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ariel.velazquez@eluniversal.com.mx
Atlanta.— En sus ocho viajes anteriores al Super Bowl, a Bill Belichick se le podía confundir con un ventrílocuo que sin mover la boca en absoluto siempre se esforzó por decir lo menos posible. Un rey de la obviedad con respuestas que a más de uno le quebró la cabeza al tratar de averiguar si formaban parte de un mensaje oculto o simplemente obedecían a la torpeza de un hombre que sin saber cómo, apretó el botón del éxito.
Tan predecibles eran sus conferencias de prensa, que sus frases se podían reciclar.
La homilía del Monje era tan cuadrada como las televisiones de los años 60 en las que comenzó a ver futbol americano.
Pero esta semana cambió. Belichick guardó el muñeco de ventrílocuo en la maleta para abrirse ante los aficionados y compartir algo más allá de su frase favorita: lo único que me importa es el juego del domingo.
En la conferencia del miércoles se le preguntó dónde desarrolló su amor por la historia del futbol americano y la historia de Estados Unidos. Parecía conocer todo lo acontecido en los últimos 50 años.
Con una sonrisa, el ganador de cinco anillos de Super Bowl ofreció una charla de seis minutos sobre el tema. Si tuviéramos que encontrar otra cinta suya con la misma duración, tendría que ser compilación de sus anteriores comparecencias antes del gran juego.
El entrenador disfrutó platicar sobre las decenas de libros que desde niño leyó al lado de su padre y terminó la sesión con un “nos vemos mañana, la clase comenzará a las nueve en punto”.