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Desde el Centro de Educación y Gestión Ambiental (Cegam) ubicado en el norte de Quito, Ecuador, Laura Guanoluisa junto con dos recicladores más preparan el vehículo de transporte de materiales para iniciar con las rutas de recolección. En la comunidad de Atucucho los espera Rosa Plaza, una recicladora d de 72 años de edad, para venderles los costales de vidrio que ha recolectado a lo largo de un mes.
La casa de Rosa Plaza se encuentra sobre un pequeño cerro desde el que se puede observar una parte de Quito. Los costales de vidrios y plásticos están apilados uno sobre otro a un lado de su casa. Mientras dos recicladores suben el material al pequeño camión, Laura Guanoluisa, vicepresidenta de la Red Nacional de Recicladores del Ecuador (Renarec), realiza el pesaje y conteo para pagarle a Rosa por la venta de esos recursos.
“Uno de los objetivos de la red es poder comprar a nuestros compañeros los recursos reciclables a precios justos porque le vendemos directamente a la industria, ya no hay intermediarios”, comenta Laura mientras supervisa la compra.
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Desde hace cuatro años, Rosa y su familia, quienes también se dedican al reciclaje, venden el material que recolectan a Laura y a la Renarec. “A veces cuando salimos a trabajar temprano mi hija, otro muchacho, el chofer y yo recolectamos más, pero depende de los días, hay unos buenos y otros malos. Laura nos ayuda porque da mejores precios y, a veces, cuando no podemos usar el carro, ella viene hasta acá por los residuos”, menciona Rosa.

La RENAREC se fundó desde 2008 con la unión de seis organizaciones de recicladores de base que buscaban ser reconocidos como trabajadores, así como recibir un pago por el servicio que prestan: impulsar políticas públicas inclusivas que les permitan ser parte del proceso de gestión de residuos en su país, obtener seguridad social, adquirir centros de acopio y equipamiento, entre otras cosas.
Laura recuerda que fue un proceso difícil, pues tuvieron que viajar de botadero en botadero, para que sus compañeros conocieran a la red y decidieran unirse. Hoy está integrada por más de 57 asociaciones de recicladores organizados en todo el país, de las cuales dependen más de mil 500 recicladores y sus familias.
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En Ecuador existen más de 20 mil familias de recicladores de base, pero muy pocos están organizados de manera colectiva; es decir, muy pocos tienen acceso a centros de acopio y equipos de compactación que permiten generar una valor agregado para la comercialización de los residuos. La gran mayoría de personas continúa realizando recuperación de manera muy vulnerable, con escasos recursos, recolectando aproximadamente una tonelada al mes, sin uniformes o protección para manipular los materiales. Estas condiciones laborales perpetúan la pobreza y ocasionan una pérdida de recursos que no pueden ser recuperados, explica Paula Guerra, consultora externa en residuos sólidos y reciclaje inclusivo para el Banco Interamericano de Desarrollo (BID).
De acuerdo con Latitud R, plataforma regional de reciclaje inclusivo en América Latina y el Caribe, en el periodo que va de septiembre de 2023 a agosto de 2024 “se incrementó la recuperación de toneladas de material reciclable por parte de la Red Nacional de Recicladores de Ecuador, dando un total de 9.480 toneladas”, se lee en el informe “Consolidación y expansión. Los resultados por país”.

