¿Alguna vez has sentido el peso de un instante? Ese momento en el que el mundo parece detenerse, pero dentro de ti todo es un torbellino. Una pausa en medio del caos, donde las preguntas que nunca quisiste responder se presentan con una crudeza que no puedes evitar. ¿Qué has hecho con el tiempo que se te dio? ¿Cuántas promesas olvidaste cumplir, cuántos sueños archivaste en el rincón de lo improbable?
El final de un año es mucho más que una página que se voltea. Es una encrucijada silenciosa, una cita ineludible con lo que fuiste y lo que anhelas ser. A veces creemos que basta con tachar pendientes, prometer cambios y planear comienzos, pero el alma no se rige por calendarios. ¿De qué sirve correr hacia lo nuevo si cargas contigo lo no resuelto, las heridas que evitaste mirar, los sueños que abandonaste por temor a sentirte insuficiente?
Nos han enseñado a cerrar ciclos como si fueran capítulos independientes, pero ¿cuánto de lo que dejas atrás realmente está terminado? ¿Qué ocurre con las palabras que no dijiste, las promesas que rompiste, los caminos que no te atreviste a andar? La prisa por avanzar nos roba el tiempo de honrar lo que quedó incompleto. Lo inconcluso, sin embargo, no es un fracaso: es una invitación a continuar.
Y aquí estás, frente al abismo de otro final. ¿Te atreverás a mirar hacia dentro, a enfrentarte a la verdad de tus pasos? La batalla nunca ha sido contra el tiempo. El tiempo solo es testigo. La verdadera lucha está en el miedo a mirar de frente tus decisiones, en la resistencia a soltar lo que ya no te pertenece, en la terquedad de aferrarte a las sombras de lo que pudo haber sido.
Incluso en medio del caos hay esperanza. Cada rasguño en tu historia, cada "casi" y cada error, son pruebas de que sigues aquí, respirando, resistiendo. Hay algo profundamente humano y divino en tu capacidad de caer y levantarte, de romperte y reconstruirte. El pasado puede ser un ancla, sí, pero también puede ser el cimiento sobre el que edificas algo nuevo.
El problema, quizá, es que hemos olvidado escucharnos. Nos ensordecemos con el ruido de las expectativas y los “deberías” que otros nos imponen, hasta que nuestra propia voz se vuelve un eco tímido. Pero esa voz sigue ahí, recordándote que aún tienes tiempo. Tiempo no para tachar listas, sino para vivir con un propósito que trascienda tus días y tus años.
Entonces, ¿qué harás con este último instante? No te pido que hagas grandes promesas ni que traces metas imposibles. Solo te pido honestidad. Mírate con la misma ternura con la que miras al cielo al final de una tormenta, porque dentro de ti hay una claridad que siempre ha estado esperando salir.
Suelta, sí, pero no por obligación. Suelta porque mereces caminar más ligero. Perdona, no porque el otro lo merezca, sino porque tú lo necesitas. Y agradece, porque incluso en la oscuridad has encontrado razones para seguir.
El tiempo no te pide nada; no exige que seas más ni menos. Solo te ofrece un regalo: este instante. Y en este instante puedes decidir, no por el peso de un calendario que cambia, sino por el latido que te recuerda que estás vivo. Puedes construir un futuro sin olvidar las raíces que te sostienen; puedes soñar sin traicionar el presente que te pertenece.
Así que, cierra los ojos. Respira. Siente el pulso de tu ser. No necesitas respuestas perfectas, solo el coraje de dar el siguiente paso. Da ese paso, no con dudas, sino con la certeza de que estás sembrando el inicio de algo extraordinario.
El año termina, pero tú no. Lo que importa no es el cambio del calendario, sino el fuego que eliges mantener encendido. No temas al paso del tiempo; teme al día en que renuncies a vivir con propósito, a soñar con audacia, a amar con todo lo que eres.
De corazón, deseo que este instante sea el primero de muchos donde te elijas a ti. Que el próximo año no sea solo un recuento de días, sino una colección de momentos. Porque mientras haya luz en tus ojos y vida en tu ser, siempre habrá tiempo para comenzar de nuevo.
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