La operación que necesitaba Luis Alberto Rosado era ambulatoria, un procedimiento de rutina para extirpar la vena safena que se había dañado tras una trombosis en la pierna izquierda. Pero un error rompió la promesa de que volvería a casa ese mismo día: el médico le desgarró la arteria femoral, el principal vaso que suministra sangre a la parte inferior del cuerpo. Se desangró y fue intervenido cuatro veces más para subsanar error tras error de la unidad del Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (ISSSTE) en Mérida, Yucatán.
Convaleciente, descubrió que se quedó sin médico especialista porque los encargados de su caso se fueron de vacaciones, licencia de paternidad e incapacidad. Un mes después Luis Alberto seguía internado sin la atención especializada que requería. Cuando el angiólogo (especialista enfocado en los vasos sanguíneos y linfáticos) volvió y lo revisó, su pie estaba gangrenado. Se lo amputaron.
“No me imaginé que me iba a quedar cuatro meses internado. Yo el día anterior estaba entrenando, salí a correr, me muevo en bicicleta. Ahora nada de eso puedo hacer”, cuenta el biólogo de 45 años.
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Su historia empezó con un moretón en el tobillo. Al inicio no le dio importancia, pensó que era un piquete de algún insecto, pero ese moretón comenzó a subir hasta llegar muy cerca de su rodilla. Como profesor de la universidad estatal tenía acceso a un servicio médico privado, pero los estatutos marcan que, como maestro contratado por horas, sólo tenía derecho a un porcentaje equivalente al tiempo que trabaja. Es decir, su trabajo sólo costeaba el 10% del costo de consultas y medicamentos.
“Pagué el especialista y me dijo que era una trombosis que debía ser operada con urgencia. La cirugía costaba 50 mil pesos y yo no tenía el dinero, así que fui al ISSSTE, servicio del que soy derechohabiente”, cuenta el hombre que solía practicar gimnasio, buceo, natación y otras actividades deportivas.
Lo trataron en urgencias y estuvo internado casi un mes. El 27 de julio, el día de su cumpleaños, lo dieron de alta con la notificación de que debía ser intervenido quirúrgicamente. Para el 17 de octubre de 2024 volvió al hospital. Luis Alberto, que no padecía ninguna enfermedad crónico degenerativa ni tenía ningún otro factor de riesgo que pusiera en riesgo su salud, terminó amputado.
En febrero pasado le dieron el alta, pero su herida sigue sin cicatrizar porque le dejaron tejido en descomposición y aún requiere asistencia médica. Su prima y una amiga lo animaron a iniciar una recaudación de fondos a través de la plataforma GoFundMe para pagar los tratamientos que necesita y la adaptación a su nueva vida.
Luis Alberto necesita cerca de 500 mil pesos para enfrentar los retos que le dejó el sistema de salud. Esos recursos incluyen sesiones de fisioterapia y cámara hiperbárica, la cual sirve para administrar oxígeno puro a alta presión al cuerpo con la finalidad de mejorar la oxigenación de los tejidos y acelerar la curación. Una sesión de una hora en la cámara hiperbárica cuesta mil 800 pesos. El profesor también necesita una silla de ruedas, la prótesis para su pierna —que ha cotizado en 180 mil pesos— y una cirugía particular para corregir los errores del sistema público, que recién pudo hacerse con el dinero de la primera etapa de recaudación.
“Me daba pena pedir dinero, esa fue una de las razones por las que no acudí de inicio a un particular. Pero agradezco todo el apoyo porque me están ayudando a que pueda seguir con mi vida, quizá no la de antes, pero algo muy parecido”, dice en entrevista.

El dinero comenzó a caer una vez que lanzaron la campaña en la plataforma. Amigos, conocidos y sus alumnos comenzaron a cooperar desde 50 pesos. Descubrió que para la cirugía requería más de 20 unidades de sangre y sus alumnos, incluyendo los más rebeldes, fueron sus donantes. Otras compañeras de su doctorado hicieron rifas para apoyarlo. El dueño de la cámara hiperbárica le ha apoyado con tiempo extra en su tratamiento.
“Lo que tengo es gratitud. Es como un respiro que da el saber que hay gente conocida que está dispuesta a ayudarme. Es invaluable saber que hay gente todavía sensible a lo que le pasa a los demás”, señala.
A pesar de las negligencias del hospital público, Luis Alberto sigue acudiendo a las citas que le ofrecen en psiquiatría para lidiar con la amputación, a sus revisiones con el angiólogo, curaciones y rehabilitación. No puede costear todas sus necesidades por fuera.
Este texto es parte de la serie Rifarse la Salud. Si quieres contar tu caso, envía un correo a alejandracrail@eluniversal.com.mx
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