De trabajar en botaderos a construir sus propias empresas
Laura Guanoluisa ha trabajado como recicladora desde que tenía cinco años, cuando vivía en la provincia de Cotopaxi en la ciudad ecuatoriana de Latacunga. “Íbamos a Quito a trabajar. Lo que a mí me motivaba a ir con mi abuelito eran los peluches y juguetes que había en el botadero. Ahí comenzó mi conocimiento de reciclaje”, dice Guanoluisa.
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A los 14 años, Laura se mudó a Quito para trabajar como empleada del hogar, pero poco tiempo después conoció a quien hoy es su esposo y juntos salieron a recolectar material en las calles. “Poco tiempo después comencé a trabajar en la escombrera de Carapungo. Desde ese entonces me dedico al reciclaje y ha sido el trabajo con el que le pagué los estudios a mis hijos”, dice.
Guanoluisa ha formado parte de la red de recicladores desde su fundación, lo que le ha permitido vivir la evolución del movimiento, cuando apenas comenzaba a gestarse, hasta ahora que han logrado insertar una verdadera economía circular. “A mí me daba pena decir que era recicladora, hasta que conocí a la Fundación Avina, nos brindó capacitaciones y cambió mis perspectiva”, enfatiza la vicepresidenta de la Renarec.
La Red Nacional de Recicladores del Ecuador ha cumplido parte de sus objetivos en estos 17 años de vida. Laura Guanoluisa coordina uno de los brazos de esta organización, la Corporación de Reciclaje de Renarec (Cenarec), que describe como una mano productiva que genera recursos para apoyar a la red. “Nosotros pensábamos que podíamos comprar material a las organizaciones de recicladores y a los recuperadores independientes a precios justos. Acudir a los lugares donde tienen los recursos, los peso y me los llevo, ofrezco un servicio a domicilio, gracias a un camión que adquirimos”, cuenta.

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Este proceso convierte a la red en un intermediario sano, según lo describe Laura, quien afirma que los intermediarios han explotado a los recicladores durante muchos años pagando el precio que ellos solos estipulan y pesando sin transparencia. Lo que ocasiona que la ganancia del recuperador de oficio no le sea suficiente para vivir. La misión que Laura y la red se han planteado es mejorar la calidad de vida tanto de los recicladores organizados como independientes.
“Hay muchos compañeros a los que les compro el material en las mismas calles donde lo recuperaron. Hemos logrado que el precio sea justo porque como Cenarec vendemos directamente a la industria. En estos tres años, con esta labor, he logrado reclutar a muchos recuperadores, he logrado obtener incentivos para ellos con ayuda de la iniciativa privada, por ejemplo, hemos dado ropa de trabajo, piolas, pequeños cochecitos. Todo este proceso desde la unidad de negocios de la red”, explica Laura.
Uno de los problemas que enfrentan los recicladores es no contar con un lugar que les permita guardar el material que recuperan en sus jornadas de trabajo, es por esa razón que uno de los objetivos de la red es adquirir centros de acopio y equipamiento para manejar los recursos reciclables. Poco a poco han logrado cumplirlo. Por ejemplo, al norte de Quito, en la avenida Eloy Alfaro, se encuentra el Centro de Educación y Gestión Ambiental (Cegam), que es dirigido por Laura y tiene una máquina que aplasta latas y botellas PET.

