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Podemos afirmar que la historia de la relojería es una nota a pie de página a la obra de Abraham-Louis Breguet (1747-1823) gracias a la invención del tourbillon. “A veces el corazón nos engaña y nos defrauda. Los vigilantes tienen razón. Porque Dios (el Poderoso Breguet) nos dio la fe, y viendo que era buena, la mejoró con ojo atento”, escribía Víctor Hugo en su Les Chansons des rues et des bois (1865).
Y esta alusión poética al maestro relojero de Neuchâtel revela, en el fondo, su dimensión intelectual de modo fehaciente: un científico que somete a pruebas las nuevas hipótesis científicas (como la ley de la gravedad); un ingeniero que desarrolla e innova insólitos mecanismos; y, además, un diseñador que deja su impronta a nivel estético. Actualmente, su labor es equiparable a varios departamentos de una manufactura completa con un centenar de técnicos y operarios.
Si Breguet hubiera vivido en este momento de redes sociales, se habría convertido en un trending topic insuperable: la invención del primer reloj de pulsera, el calendario perpetuo, la ecuación de tiempo, el mecanismo automático, el extraordinario “reloj simpático”… La lista de creaciones y desarrollos técnicos es innumerable y muy destacada. Y, entre ellos, el tourbillon, cuya invención celebra 220 años. Siendo aún adolescente, Breguet viajó a Versalles para seguir su aprendizaje como relojero.
Precisas observaciones y mediciones
Ya en 1775 fundó su primer atelier en Ile de la Cité en París. Aquel joven Breguet había seguido una formación teórica en el Collège Mazarin que lo convirtió en un hombre con una cultura científica muy sólida, concretamente en matemáticas y física. Y podemos asumir que su erudición ya había comprendido los axiomas de la Philosophiae Naturalis Principia Mathematica de Newton y los primeros apuntes del principio de gravitación. El tourbillon es el resultado de precisas observaciones y mediciones.
Breguet obtuvo la patente del tourbillon en 1801. Fue el día 7 de Mesidor del año IX —un 26 de junio de 1801—. Francia vivía bajo la aurora deslumbrante de la gran revolución que colocó a París como gran capital universal de la primera globalización que vivía la historia. Obligado a regresar a Suiza en 1793 por la Revolución, se refugió dos años en Ginebra, Neuchâtel y Le Locle.
Un retiro fructífero de intensa labor y estudio donde consolidó su oficio. Y tras regresar a París en la primavera de 1795, presentó, entre otras innovaciones, un nuevo dispositivo denominado “regulador de tourbillon”.
El maestro suizo no solo era relojero, sino también un científico e ingeniero en el Siglo de las Luces. Un intelectual que intercambiaba conocimientos teóricos con otros colegas, como sus encuentros con John Arnold en Inglaterra, o contrataba a Louis Moinet, a la postre inventor del cronógrafo, como asistente personal para escribir sus tratados.
Ilustrados y revolucionarios
La relojería era entonces una comunidad científica viva que contrastaba críticamente teorías y proponía desarrollos mecánicos como instrumentos al servicio de la exploración y empresas del conocimiento —el ejemplo más evidente es los cronómetros marinos—. De hecho, el propio tourbillon de Breguet era catalogado como relojería de “uso científico” frente a la relojería de “uso civil”. Una herramienta de alta precisión y vanguardia nacida de la investigación.
La palabra “tourbillon” era un término adoptado de la astronomía que aludía a todo un sistema planetario con rotación sobre un único eje, al modo de la energía que hace girar los planetas en torno al Sol. Alusiones de la antigua filosofía natural ptolemaica y teorías que recogía la propia Enciclopedia, ese gran proyecto ilustrado que recogía todo el saber de la época.
La relojería era mímesis mecánica que reproducía el orden y la vida del cosmos: energía (barrilete), regulador (volante espiral) y distribución (escape y áncora) en una jaula móvil que gira regularmente como los planetas. Cuando Breguet presentó su idea y solicitó patente a las autoridades, ya tenía una larga carrera a sus espaldas. Sus relojes automáticos, llamados “perpétuelles”, habían seducido a Luis XVI y a la reina María Antonieta, y posteriormente a toda la corte de Versalles.
Y así se dirige al ministro del Interior en su carta con solicitud de patente: “Gracias a este invento, he logrado anular por compensación las anomalías debidas a las distintas posiciones de los centros de gravedad del movimiento del regulador y de los agujeros en los que se mueven sus pivotes, de modo que la lubricación de las partes en rozamiento sea siempre igual a pesar de la coagulación de los aceites y se reduzcan muchas otras causas de error que afectan a la precisión del movimiento”.
El texto sobre el tourbillon inventado por Breguet no puede ser más claro. Y con apuntes técnicos tan concisos que podría firmarse actualmente. Así se entiende que el tourbillon sea una de las complicaciones estrellas de alta relojería aún hoy, un dispositivo que nació para relojes de bolsillo y seducen en las más vanguardistas creaciones de pulso.
Transcurrieron seis años desde la obtención de la patente y el lanzamiento de sus primeras piezas. Breguet y sus colaboradores realizaron 40 tourbillones entre 1796 y 1829, además de otras nueve piezas que nunca se terminaron, según consta en los archivos. “Gastos considerables” y “sacrificios” son apelativos que el propio autor menciona a las autoridades para la obtención de la patente.
Un invento extremadamente complejo y original y cuya fabricación exigía entre cinco y diez años para una sola pieza. Y un inventor que no dudaba en elogiar las virtudes del pequeño gran dispositivo en las exposiciones nacionales de Productos de la Industria que se llevaron a cabo en París (1802, 1806 y 1812) como bandera del progreso.
A pesar de las dificultades, Breguet ya se había convertido en autoridad intelectual por sus innumerables aportaciones y relojero indispensable para las élites científicas, militares, financieras y diplomáticas. Su lista de ilustres clientes se extendió por toda Europa.
Más vivo que nunca
Y, más de dos siglos después, el tourbillon de Breguet, gracias al cual los guardatiempos “conservaban la misma precisión de marcha, sea cual sea la posición, vertical o inclinada, del reloj” sigue más vivo que nunca. El gran legado que administra Swatch Group desde 1999 sigue creciendo. Breguet ha registrado desde entonces más de 100 nuevas patentes con ese fiel afán del espíritu del legendario maestro por mantener viva la magia creativa que alimenta el corazón de los relojes y el alma de quienes lo portan.