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Verano de 2005. Una seguidilla de lluvias en Villahermosa pone a prueba el ingenio y la improvisación del mexicano para conseguir que el campo del estadio Centenario tenga las condiciones adecuadas para jugar beisbol.
Personal de mantenimiento, equipado con bidones llenos de gasolina, rocían el diamante para levantar llamas que invitan a pensar que la tierra se abrirá para dar la bienvenida al equipo del infierno.
A unos metros de distancia, Clayton Kershaw, sin saber que años después se convertirá en un monstruo del montículo, observa con sorpresa la pericia con la que buscan secar el pasto al aprovechar el calor del fuego que costea las cuatro bases y líneas de faul.
A Kershaw y el resto de la selección de Estados Unidos les provocan curiosidad las mañas de los tabasqueños, que por ver beisbol pueden incendiar el Golfo de México.
Clayton no lo recuerda bien, pero el certamen que jugó en la capital de Tabasco fue el Campeonato Panamericano de Beisbol 2005, al que acudieron ocho países con sus mejores peloteros menores de 18 años.
El 9 de septiembre de aquel año, Clayton subió al montículo del Centenario (casa de los Olmecas de la Liga Mexicana de Beisbol) para enfrentar a la selección de Brasil.
“No me acuerdo bien cómo lancé, si bien o mal, o a quién. No siento que haya sido la figura de mi equipo en ese entonces. Tenía grandes compañeros que jugaban bastante bien y manteníamos un nivel muy equilibrado”.
Ese día —nosotros se lo recordamos—, el texano pitcheó cuatro innings en los que aceptó tres hits, regaló cuatro bases y ponchó a tres en el triunfo de EU por 14-1.
Un festín ofensivo para el combinado estadouniense que viajó a Tabasco con 22 peloteros, de los cuales nueve juegan o jugaron en Grandes Ligas, como el abridor de Padres, Tyson Ross y el relevista de Yankees, Dellin Betances.
Aproximadamente 10 días pasó Kershaw en Tabasco, donde se aventuró a probar la gastronomía callejera del sureste mexicano.
“De lo que me acuerdo bien es de los tacos, pero de los de la calle. Tienen una gran comida. Me gustó mucho conocer esa parte de México”, admitió el lanzador.
En esa época su presupuesto no se acercaba ni remontamente a los 35 millones de dólares que gana por temporada con los Dodgers, por lo que su bolsillo se dirigió a los puestos ambulantes.
En dos ocasiones, Estados Unidos se tuvo que transportar a Teapa para jugar contra Canadá y Argentina. La novena de las barras y las estrellas venció a sus vecinos del norte por 5-1 y a los sudamericanos por 10-0.
Para la final en el Centenario, Clayton Kershaw y sus compañeros llegaron con siete victorias sin derrotas, y sólo aceptaron cinco carreras, contra las 50 que su ofensiva produjo.
El domingo 11 de septiembre, a las 14:00 horas, inició la final entre Estados Unidos y Cuba, único conjunto que opuso resistencia durante la primera fase.
De nueva cuenta, el campo se iluminó con llamas. El recinto se abarrotó —en Tabasco el beisbol es religión—, de aficionados y cazatalentos de Grandes Ligas.
Los caribeños se adelantaron en la pizarra 2-0 en el segundo inning. Estados Unidos recortó la distancia en el sexto episodio.
Con el corredor a 90 pies de home, el relevista Yasnier Hidalgo se creció y gracias a un doble play terminó la amenaza y Cuba se coronó en el Panamericano 2005.
Por algunos momentos, Ker-shaw y el resto del seleccionado de su país, se congelaron al perder con su máximo rival del área.
Por la noche, las caras de la derrota se transformaron. Los dos equipos compartían hotel y la convivencia inició.
Henry Urrutia, integrante de esa selección cubana y hoy jugador de los Diablos Rojos del México, contó que los estadounidenses vencieron la barrera del idioma para acercarse a pedirles habanos.
“Ellos [estadounidenses] terminaron por llevarse bien con nosotros, incluso se acercaron para darnos implementos deportivos, como bats, manoplas, pelotas que llevamos a Cuba. Los muchachos nos pidieron cigarros y se los dimos”, confesó Urrutia.
Kershaw regresará mañana a México junto con los Dodgers de Los Ángeles para enfrentar en serie de tres encuentros a los Padres de San Diego en el estadio Monterrey, casa de los Sultanes.
Se suponía que el domingo lanzaría para sumar otro país en la lista de los sitios en los que se ha presentado como ligamayorista (Estados Unidos, Canadá y Australia) pero declinó sin dar motivos.
“Es muy importante salir [a otras naciones], porque hay muchos aficionados por todo el mundo. Se han abierto temporadas en Australia y sé que hay negociaciones para que Grandes Ligas llegue también a Japón. El beisbol es un juego internacional y hay mucho en México. Estoy seguro de que los aficionados estarán muy contentos de tener a Dodgers en Monterrey, y nosotros felices de ir”, declaró semanas antes el mejor pitcher del mundo a este diario.
Gracias a la convivencia que en los Dodgers ha tenido con peloteros mexicanos, Kershaw tiene conocimiento de la Liga Mexicana y que el beisbol es uno de los deportes más seguidos.
“He escuchado muchas cosas buenas del beisbol mexicano. Sé que su liga nacional es muy importante. Obviamente, el soccer es el deporte número uno, pero el beisbol viene después”.