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Los centros de acopio y equipos varían en cada lugar, el “Centro de Acopio de la Asociación de Recicladores/as de Base ‘Eugenio Espejo’”, liderado por Juana Iza, es uno de los espacios con menos equipo para transformar material. En un pequeño predio, con una pequeña construcción al fondo, el equipo de recuperadores de Juana separan los recursos que han recuperado. Pese a que hay una zona techada, en diversas ocasiones trabajan bajo los rayos del sol.
“Por este establecimiento pagamos 100 dólares al mes de renta, intentamos buscar otros espacios pero la renta subía hasta 500 dólares al mes y era impagable, pues este centro no cuenta con apoyo del municipio. El centro más nuevo es el de Elbia ( presidenta de la Renarec) y es mucho más moderno que el nuestro, porque nosotros aún hacemos todo a mano, no tenemos máquinas”, explica Juana Iza.
Al sur recientemente se inauguró el Centro de Acopio Quitumbe, es administrado por la asociación ASO Quitumbe, conformada por 26 recicladores de base, liderada por Jocelyn Reyes Sancho, de 28 años de edad. Este espacio fue otorgado por la Empresa Pública Metropolitana de Gestión Integral de Residuos Sólidos (EMGIRS-EP) a los recicladores como parte de un programa para impulsar el reconocimiento de su labor y continuación a la comunidad.
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“Con nosotros tienen el derecho de tener un espacio en el cual desarrollan sus actividades. No pagan por ese espacio, nosotros no percibimos nada de parte de lo que ellos comercializan. La institución paga los servicios básicos, equipa la Cegam y brinda acompañamiento técnico”, comparte Verónica Pérez, coordinadora ambiental, seguridad y salud ocupacional del EMGIRS-EP.
La creación del Centro de Acopio Quitumbe ha sido un sueño cumplido para Elbia Pisuña, quien pasó 16 años tocando puertas para que los recicladores del sur de Quito pudieran tener un espacio digno para trabajar. El espacio, además de contar con una máquina embaladora, también es capaz de procesar los desechos orgánicos y transformarlos en abono para el huerto del lugar, además cuenta con una cocina en la que los recuperadores disfrutan de su comida y convivencia.
“En varias ciudades y municipios del país logramos poner un centro de acopio, también vinculamos el proceso de los recicladores a mejores condiciones de trabajo. Aquí en Quitumbe hay montacarga, una balanza electrónica, hay una máquina compactadora”, comparte la presidenta de la Renarec.
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Los y las recicladoras organizadas están apostando alto para cumplir sus objetivos. A lo largo de estos años se han especializado y entendido el ciclo de reciclaje, al grado que han logrado echar a andar una fábrica propia que produce madera plástica y mangueras, logrando así insertarse en la economía circular, que a diferencia de la economía lineal, donde se extraen los materiales vírgenes del planeta, se utilizan y los ponen a disposición de nuevo pero sin recuperar su valor, la otra economía busca mantener de manera prolongada el uso de los materiales que se extraen de la tierra para el efecto en el que fueron creados, explica la experta Paula Guerra.
“Poder mirar los productos que ponemos en el mercado, pero también a los servicios, dentro de una manera holística, garantizando que exista una continuidad en el uso de ese producto para el que fue creado, y que cuando ya no pueda seguir usándose para este fin, esos materiales puedan regresar al sistema productivo, tanto en en el biótico, como la reincorporación de minerales y materiales hacia la tierra, como los materiales que no entran en procesos de reuso, reparación, remanufacturación y por último el tema del reciclaje”, aclara Paula Guerra.
Para poder vender el material a mayores precios es necesario otorgarle un valor agregado, Elbia cuenta que notaron que ya tenían la materia prima a través del reciclaje, el siguiente paso tendría que ser darle otro valor. “Nos estamos organizando, capacitando y fortaleciendo para volvernos gestores, convertir la materia prima en cartón, banners, mangueras, es lo que nos diferencia, porque el intermediario no lo puede hacer”, rememora Elbia.
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La Planta de Reciclaje Romerillos en Machachi, Cantón Mejía, es un ejemplo de reciclaje inclusivo y economía circular. Patricio Laquidema, líder del proyecto y representante de la “Asociación creciendo por ti Mejía”, recuerda que gracias a las visitas en Brasil, Chile y Colombia para conocer modelos de reciclaje inclusivo surgió la idea para crear este lugar. “Pensamos que en Ecuador alguna asociación de recicladores tenía que poner un producto final con nuestros propios materiales”, dice Elbia.
“En un principio la idea era vender el plástico molido para que alguien más produjera la manguera, pero un hombre vendió una máquina extrusora para hacer mangueras. No todo fue fácil, al inicio tuvieron problemas para realizar la transacción porque no tenían dinero, pidieron un crédito de 10 mil dólares. En 2020 comenzaron con la producción de mangueras dos años después con la madera plástica”, menciona Patricio Laquidema.

¿Cuáles son las problemáticas a las que se enfrentan las mujeres recicladoras en Ecuador?
Desde hace más de 25 años, Elbia Pisuña comenzó su trayectoria como recicladora. Cuando Elbia tenía 11 años su padre murió, su madre y sus siete hijos se vieron obligados a salir del campo a la ciudad en búsqueda de mejores oportunidades de vida. Debido a esto, Elbia tuvo que dejar la escuela para comenzar a trabajar. Una vecina la invitó a ir al botadero, la pequeña Elbia no sabía nada sobre el oficio y pensó que debía buscar juguetes, pero en su lugar se encontró con un tiradero inmenso, poco a poco aprendieron a recoger cartones y botellas.
A lo largo de 10 años trabajó en el botadero que estaba al sur de la ciudad, cuando cerró los recicladores tuvieron que desplazarse al tiradero del norte de la entidad, “también era una quebrada inmensa que se abría cuadras y cuadras de basura, ocurrió una accidente, un deslave y murió mucha gente, ya no quise seguir trabajando ahí y comencé a salir a la calle a recuperar material. Busqué vendedores, pero los intermediarios se llevaban todo mi material, me tardaba en juntarlo tres o cuatro meses y sólo me daban 300 o 400 sucres (menos de un dólar), en ese entonces. En 2008 todo cambió cuando formamos la organización”, recuerda Elbia.

