Cada 12 de diciembre, los católicos de todo el mundo conmemoran una de las festividades más significativas del calendario litúrgico: las apariciones de la a Juan Diego.

Este acontecimiento, ocurrido en 1531 en el cerro del Tepeyac, no solo marcó un hito en la historia de la fe cristiana, sino que también dejó una profunda huella en la historia, la cultura y la identidad de México y América Latina.

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Un año más, miles de peregrinos llegaron a la Basílica de Guadalupe. Foto: Alberto González y Efrain Espinoza / EL UNIVERSAL
Un año más, miles de peregrinos llegaron a la Basílica de Guadalupe. Foto: Alberto González y Efrain Espinoza / EL UNIVERSAL

Hoy en día, millones de fieles se reúnen en la Basílica de Guadalupe, ubicada en la Ciudad de México, para rendir homenaje a la Virgen, conocida popularmente como "La Morenita".

Virgen de Guadalupe. Foto: Berenice Fregoso / EL UNIVERSAL
Virgen de Guadalupe. Foto: Berenice Fregoso / EL UNIVERSAL

La devoción a la Virgen de Guadalupe ha cruzado fronteras y se ha convertido en un símbolo de esperanza, unidad y fe para una gran parte de la población.

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El encuentro de Juan Diego con la Virgen de Guadalupe

La historia de la Virgen de Guadalupe comienza con la aparición de María Santísima a un humilde indígena, Juan Diego Cuauhtlatoatzin, el 9 de diciembre de 1531.

Juan Diego, nacido en 1474 en Cuautitlán, región perteneciente a la antigua cultura de los chichimecas, era un hombre de profunda fe. A pesar de sus orígenes indígenas, él había sido bautizado en la fe católica y se dedicaba con devoción a su vida cristiana, asistiendo regularmente a misa y estudiando el catecismo.

Mientras caminaba hacia Tlatelolco en una fría mañana de diciembre, Juan Diego fue sorprendido por una visión: la Virgen María, quien se le presentó como "La perfecta Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios", le encomendó una misión: llevar un mensaje al obispo Juan de Zumárraga, quien se encontraba en la Ciudad de México, pidiéndole la construcción de una iglesia en el Tepeyac, lugar donde se había manifestado.

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Aunque el Obispo, al recibir la solicitud, dudó de la veracidad del mensaje, pidió pruebas claras de la autenticidad de la aparición. Fue entonces cuando la Virgen volvió a aparecerse a Juan Diego el 12 de diciembre, dándole instrucciones precisas: subir a la cima del Tepeyac para recoger flores, que en ese tiempo, debido al invierno, resultaban imposibles de encontrar.

Por siglos, la historia de Juan Diego ha alimentado la fortaleza de la fe del pueblo de México en la Iglesia católica. Foto: Jorge Serratos / EL UNIVERSAL
Por siglos, la historia de Juan Diego ha alimentado la fortaleza de la fe del pueblo de México en la Iglesia católica. Foto: Jorge Serratos / EL UNIVERSAL

Sin embargo, Juan Diego obedeció y, para su sorpresa, encontró una gran cantidad de hermosas flores en un lugar árido y frío.

Con las flores recogidas en su tilma, Juan Diego se dirigió nuevamente a la Ciudad de México para presentarlas al Obispo como prueba de la aparición. Al abrir su tilma, no solo se revelaron las flores, sino que también apareció la imagen impresa de la Virgen de Guadalupe, un hecho milagroso que dejó perplejos a todos los presentes.

Virgen de Guadalupe. Foto: Luis Camacho / EL UNIVERSAL
Virgen de Guadalupe. Foto: Luis Camacho / EL UNIVERSAL

Ante tal evidencia, el Obispo accedió a la construcción de la iglesia en el Tepeyac, y poco después comenzó a edificarse el primer santuario dedicado a la Virgen de Guadalupe.

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¿Qué pasó con Juan Diego tras la aparición de la Virgen de Guadalupe?

Juan Diego, por su parte, vivió una vida sencilla y humilde, dedicada al servicio de Dios. Tras el milagro de las apariciones, se retiró a vivir cerca del santuario, donde pasó sus últimos años en oración y contemplación.

En 1548, murió en paz, dejando un legado de fe y devoción que ha perdurado a lo largo de los siglos.

El impacto de Juan Diego y su testimonio de fe fue tan significativo que, en 1990, el Vaticano lo reconoció oficialmente al otorgarle el título de Beato.

El Papa Juan Pablo II, en su visita a México, proclamó a Juan Diego como Beato el 6 de mayo de ese mismo año, reconociendo su santidad y su contribución al fortalecimiento de la fe católica en América Latina.

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