Oded Lifshitz, un ferviente defensor de los derechos palestinos, regresó a Israel en una bolsa para cadáveres, traicionado por las personas que ayudó.

La ralea política solo se interesa por ellos cuando “dañan” o “perjudican”, según su criterio, a la población original.

La paradoja es compleja: el conocimiento médico ha logrado envejecer a la población, pero ha impedido la muerte de personas mentalmente incompetentes.

Acompañar y precipitar la muerte voluntaria es un acto humano, amoroso. Despedirse de la vida cuando uno sigue siendo persona es idóneo; no aguardar a convertirse en restos humanos es la meta.

¿Tienen derecho los dueños del mundo y de las vidas de millones de seres humanos de modificar a su antojo, necesidad y gusto la política de periódicos señeros?