Hace dos años, Elbia fue electa presidenta de la Renarec, un trabajo para el que se ha capacitado de la mano de la Fundación Avina. Sus funciones son entablar diálogos con empresas y autoridades para impulsar políticas públicas y reconocimiento a la labor de las personas recuperadoras.
“Me fascina lo que hago, me gusta dialogar. No soñaba nunca subirme a un avión. Me acuerdo que cuando era pequeñita y vivía en el campo decía: uy, qué lejos está ese sueño. Pero Dios me cumplió ese sueño”, enfatiza con una sonrisa la presidenta de la Renarec.
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Según datos de la red de recicladores, en Ecuador el 70% de personas recuperadoras en la organización son mujeres. El que sean ellas quienes llegan a los puestos de liderazgo permiten que pongan sobre la mesa problemáticas que les atraviesan la categoría del género, como la sobre jornada laboral o la violencia machista.
Uno de los problemas que las lideresas de Renarec han observado es que las mujeres recicladoras se someten a una doble jornada de trabajo. “Las mujeres no descansamos, siempre estamos haciendo cosas porque no nos da tiempo de terminar dentro de un horario”, enfatiza Elbia.
La presidenta de la red recuerda que hace nueve años, cuando estaba embarazada de su último hijo, quería retirarse para descansar, sin embargo el equipo técnico de Fundación Avina logró convencerla para continuar en el puesto de vicepresidenta. Su crecimiento profesional dentro de la organización no se estancó gracias al apoyo de sus compañeros y compañeras.
“Los aliados, ingenieras técnicas, mis compañeras recicladoras, me cuidaban al bebé mientras yo daba taller. Agarraban a mi niño, lo hacían dormir, le daban biberón. Para mí fue una experiencia muy linda, pero no todas las mujeres tienen ese privilegio”, reflexiona Elbia Pisuña.
La mujer de 54 años dice que mientras ella se encuentra respondiendo llamadas de la red desde las siete de la mañana, su esposo toma la responsabilidad de vestir al niño para ir a la escuela. Y aunque en su hogar el trabajo de cuidados está dividido, el machismo y los estereotipos sobre las madres ocasionaron que sufriera discriminación, recuerda que alguna vez le dijeron que sólo sabía cocinar y criar a sus hijos, que el hecho de cuidar un hogar no la hace una buena líder.
“Uno aquí en la cabecita, mentalmente, está pensando en varias cosas. O sea, piensas en la comida, en la tarea de tus hijos, en la computadora, en tu trabajo, en lo que falta en la casa. ¿De dónde me doy el tiempo para atender mi propia salud, para irme a un médico, para todo eso?”, cuestiona Elbia.
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Esto a lo que hace alusión Elbia tiene nombre: cuidados pasivos. Estos se refieren a las actividades que se planean desde un día antes y ayudan a estructurar el entorno familiar y se utiliza tiempo de la persona que cuida para la planeación, según la doctora Verónica Montes de Oca, investigadora titular en el Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
En Ecuador, el 69% de mujeres participa en el trabajo no remunerado frente al 31% de los hombres que lo hace. Este tipo de empleo está asociado al trabajo doméstico y de cuidados que frecuentemente se recarga en las mujeres y limita su autonomía económica, de acuerdo con el informe “Ellas en datos” del Ministerio de Producción, Comercio Exterior, Inversiones y Pesca de Ecuador.
Laura Guanoluisa también detectó que muchas veces no pueden estar 100% al pendiente de sus hijos. “Salimos a las cinco de la mañana, tenemos un horario de entrada pero no de regreso a nuestra casa, porque nosotros a veces trabajamos hasta las cinco o seis de la tarde y terminamos llegando dos horas después a nuestros hogares; depende de los sectores donde vivimos y de los sectores donde hacemos la recuperación de material”, reconoce.

