El jueves 20 de febrero el programa El Desfiladero estrenó su nueva temporada en Canal Once y tuve el honor de ser invitada a la mesa de debate, en donde discutimos sobre la llegada de Trump y las posibilidades en torno a la “muerte del woke”. A propósito de mi participación en el programa, expongo en este espacio algunos puntos relevantes para entender, sobre todo, las implicaciones del avance de la derecha a nivel global para los movimientos de izquierda en nuestra región.

Empecemos por entender a qué nos referimos por “lo woke” que tanto ha ocupado el espacio público de las discusiones, unas veces en forma de señalamiento moralino a manera de advertencia y otras, quizá muy pocas, como descripción de movimientos progresistas. "Woke" proviene originalmente del inglés stay woke (mantente despierto), y fue usado inicialmente en comunidades afroamericanas para referirse a la conciencia sobre la discriminación racial de manera específica y la injusticia social de manera general. Su uso se popularizó en el espacio público de las redes sociales con movimientos como Black Lives Matter. Pero, con el tiempo, "woke" pasó de ser un llamado a la conciencia social a convertirse en un término usado por sectores conservadores para desacreditar, precisamente, a los movimientos progresistas. Así, “lo woke” se ha llegado a asociar con la corrección política, la censura e, incluso, el "marxismo cultural" (risas grabadas), aunque sabemos que estas caracterizaciones son meras simplificaciones o distorsiones.

Uno de los argumentos más recurrentes en el discurso de la derecha contra "lo woke" es que representa una ideología invasiva que busca imponerse en la educación, la cultura y las instituciones. Sin embargo, este ataque encierra una contradicción fundamental: toda postura política implica un posicionamiento ideológico. Lo "anti-woke" es en sí una ideología que busca restaurar o mantener una hegemonía cultural conservadora, deslegitimando cualquier narrativa que desafíe el orden establecido. Y, recordando a Althusser, la ideología no es simplemente un sistema de ideas, sino un conjunto de prácticas y discursos que configuran cómo las personas perciben la realidad. En este sentido, quienes critican "lo woke" desde una postura "neutral" o "apolítica" en realidad están reproduciendo una ideología específica: la que niega la existencia de estructuras de opresión.

Sin embargo, en la convulsión de nuestra actualidad, acá lo importante no es intentar desmontar la idea de que los movimientos de izquierda (aka “lo woke” visto y atravesado desde los sesgos de los conservadores) intentan establecer una “ideología”, porque la derecha está concentrada en reemplazar una narrativa progresista por una narrativa conservadora bajo la apariencia de restaurar un “orden natural”. La lucha no es contra una “ideología” sino sobre cuál es la ideología predominante en nuestras sociedades actuales.

Con el regreso de Trump al poder, un argumento que resonó mucho fue aquel que le echó la culpa a “lo woke” de su victoria. Pero, responsabilizar al progresismo de la victoria de Trump es aceptar la narrativa de la derecha sin analizar las verdaderas razones del voto, que sabemos son multifactoriales. El trumpismo es un fenómeno más complejo que no depende de si la izquierda es más o menos radical, o más o menos moderada. Lo que es verdad es que Trump y la derecha han exagerado o distorsionado el alcance del "wokismo" para movilizar a sus bases. Se han inventado crisis morales (por ejemplo, "adoctrinamiento LGBT en las escuelas") para generar miedo y cohesión en sus votantes. Es decir, “lo woke” no hizo ganar a Trump; su equipo convirtió a lo woke en un chivo expiatorio útil para su campaña.

Criticar el término woke desde las izquierdas no solo es necesario, sino estratégico. Se trata de desmarcarse de un concepto que ha sido impuesto y deformado por la derecha para caricaturizar las luchas progresistas como imposiciones autoritarias o elitistas. Aceptar el término sin cuestionarlo es permitir que las derechas definan el terreno del debate y enmarquen cualquier avance en derechos como una amenaza a la libertad. Sin embargo, ¡tengamos cuidado! Esta crítica no debe traducirse en un abandono de las causas de justicia social, sino en una reformulación que permita conectar con sectores más amplios. En un contexto de ascenso global de la derecha, es fundamental reforzar los lazos dentro de las izquierdas sin caer en debates estériles sobre etiquetas. Más que defender o rechazar lo woke, el reto es articular una agenda política que reivindique la lucha por los derechos sin quedar atrapados en los marcos discursivos diseñados por los opositores antiderechos.

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