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Guadalajara.— Cuando salió del hogar de sus padres, lo hizo con una promesa para su mamá: que algún día le construiría una casita muy bonita.
Ángel Sepúlveda recuerda sus inicios, cuando determinó dejar su pueblo, Cenobio Moreno, en Apatzingán, Michoacán. Se salió sin dinero en la bolsa, pero hoy, todo ha quedado en una anécdota, gracias al futbol y su llegada a las Chivas, lo que calificó como el mayor reto en su carrera.
“Les dije, cuando salí, que algún día les construiría una casita. Tenía un problema con el balón, no lo soltaba. Les quebré la teja, todo lo quebraba, y les dije que en la primera oportunidad les construiría su casita, y gracias a Dios, ya se las pude construir por el futbol”, comparte el refuerzo del Guadalajara. “Ahora estoy muy contento de llegar a este club. Es el reto más importante en mi carrera”.
Hoy, el Cuate disfruta su profesión, pero no olvida cómo inició, el trabajo que le costó convencer a sus padres de dejarlo salir y el tono de su voz —al platicarlo— se quiebra, porque su padre le pedía que se quedara para apoyarlo en los trabajos del rancho.
“Estuve en mi pueblo hasta los 16 años, que fue cuando salí en busca del sueño anhelado. Se sufre, son cosas difíciles, más cuando nadie en la familia es futbolista. Mi mamá siempre me dijo: ‘Ve y busca lo que quieras ser’. Mi papá me decía que le apoyara en el campo. Me tocaba ayudarle. Valoré las cosas, me hicieron en casa gente de bien, en una zona bien difícil, porque me alejaron de las cosas raras, malas. Estoy orgulloso de eso, de mi familia en todos los aspectos”, presume.
Otro momento inolvidable fue cuando le dijo a su hermano que saldría de Cenobio, que iría en busca de convertirse en profesional, para lo cual le pidió un apoyo muy particular, con la promesa de que se lo pagaría en cuanto pudiera.
“Cuando salí no tenía ropa, le dije a uno de mis hermanos: ‘Dame ropa’. Ya forzado y todo, me dio. Le dije que el día de mañana se lo regresaría, le ayudaría y pude hacerlo, lo cual me da mucha felicidad. Desde niño se los prometí. Mis dos hermanos trabajan con mi papá, en el ganado, en el campo más que nada”, relata.
Hace dos años, cuando fue a su pueblo, intentó revivir sus momentos cuando trabajó en el campo, para lo cual ayudó en la molida de rastrojo, lo que no olvidará, porque —dice— sufrió mucho.
“Trabajé en el sorgo, rastrojo. Hace un tiempo me tocó moler rastrojo, hasta le dije a mi papá que mejor hubiéramos pagado por hacerlo, porque es pesado, complicado, y como fuimos tarde a moler, sufrimos por el calor”, comparte.
No ceden sus padres. Hace casi dos años, en un intento por dar a sus papás otro tipo de vida, trató de convencerlos de irse a vivir con él, pero su padre fue tajante: ‘No’.
“Le dije a mi papá que le compraba una vaquitas, pero no hubo forma, ni mi mamá quiso. Les agradezco todo lo que he vivido. La zona donde crecí es difícil, pero nos supieron llevar por el camino correcto, hacernos personas de bien”, subraya.
Los dos momentos que más recuerda son: el malo, cuando estaba en un equipo de Nueva Italia. “De Tercera División pasó a Segunda y me quedé como el más chavo. Había jugadores que me llevaban hasta cuatro años y eran muy pesados al momento de llevarse”. Se desesperó, entró en lío con algunos, porque no se dejó humillar.