Gerardo Rangel tenía cinco años cuando dejó de jugar al futbol. Pasó de ser un niño activo que salía a divertirse con sus primos, a sentirse débil y bajar de peso. La fiebre se volvió cotidiana. Desmayos, cambios en la coloración de su piel y moretones movilizaron a sus padres, quienes lo trasladaron de urgencia a la clínica del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) en Pénjamo, Guanajuato.
“Nos decían que no tenía nada grave, que era una infección. Nos regresaban a casa con antibiótico y paracetamol. Pero mi hijo empeoraba cada día. Volvíamos a urgencias y era lo mismo, que no tenía nada”, cuenta Miriam Vázquez, de 39 años, su madre.
El pequeño es derechohabiente del IMSS por el trabajo de su padre, quien es obrero de una vidriera. Sin embargo, la atención que recibió no ayudó a mejorar su salud. Por ello, sus padres decidieron llevarlo al Hospital General de Pénjamo. Era una emergencia, el pequeño iba en estado crítico y se quedó internado, le hicieron transfusiones de sangre y estudios de laboratorio.
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Los resultados arrojaron la necesidad de acudir con un especialista, pero en ese hospital no lo tenían. Los padres firmaron el alta voluntaria y lo llevaron a una unidad del IMSS en la ciudad de Irapuato. Lo recibieron, le hicieron más estudios, pero tampoco tenían un especialista para él. La travesía los llevó hasta León, adonde llegó el 6 de mayo de 2022, cuatro meses después de que inició con síntomas. Gerardo no tenía una simple infección, sino leucemia.
El niño se quedó internado un mes y la familia Rangel Vázquez prácticamente pausó su vida. Ahí descubrieron el apoyo comunitario, pues en su lugar de residencia se empezaron a organizar colectas, rifas y eventos para conseguir los recursos que les permitieran acompañar a su hijo. “Subsistimos con esos apoyos porque fueron cambios muy drásticos. Debíamos comprar medicamentos, cosas de aseo personal y los tratamientos”, recuerda Miriam.
Para combatir el cáncer, a Gerardo se le recetaron 140 semanas de quimioterapia: 2 años y seis meses de tratamiento. Cada semana la familia viaja desde la Comunidad El Romeral, en Pénjamo, hasta León, Guanajuato. Les toma entre hora y media y tres horas llegar al hospital, según el tránsito. Tienen un carro que decidieron no vender porque es lo que les permite trasladar a su hijo. Hay días en que los viajes son un infierno: tráfico, un hijo gritando de dolor, con temperatura de hasta 40 grados y el miedo de que se convulsione en el camino. Si Gerardo llega en estado crítico y necesita quedarse internado, sus padres sólo hacen una comida al día, duermen en la calle, dentro de su automóvil. Ese carro también es hogar, la alternativa que les permite ahorrarse el hotel y guardar recursos para el tratamiento de su hijo.
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“Cuando una puerta se cierra, 10 se abren. Siempre hay un ángel que aparece cuando más lo necesitamos. Me siento agradecida del apoyo que ha recibido mi hijo”, dice la madre que organiza rifas y eventos para obtener recursos.
El año pasado, Gerardo enfrentó la falta de medicamento. Su quimioterapia, cuya caja cuesta dos mil 500, aproximadamente, y de las cuales necesita tres al mes, no estaba disponible. Si Gerardo no recibe la dosis semanal que necesita puede tener un retroceso en su mejoría, así que sus padres costearon durante seis meses el tratamiento que el sistema público no pudo otorgarle a su hijo.
“Sentimos que se nos cerraban las puertas del mundo. No podíamos con la preocupación de que está de por medio la vida de ellos”, recuerda su madre.
Las rifas y eventos en favor de Gerardo son clave para la subsistencia de esta familia en el acompañamiento a Gerardo, las difunden a través de un grupo en Facebook denominado “RIFAS CON CAUSA ayudando a Gerardito”. Reciben donaciones, objetos que son rifados para obtener recursos, y otros insumos para su día a día. Aunque han tocado las puertas del gobierno, la ayuda para esta familia viene de la solidaridad de la gente. El padre es el único sustento y teme perder su empleo por las faltas que tiene por trasladar a su hijo a su tratamiento semanal.
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“La enfermedad se acaba al paciente, se acaba a la familia. Se acaba todo el patrimonio; todo se acaba”, lamenta Miriam.
Al tiempo de esta entrevista, el niño que actualmente tiene ocho años ha completado 127 semanas de tratamiento. En abril pasado, el tercer aspirado de médula (un procedimiento que consiste en introducir una aguja especial en un hueso, para extraer una muestra de la médula ósea y monitorear la enfermedad) mostró que el cáncer está controlado y que el tratamiento está resultando efectivo. En unos meses pasará a la fase de mantenimiento, con monitoreos por el resto de su vida para evitar que el cáncer vuelva a activarse. La lucha no cesa.
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