda Manolo . “Al principio, no muchos aficionados se convencieron, pero se logró el primer objetivo, que era la final y ahí todo cambió”, rememora Claudio.
Llegó el día de jugar por la gloria. La sede era el Coloso de Santa Úrsula , o -como lo bautiza el exzaguero- “la catedral del futbol mexicano”. Ni siquiera la localía, mucho menos los meses que llevaban jugando juntos (debido a la Copa América de Paraguay ), eximió a ese grupo de la tensión que provocaba enfrentar a la 'verdeamarela', por aquel tiempo tetracampeona del mundo .
“Habíamos sido eliminados de la Copa América por Brasil dos semanas antes, pero yo les dije que éste era nuestro territorio, que la gente había ido a vernos vencer a uno de los mejores (planteles) del mundo, o el mejor; que no tuvieran duda de que los brasileños iban a meter goles y que nuestra obligación era meter más que ellos”, cuenta el estratega monarca de la Liga Mexicana con Puebla, Necaxa y América .
Sobre aquella épica jornada, el defensor surgido de Pumas se sincera: “Nos conocíamos bien y eso fue clave. También es cierto que teníamos la espinita de revancha, pero la motivación real era estar frente a nuestro público, ante un sinodal imponente, sin importar si era un cuadro 'B', porque eso no era nuestra culpa”.
La escuadra tricolor vivió una noche memorable. El 4-3 definitivo enloqueció a los más de 100 mil fanáticos que se dieron cita para presenciar historia.
Aunque el sentimiento de la afición mexicana suele tornarse escéptico aun cuando se voltea al pasado, la generación de los años 90 tiene un sitio especial en su memoria.
“El ambiente fue formidable y hoy, luego de 20 años, la conexión de ese grupo con los seguidores prevalece y eso le da más valía”, destaca Manuel Lapuente, seguro de que fungió como guía de la mejor Selección Nacional de la historia . “Lo que le falta a los demás para ser como mi equipo es… campeonar”, concluye.
Claudio Suárez, por su parte, estira su criterio y muestra mesura. “Es difícil comparar porque son épocas distintas, pero fue una de las mejores generaciones de México, sin duda. Era una Selección con muchos líderes, que se combinaban con jóvenes muy talentosos y un buen entrenador”, sentencia.
Así, dos décadas han transcurrido desde que la Selección Mexicana de futbol lograba un hito que, en ese instante, no se pensaba irrepetible. Lo fue.