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Jocelyn Reyes Sancho es administradora del Centro de Acopio Quitumbe y dice que “entre recicladores hay mucho machismo, nos han dicho que no podemos trabajar, que nos vayamos a cuidar a nuestros hijos, pero no se dan cuenta que algunas son madres solteras y si no trabajan, nadie más sostiene sus hogares”, reclama la joven de 28 años.
Uno de los problemas más grandes a los que se han enfrentado las recuperadoras de residuos es la violencia machista. Laura y Elbia recuerdan que al inicio del movimiento sus compañeras no podían viajar a otras ciudades o ir a las capacitaciones por el control de sus esposos. “Siempre me acuerdo de la compañera Nelly, cuando empezamos a viajar a provincias. Ella se separó de su esposo porque cuando regresó de un viaje, él ya la estaba esperando con sus maletas en la calle, le reclamó que se hubiera ido muchos días. Otras dos compañeras se separaron de sus esposo pero continúan capacitándose para ocupar otros puestos en la organización”, comenta Guanoluisa.
Elbia describe que algunas de las mujeres recicladoras que asistían a las reuniones llegaban con golpes en la espalda, los ojos verdes, incluso ella misma fue amenazada por los esposos de sus compañeras.
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Estas situaciones permitieron detectar la violencia familiar de la que eran víctimas, y han creado vínculos con las autoridades para mandarlas a capacitaciones u ofrecerles ayuda. De acuerdo con ONU Mujeres, en Ecuador, 43 de cada 100 mujeres, experimentaron algún tipo de violencia por parte de su pareja.
Además del machismo, las mujeres también se enfrentan a condiciones precarias de trabajo, algo que también viven sus compañeros, pero les afecta de forma diferenciada. Además, no tener equipo adecuado para la manipulación de los residuos, ya sea en la calle o en los botaderos. Laura recuerda que algunas recicladoras jefas de familia no tienen con quien dejar a sus hijos y necesitan llevarlos con ellas, exponiéndose a este ambiente.
Tampoco cuentan con baños cerca del lugar de recolección. “Tampoco hay duchas. Imagina mover todo ese residuo sin siquiera regresar a casa bañadas, podemos llevar enfermedades, algunas mujeres tienen niños de pecho. También notamos que esta situación les ha provocado infecciones en las vías urinarias”, comparte Laura.
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Haber llegado a estos puestos de mando ha significado mucho para Elbia, Laura y Jocelyn. Pisuña describe su experiencia como un sueño cumplido, “gracias a este trabajo me he subido a aviones, he aprendido a hablar en público, he conocido otros países. También he contado con una comunidad muy unida que trabaja en conjunto conmigo, he contado con el apoyo de mi familia, el no preocuparme de la casa me ha ayudado muchísimo a crecer en mi trabajo”, celebra Elbia.
Para Jocelyn, convertirse en administradora de un centro de acopio se traduce en crecer en conjunto con sus compañeros. La joven de 28 años ganó una beca para estudiar la carrera de administración de empresas. El crecer laboralmente para Jocelyn significa mostrarle a la gente que no son “basureros” como se les ha nombrado de forma despectiva, sino que tienen un trabajo digno que contribuye a la comunidad y el medioambiente.

“Comencé desde abajo, pero me he dado cuenta que esto es un logro muy grande. Ahora mis compañeros no ganan 100 dólares, sino que ya estamos llegando a los 300 dólares, incluso un salario básico. Qué bestia, para mí es una emoción muy grande. Es un ejemplo no solo para ellos, sino también para mis niños, porque ellos tienen que entender que no soy una ‘basurera’, y la gente tiene que entender que nosotros somos dignos, dignos de un hogar y dignos de un trabajo”, explica la administradora del Centro de Acopio Quitumbe.
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El ser líder de la organización para Laura ha sido una forma de reclamar la voz de las mujeres, de abrir espacios para las recicladoras que vienen y poner sobre la mesa problemáticas que antes pasaban desapercibidas. “Hemos logrado hacer ver a los compañeros recicladores que sus esposas también pueden ser líderes y también pueden salir hacia fuera, hacer que las autoridades escuchen su voz. Ahora tenemos una coordinación que se sienta a la mesa con el asambleísta, con el alcalde, con el Ministerio del Ambiente”, concluye Laura.
Este artículo se elaboró con el apoyo de la Fundación Gabo y Latitud R, en el marco de la beca de producción periodística “Los caminos del reciclaje inclusivo en América Latina”.

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