El reciente fallo del Tribunal Supremo del Reino Unido, que restringe la definición legal de "mujer" en la Ley de Igualdad de 2010 a la categoría de “mujer biológica”, marca un retroceso preocupante en la comprensión jurídica de la identidad de género. Esta decisión, que responde a una disputa entre el gobierno escocés y el grupo activista For Women Scotland —respaldado por figuras públicas como JK Rowling—, revela las tensiones políticas y culturales que atraviesan el debate sobre los derechos de las personas trans en el Reino Unido. Aunque el tribunal ha reafirmado que las personas trans seguirán estando protegidas contra la discriminación, el énfasis excluyente en la biología como único criterio legal erosiona los avances hacia una igualdad verdaderamente inclusiva, y plantea serias preguntas sobre el papel del derecho en la reproducción de nociones fijas y esencialistas de género.
Después de que se conoció públicamente la sentencia de la Corte, JK Rowling difundió una foto de ella en sus redes sociales fumando un puro, envuelta en oro, como quien celebra una victoria personal. Esta imagen sintetiza, con una crudeza casi caricaturesca, la alianza entre el privilegio económico, la misoginia biologicista y la cultura reaccionaria. Esa postal, digna de una sátira distópica, no representa sólo una expresión individual de poder: es la encarnación del cinismo oligárquico que celebra, sin pudor, el cercenamiento de derechos en nombre de una supuesta defensa de las mujeres. En ella se condensan las formas contemporáneas del backlash anti-género y el inquietante avance de un neoconservadurismo que, disfrazado de feminismo, reactualiza dispositivos históricos de exclusión y violencia simbólica.
Si bien, como han señalado abogadas como Carla Escoffié, la sentencia no elimina el reconocimiento legal de las personas trans ni anula su derecho a no ser discriminadas, y se limita a interpretar si el término “sexo” en esta ley específica las incluye o no, el impacto simbólico y político de este tipo de decisiones excede el marco estrictamente legal. El derecho, aun en sus acotamientos técnicos, produce efectos sociales: al consagrar una visión excluyente y esencialista del género como “sexo biológico”, la Corte refuerza imaginarios que cuestionan la legitimidad misma de las identidades trans, y debilita las bases para la igualdad. En contextos de disputa cultural, el derecho no opera únicamente como un instrumento neutral de regulación, sino como un productor activo de sentidos comunes, como una tecnología de poder que cristaliza y legitima ciertas visiones del mundo mientras excluye otras. Cuando una institución judicial se pronuncia en términos que reducen la complejidad del género a la inmutabilidad del cuerpo, no solo define derechos, sino que moldea los marcos de lo pensable, de lo decible y de lo vivible. Así, aun sin derogar formalmente ningún derecho, el fallo abre la puerta a nuevas formas de violencia epistémica, institucional y social.
Este episodio pone de relieve cómo el entrelazamiento entre poder económico y poder político actúa como una fuerza desproporcionada en el modelado —y en muchos casos, en el freno— del avance de los derechos. Lo sabemos de sobra: las figuras con plataformas globales y recursos prácticamente ilimitados, como JK Rowling, pueden incidir en el debate público y legal de manera que supera con creces la capacidad de incidencia de los colectivos históricamente marginados. El caso de Rowling es particularmente revelador: aunque su trayectoria personal se origina en la clase trabajadora, su conversión en figura emblemática del neoconservadurismo anti-trans ilustra cómo el ascenso económico no necesariamente conlleva una conciencia crítica del privilegio, y cómo las narrativas del mérito pueden ser instrumentalizadas para legitimar posiciones excluyentes. En este sentido, Rowling se erige como una especie de abanderada oligárquica del backlash contemporáneo, utilizando su capital simbólico y material no para ampliar los márgenes de la igualdad, sino para replegarlos en torno a definiciones esencialistas y excluyentes. Su figura encarna una de las paradojas más inquietantes del presente: la posibilidad de que quienes han vivido formas de precariedad se conviertan, una vez insertos en los circuitos del poder, en agentes activos de la reproducción del orden excluyente que alguna vez los contuvo.
Frente a este escenario, es necesario posicionarse con firmeza en contra del odio. No podemos permitir que el discurso biologicista se imponga como único marco posible para pensar el género ni que se clausure, desde el privilegio, la posibilidad de vidas dignas para las personas trans. Nos queda, como feministas y como personas en pro de los derechos para todxs, abrazar a nuestros compañeros y compañeras trans, sostenerlos en la intemperie y hacer del cuidado una trinchera política. Ojalá, en ese intento, el hongo que habita en las paredes de la mansión de JK Rowling —ese que crece en silencio, alimentado por la humedad de su odio— siga expandiéndose hasta consumirla por completo.