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En un mundo hiperconectado, donde cinco grandes empresas tecnológicas deciden qué vemos, qué pensamos y con quién nos relacionamos, la periodista Laura G. de Rivera lanza una alerta: hemos delegado nuestra capacidad de decisión en conjuntos de instrucciones matemáticas que no entienden de ética, solo de “engagement”. Su libro Esclavos del algoritmo: guía de supervivencia para una sociedad automatizada (Penguin Random House Grupo Editorial, 2025) es mucho más que un ensayo, es un “manual de resistencia” cuyo objetivo es mostrar la tubería profunda de cómo los algoritmos moldean nuestra realidad.
La tesis es ya un cliché, pero no por eso menos contundente: si el producto es gratuito, el producto es usted. Nuestra atención y nuestros datos personales son la mercancía que alimenta el mercado del capitalismo de vigilancia, término acuñado por la académica Shoshana Zuboff. Gigantes como Meta, Google, Amazon y Apple –un oligopolio de "cuatro gatos avariciosos", como los define la autora– basan su poder en un modelo de negocio que prioriza el tiempo de pantalla y la recolección masiva de datos.
Los datos duros alarman: un usuario medio consulta su teléfono más de 150 veces al día; las noticias falsas se difunden un 70% más rápido que las verdaderas en Twitter (MIT, 2018); y hasta el 30% de las tareas laborales actuales podrían estar automatizadas para 2030 (McKinsey). G de Rivera documenta casos como el algoritmo de contratación de Amazon que discriminaba a las mujeres por estar entrenado con currículos mayoritariamente masculinos, o los sistemas de reconocimiento facial que fallan estrepitosamente con rostros de piel oscura.
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Tras una conversación vía Zoom con la autora, queda claro su intención no es satanizar la tecnología, pero si encender los focos de alerta sobre la pérdida de autonomía, privacidad y pensamiento crítico que la tecnología digital propicia. La también editora de la edición en español de The Conversation aboga por una "alfabetización digital crítica" que permita a los habitantes de esta era digital, especialmente a los más jóvenes, entender el mecanismo detrás de la pantalla para dejar de ser usados y empezar a usar la tecnología desde una posición de poder y ética.
"La libertad no es algo con lo que se nace; es algo que se gana con información y esfuerzo", Afirma la autora. Este manual se antoja como un primer paso para luchar por la emancipación.
Comencemos por lo básico. El algoritmo era un término matemático y ahora es una entelequia que habita nuestras vidas. ¿Cómo deberíamos conceptualizarlo hoy?
Un algoritmo es un conjunto de instrucciones matemáticas para realizar una tarea. La clave está en qué tareas se le están encargando. Cuando a este conjunto de unos y ceros se le asignan decisiones como quién cobra un subsidio social, quién sale de la cárcel o qué mujer está en riesgo de ser asesinada por su expareja, su magnitud se vuelve tremenda. Se utilizan para recomendarnos contenidos, diseñar propaganda de precisión y están detrás de la adicción de muchos jóvenes. La pregunta crucial es para qué se usan y quién los usa.

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¿Y quién mece la cuna? ¿Quién está detrás de esta programación?
Estamos ante un oligopolio de cinco grandes empresas tecnológicas –Meta, Google, Amazon, Apple y Nvidia– que están entre las más valiosas del mundo. Son ellas las que dirigen la ola de la inteligencia artificial. No hay un mercado libre; hay un grupo muy cerrado que utiliza técnicas de competencia desleal. Estamos en manos de lo que llamo en el libro "cuatro gatos avariciosos" (en realidad cinco). Luego hay otras como Palantir, en el ámbito de la vigilancia masiva.
Esta concentración de poder ¿no facilita, al ser tan visible, una regulación efectiva?
Sí, ese es el lado bueno. Al ser más grandes, sus abusos son más visibles. En Europa tenemos la Ley de Inteligencia Artificial y la Ley de Servicios Digitales. Estas leyes identifican a estas empresas como "guardianes de acceso" cuando superan un umbral masivo de usuarios, y las someten a una vigilancia especial. La ley europea intenta poco a poco denunciar prácticas de competencia ilegal. Cuando el mercado lo dominan cuatro empresas, quien manda son ellas. El consumidor se aguanta con lo que le dan. La ley es lo que viene en nuestra ayuda.
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Usted habla de 'esclavitud'. ¿Significa eso que ya no decidimos nosotros?
Exacto. Si actuamos en piloto automático, respondiendo a estímulos, somos esclavos. Tinder te dice con quién acostarte, Netflix qué ver y Google qué pensar. La clave es que necesitamos información para entender que estos sistemas no trabajan para nosotros. Si son gratis y estas son las empresas más ricas del mundo, es porque el producto son nuestros datos. Un adolescente que pasa cinco horas en TikTok está trabajando gratis, de forma involuntaria e inconsciente, regalando datos sobre sus gustos, horarios y personalidad. Eso, por definición, es esclavitud.
¿Y cómo se sale de esa esclavitud?
Con información. Información es poder. Saber cómo funcionan estas plataformas, cuál es su modelo de negocio y a qué renunciamos al usarlas. Y luego, parar a pensar. Preguntarnos: ¿quién soy yo y qué quiero? Son preguntas que parecen una tontería, pero son la clave para posicionarnos frente a una tecnología que ha irrumpido tan rápido que no nos ha dado tiempo a reaccionar. Tenemos que recuperar nuestro espacio para ser los que usan la tecnología, no los usados por ella.
La intimidad y la privacidad parecen conceptos obsoletos. La gente confía sus terapias y decisiones vitales a un chat. ¿Qué pierde ahí el ser humano?
Pierde, sobre todo, capacidad de reflexión y pensamiento crítico. Es un músculo que se atrofia si no se entrena. Si delegamos la solución de nuestros problemas en un conjunto de unos y ceros, perdemos la oportunidad de desarrollar nuestra propia capacidad para resolverlos. Además, toda esa información que damos nos hace vulnerables. No sabemos qué actores pueden usar esos datos ni con qué fin. La inteligencia artificial es pura estadística, no una mente pensante. Se alimenta de bases de datos que no son la realidad y pueden equivocarse. Confiar ciegamente en ella es un peligro.
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Ante este tsunami, ¿hay espacio para la resistencia o el equilibrio?
Absolutamente. Yo abogo por un equilibrio consciente. Primero, congelar la tecnología un momento para entendernos a nosotros mismos y entenderla a ella. Saber qué quiero y para qué me conviene usarla. Desde esa posición de fuerza y ética, podemos decidir usarla para lo que realmente nos facilite la vida y prescindir de ella en lo que nos define como humanos. También está surgiendo un movimiento de resistencia llamado "Diverso", con ingenieros y hackers creando plataformas alternativas de código abierto que no se nutren de datos personales.
Para concluir, ¿diría que emanciparse del algoritmo es el gran desafío de las nuevas generaciones?
Sí, y tienen una tarea enorme por delante: la alfabetización digital crítica. Tienen que aprender qué hay detrás de la pantalla, por qué su privacidad es importante y por qué no tiene precio. Las plataformas están diseñadas con algoritmos adictivos, igual que el tabaco tiene aditivos. No quieren clientes; quieren adictos, porque así ganan más dinero. El gran reto es que se informen y sepan que tienen un cerebro maravilloso, capaz de pensar, superar adicciones y rectificar. Esa capacidad la tenemos todos, es gratis y es nuestra mayor esperanza.