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Por Alejandro Estua, CRO de KIO
En la pantalla todo parece magia: mundos completos que respiran, personajes tan detallados que podemos apreciar la textura de su ropa o el movimiento de su pelo y océanos que se forman y rompen como si estuviéramos viendo un video en alta definición. Detrás de esa magia hay otra menos visible y mucho más exigente: infraestructura de data centers.
Hoy, la industria de la animación, y su hermana cercana, el VFX, ya no se entiende sin data centers capaces de mover, procesar y resguardar volúmenes enormes de información con tiempos de entrega implacables. Dicho simple: sin data centers, no hay “render”.
Pongamos escala. Un largometraje animado moderno puede requerir de decenas a más de cien horas de cómputo por cada cuadro dependiendo de la complejidad de la escena y la calidad final. En “Toy Story 4”, por ejemplo, el rango típico por frame reportado fue de 60 a 160 horas; y eso multiplicado por 24 cuadros por segundo y miles de planos explica por qué el render es una maratón industrial que requiere de la mejor infraestructura.

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Ese mar de trabajo necesita granjas de render (CPU y, cada vez más, GPU) orquestadas, almacenamiento de alto rendimiento, redes de baja latencia y herramientas de programación que vivan en data centers diseñados para disponibilidad continua. Por eso, los estudios líderes llevan años migrando hacia modelos híbridos: combinan capacidad on-premise con “cloud bursting” para picos de demanda, el equivalente a abrir más “hornos” en la panadería justo cuando llega la fila más larga.
A esa elasticidad se suma otro cambio estructural: la estandarización del pipeline 3D. La creación de la Alliance for OpenUSD (AOUSD), impulsada por Pixar junto con Apple, Adobe, Autodesk y NVIDIA, consolida a OpenUSD como “idioma común” para descripciones de escenas, materiales y animación. ¿Qué significa dentro del data center? Menos fricción entre herramientas, menos conversiones costosas y, sobre todo, interoperabilidad para que el cómputo, esté en un campus o en la nube, fluya sin cuellos de botella.
La disrupción no se limita a la animación tradicional. La producción virtual (LED volúmenes + motores en tiempo real) como el “volumen” monolítico más grande del mundo en China funcionan gracias a clusters gráficos que renderizan en vivo ambientes 3D de altísima fidelidad; detrás hay redes que alimentan paredes LED 8K y almacenamiento que sirve assets pesados sin lag. Esto reduce tiempos de rodaje, incrementa el control creativo y exige data centers con IOPS y throughput propios de HPC.

Latinoamérica está viviendo una explosión de talento animado: estudios locales ya exportan series, largometrajes, animaciones para videojuegos y contenido digital para plataformas globales.
Ciudades como Ciudad de México, Río de Janeiro, Bogotá y Buenos Aires se configuran como polos de animación, donde productoras medianas pueden competir internacionalmente gracias al talento técnico, el dominio narrativo y costos de producción competitivos. Para que ese boom sea sostenible, requieren infraestructura cercana, confiable y escalable: data centers que no sólo soporten el renderizado, sino que permitan colaboración global, almacenamiento seguro y conectividad de alta velocidad.
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