En la dedicatoria del autor, de el libro “El Principito”, de Saint-Exupéry nos deja unas líneas concisas: “puedo dedicar este libro al niño que una vez fue esta persona mayor. Todos los mayores han sido primero niños. (Pero pocos lo recuerdan)”.

Hoy, muchos adultos estamos buscando regalos o una forma creativa de cómo podremos celebrar a los niños que conocemos y amamos, como pueden ser; sobrinos, ahijados, vecinos, hijos de amigos, o incluso nuestros hijos. Pero valdría la pena reflexionar: ¿De que manera vamos a festejar a ese niño o niña que aún somos nosotros?

Podrías pensar que ya no tenemos nada que ver con ese niño o niña que fuimos en algún momento: sensible, noble, sonriente posiblemente travieso o traviesa; pero nada puede estar más alejado de la realidad. Todavía tenemos en nosotros esa ternura, energía, esa capacidad de improvisación y sobre todo esa transparencia del alma. Ahora que somos mayores, con responsabilidades y disfrazados de adultos y que muchos podríamos sentir que hemos superado esa etapa de nuestra vida, sin embargo todos llevamos a nuestro niño o niña interior pero como lo dice de Saint-Exupéry, pocos lo recuerdan.

Uno va cumpliendo años, pero de ninguna forma vamos perdiendo los demás, es decir, si tengo 30, sigo teniendo 5 y 6, si tengo 40 sigo teniendo 7 y 8; uno siempre sigue siendo aquel que fue, solo le vamos sumando la experiencia y ciertas cosas. Evitemos pensar que uno va perdiendo ciertas características que suelen estar presentes a determinadas edades, una persona teniendo 50 años puede reír de la misma forma en que lo hace un niño, jugar y divertirse, a lo mejor con ciertos cuidados por que ya las refacciones no se reparan tan fácil, pero sí con esa intensidad que sale del corazón.

Si necesitamos una excusa, entonces tenemos una muy buena, hoy festejamos el día del niño, celebremos y reencontrémonos con esa infancia que ahí está pero en ocasiones olvidamos. Hemos crecido y madurado y eso está bien, tenemos otras responsabilidades, dejamos a lo mejor de soñar para empezar a trabajar para hacerlo realidad, y esta bien, insisto, esto no tiene nada de malo ni mucho menos tiene que ser juzgado, pero no nos olvidemos de sonreír, de disfrutar, de tener esa capacidad de perdonar, la cualidad de levantarnos riendo cuando caemos, esa característica de admiración, de dejarnos sorprender, no podemos olvidar esas cualidades de niño, al contrario debemos de avivarlas en nosotros como adultos.

Apreciable lector o letora te invito a que hagamos un pequeño ejercicio mental: imagina que estás con un niño o niña, y te invita a jugar a las escondidas, accedes y entonces te toca a ti, cerrar los ojos, contar y después irlo o irla a buscar, cuentas: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10 y más, y cuando dejas de contar se te olvida ir a buscarla o buscarlo, entonces ese niño o niña se quedó escondido o escondida, esperando que la o lo encuentres, pero nunca llegaste porque algo sucedió en ese conteo y se te olvidó que jugabas con él o ella; ahora imagina que lo que contaste fueron los años, entonces él o ella sigue escondido o escondida para ser encontrado o encontrada. Ve a buscar y ¡encuentra! a ese niño o niña que jugaba contigo y verás que cuando sea encontrada o encontrado solo te sonreirá, abrazará y dirá “te estaba esperando, por fin me encontraste, nunca me vuelvas a dejar”.

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